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KO a la violencia policial en #Rio2016

Ángel Gonzalo

Periodista en Amnistía Internacional España —

Penetrar en los 10 kilómetros cuadrados del conjunto de favelas de Maré en Río de Janeiro es como adentrarse en territorio comanche. No resulta agradable caminar por sus calles ante el escrutinio descarado de traficantes y adolescentes armados. Está prohibido devolverles la mirada y, por supuesto, tomar fotografías o sacar los teléfonos móviles del bolsillo. En Maré viven, en infraviviendas y con pocos accesos a servicios de salud y educación, unas 140.000 personas con escasos recursos. La violencia forma parte de su vida cotidiana. Sus residentes comparten el espacio con grupos de delincuentes organizados que se dedican al tráfico de droga y las denominadas “milicias”: bandas criminales formadas principalmente por ex agentes o agentes fuera de servicio de los cuerpos de seguridad estatales. Con la excusa del último Mundial de Fúbol, el ejército desempeñó funciones policiales en la comunidad entre abril de 2014 y junio de 2015. Los residentes denunciaron varias violaciones de derechos humanos —como violencia física y tiroteos— cometidas por las fuerzas militares durante ese periodo.

Las autoridades han desplegado alrededor de 65.000 agentes de policía y 20.000 soldados para vigilar los Juegos Olímpicos, en la que supone la mayor operación de seguridad de la historia de Brasil. Esto incluye el despliegue de personal militar para encabezar operaciones en las favelas. De momento, la policía realiza operaciones varias veces por semana y los datos son demoledores. Según el Instituto de Segurança Pública (ISP), sólo en la ciudad de Río de Janeiro, agentes de policía de servicio mataron durante el mes de mayo a 40 personas lo que supone un aumento del 135% comparado con las 17 muertes del mismo periodo de 2015. En la totalidad del estado, la cifra ascendió de 44 a 84, es decir, un 90%.

Maré es el conjunto de favelas que difícilmente verán los turistas y deportistas que lleguen a Río 2016 cuando se inauguren los Juegos Olímpicos el 5 de agosto próximo, pero lo tendrían muy fácil porque se sitúa en paralelo a la autopista -no está en ninguna colina, sino a ras de suelo- que une el aeropuerto con el centro de la ciudad. Eso sí, tendrán que alzar la mirada por encima del muro que han construido las autoridades para ocultar esta realidad.

De la favela a soñar con los Juegos Olímpicos

En el corazón de este conjunto de favelas, en la comunidad de Nova Holanda, está la sede de Luta Pela Paz, organización creada en el año 2000 por un boxeador inglés llamado Luke Dowdney que pensó en utilizar el boxeo para cambiar la vida de los jóvenes afectados por la violencia. Al mismo tiempo que se trabaja en el ring se imparte formación en sus aulas sobre sexualildad, liderazgo y talleres profesionales. También se practica judo, capoeira y taekwondo, entre otras disciplinas. En 2015 unos 1.800 jóvenes de entre 7 y 29 años pasaron por la escuela.

Entre sus alumnos destaca Roberto Custodio, que se ha quedado a las puertas de disputar los Juegos Olímpicos con el equipo brasileño. Ya estuvo en los de Londres de 2012 y en 2013 fue medalla de oro en el campeonato panamericano de Chile. Su padre fue asesinado por unos traficantes cuando era un adolescente. Aquella experiencia le marcó. Podría haber quedado atrapado en el círculo de la violencia y la droga, pero cambió su destino.

“Hay muchos chicos que se están echando a perder en la comunidad engañándose. De la misma forma que yo salí de las calles, ellos también pueden hacerlo. Hay muchas personas que dicen: Roberto es el muchacho de la favela, todo le llevaba a entrar en el tráfico de drogas, pero eligió el deporte. Creo que me ven como un símbolo positivo. Cuando usan un ejemplo hablando de Maré, dicen: no solo hay droga y violencia también tienen a Roberto. Me llaman para dar charlas para los que tienen interés en cambiar. Usan mi imagen para mostrar a la juventud un buen ejemplo de superación, de quien creyó y está conquistando su sueño. Eso está bien”

“Roberto empezó aquí en el año 2000 y ahora está en la selección brasileña. Ha ganado varias competiciones internacionales. Es nuestra gran esperanza y una gran referencia para nuestros jóvenes. Su familia sigue viviendo en Maré y él, cuando puede, viene, entrena y les da clase a los alumnos. Es una inspiración para todos nuestros jóvenes”, dice Lola Werneck, coordinadora de liderazgo juvenil en Luta Pela Paz.

