Cuando Natanael, de 17 años, no volvió a casa después de una noche de diversión con su novia en el barrio de Cabula de Salvador, la mayor ciudad del nordeste de Brasil, su abuela, Marina Lima, no le dio mucha importancia. Pero a la mañana siguiente, cuando un vecino llamó a su puerta para darle la gorra de beisbol del muchacho, se dio cuenta de que había ocurrido lo peor.
A continuación Marina vivió su mayor pesadilla: en la morgue, vio el cuerpo de Natanael, lleno de heridas de bala y con el cuello y un brazo rotos. El adolescente fue uno de los 12 hombres a los que mataron unos agentes de la policía local hace seis semanas, el 6 de febrero.
Según la versión oficial, los hombres planeaban robar un banco y la policía disparó contra ellos en defensa propia. Pero la ausencia de una investigación adecuada y los relatos de varios testigos presenciales muestran un panorama muy diferente.
“Mis impuestos pagaron la bala que mató a mi nieto”, dice Marina.
El trágico suceso debería haber sacudido Brasil, pero no fue así. Por el contrario, el gobernador del estado de Bahía, Rui Costa, transmitió un mensaje a los “valientes” agentes de policía, alabando su “heroica” labor:
“Es como un delantero frente a la portería, intentando decidir en segundos cómo va a meter el balón. Cuando lo consigue, todos los aficionados de la tribuna aplaudirán y la escena se repetirá varias veces en la televisión. Si no, el máximo goleador será condenado por su fallo”, dijo tras los sucesos.
La torpe comparación de un homicidio masivo con un partido de fútbol lleno de adrenalina es un triste ejemplo de los problemas de seguridad pública que aún se viven en Brasil, donde son sobre todo los hombres negros jóvenes pobres quienes pagan el precio de las acciones de una fuerza policial violenta, militarizada y mal entrenada que lleva demasiado tiempo actuando sin control.
Llegué a Cabula unos días después del incidente mortal y vi una extraña mezcla de horror, miedo y desafío. Las calles, con sus decenas de pequeños comercios, escuelas, bancos y una universidad, hervían de actividad. El lugar está lleno de niños que corretean y usan los solares como campos de fútbol.
Los familiares de los 12 hombres que mató la policía estaban tan asustados que no quisieron decirme ni siquiera su nombre. Se sentían tristes, indignados e intimidados, pero también tenían miedo de lo que podía hacerles la policía si hablaban.
Tras haber documentado y presenciado acciones similares de la policía en todo Brasil, no me sorprendió lo que oí. La policía de Brasil mata y muere en gran número como consecuencia directa de la guerra contra la droga que termina criminalizando a los pobres mientras la policía recurre a la brutalidad.
“Según cifras oficiales del Informe Anual de Seguridad Pública, en Brasil, la policía mata al menos a seis personas al día. Por sorprendente que parezca, esta cifra es probablemente inferior a la cifra real, pues la mayoría de los estados del país prefiere ocultar estos alarmantes datos.”
Incluso quejarse de las acciones brutales de la policía puede ser sumamente peligroso, como viví cuando participaba en una manifestación de miembros de la comunidad y organizaciones de la sociedad civil de Salvador que marchaban pacíficamente para exigir justicia. Durante la manifestación, nos siguió un agente de policía en una motocicleta que finalmente se detuvo junto a mí y me preguntó qué hacía allí. Los defensores y defensoras de los derechos humanos sufren a menudo hostigamiento e intimidación, e incluso cuando denunciamos más tarde este incidente a la policía, nadie prestó atención.
Tras la protesta, visité el lugar donde se habían cometido los homicidios cinco días antes. Lo que vi fue indignante: no se había preservado el escenario del crimen y aún había esparcidos guantes de plástico, así como la ropa y las pertenencias de los hombres fallecidos. Había incluso balas usadas en el suelo.
Finalmente, las desesperadas peticiones de justicia de los familiares fueron atendidas y las autoridades estatales han declarado hace poco que se investigarán los homicidios.
Pero ya hemos oído esto muchas veces y se han adoptado muy pocas medidas.
Por término medio, en Brasil los perpetradores comparecen ante la justicia en un insignificante 5-8 por ciento de homicidios. Esto significa que, en la abrumadora mayoría de casos, los responsables nunca con investigados y, si son declarados responsables, no son castigados, lo que alimenta el ciclo de violencia e impunidad.
En el caso de Cabula, los agentes que apretaron el gatillo siguen trabajando hombro con hombro con una comunidad que vive inmersa en el terror, preguntándose quién será la próxima víctima. Las autoridades deben realizar sin demora una investigación exhaustiva, independiente e imparcial sobre el incidente y suspender del servicio a los policías hasta que concluya la investigación.
¿Cuánto van a tardar aún las autoridades brasileñas en darse cuenta de la realidad de estos horrores y adoptar medidas reales? Las vidas de miles de personas —muchas de ellas hombres jóvenes negros— están en juego.