Werneck lleva tres años y medio trabajando aquí y así describe la vida en Maré: “Hay momentos en que todo está tranquilo, pero de repente una operación policial o un enfrentamiento entre bandas lo altera todo y no sabes qué puede pasar. Esto provoca una sensación de inseguridad constante, aunque con el tiempo lo llegas a naturalizar. Es una forma de resistencia. No puedes estar pensando en la violencia todo el tiempo; así que a los pocos minutos de escuchar los disparos, sales a la calle, vuelves al trabajo o a la escuela. La gente ha desarrollado este mecanismo de supervivencia”.

A cubierto

Río de Janeiro es conocido históricamente por sus elevadas tasas de mortalidad durante las operaciones policiales. Según Amnistía Internacional, entre 2006 y 2015, unas 8.000 personas perdieron la vida durante operaciones policiales en el estado, de las que más de 4.500 murieron solamente en la capital. Las cifras descendieron entre 2007 y 2013, pero en 2014 —el año en que se celebró el Mundial de fútbol— el número de homicidios resultantes de la intervención policial en el estado aumentó un 39,4 % respecto del año anterior.La tendencia al alza continuó en 2015. En el estado de Río de Janeiro murieron 645 personas durante operaciones policiales, 307 de ellas en la capital. Esto representa un aumento del 11,2 % en el estado en comparación con 2014. Desde que comenzó 2016, más de 100 personas han sido víctimas de homicidio en la ciudad de Río de Janeiro. La mayoría de las personas que han muerto durante las operaciones policiales son varones negros jóvenes.

De sobrevivir a esta situación sabe mucho Alan (27 años), hoy profesor y antes alumno del Luta Pela Paz, donde llegó hace 10 años. Dos de sus primos murieron a manos de la policía. Él quería otra vida. Creció entre las balas y, cuando era pequeño, siempre se hacía la misma pregunta: ¿Seré yo el próximo? Ahora es entrenador de boxeo.

“Aquí lo normal es que a los jóvenes les aborde la policía en todos los lugares y puede que varias veces al día, que les traten como si fueran delincuentes sin que hayan hecho nada. Puede que te empujen, que te registren y si vas en coche o en moto, que te paren, que te detengan. También es normal ver tiroteos entre policías y traficantes de forma cotidiana. Estás en la calle y oyes un disparo. Entonces solo piensas en ponerte a cubierto. Es lo que hay que hacer. Aprendes a a hacerlo desde niño”.

El legado de Río 2016

Las autoridades y los organismos encargados de organizar Río 2016 pueden y deben hacer mucho más para evitar que se cometan violaciones de derechos humanos en las operaciones de seguridad pública. Las fuerzas policiales tienen justo un mes para adoptar un enfoque de seguridad basado en la precaución y la consulta en lugar de continuar con su estrategia de disparar primero y preguntar después.

Llama la atención que para salir de la violencia se utilice el boxeo, pero en Luta pela Paz han demostrado que es una forma atractiva de atraer a los jóvenes. “Lo cierto es que el boxeo tiene sus propios valores. Se trabaja mucho la disciplina, la concentración, el respeto al adversario. Los jóvenes llegan con la mentalidad de aprender a defenderse en la calle, pero es cuestión de canalizar esa agresividad y poco a poco se va trabajando en otra dirección”, concluye Werneck.

Sin duda, un buen legado de estos Juegos Olímpicos de Río 2016 sería que los combates se vieran a partir de ahora solo en el ring y no en las calles de la favela. Para ello, es necesario que la violencia policial no siga batiendo récords en Brasil.

Penetrar en los 10 kilómetros cuadrados del conjunto de favelas de Maré en Río de Janeiro es como adentrarse en territorio comanche. No resulta agradable caminar por sus calles ante el escrutinio descarado de traficantes y adolescentes armados. Está prohibido devolverles la mirada y, por supuesto, tomar fotografías o sacar los teléfonos móviles del bolsillo. En Maré viven, en infraviviendas y con pocos accesos a servicios de salud y educación, unas 140.000 personas con escasos recursos. La violencia forma parte de su vida cotidiana. Sus residentes comparten el espacio con grupos de delincuentes organizados que se dedican al tráfico de droga y las denominadas “milicias”: bandas criminales formadas principalmente por ex agentes o agentes fuera de servicio de los cuerpos de seguridad estatales. Con la excusa del último Mundial de Fúbol, el ejército desempeñó funciones policiales en la comunidad entre abril de 2014 y junio de 2015. Los residentes denunciaron varias violaciones de derechos humanos —como violencia física y tiroteos— cometidas por las fuerzas militares durante ese periodo.