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La batalla de Mosul: Historias de terror

Razaw Salihy

Campaigner sobre Irak en Amnistía Internacional —

“Cuando vinimos aquí, pasamos por nuestro pueblo. Yo caminaba y lloraba, mirando a mi alrededor todas las casas destruidas. Todo estaba destrozado”. Este lamento de una anciana de un pueblo próximo a Mosul muestra con claridad todo lo que han perdido muchas personas en el norte de Irak, y la rapidez con que ha ocurrido.

Cuando Amnistía Internacional habló con ella en un campo para personas internamente desplazadas de la región del Kurdistán de Irak hace unos días, la anciana, como muchas otras personas de los pueblos y suburbios del este de Mosul, había huido de los combates en curso entre las fuerzas armadas iraquíes y de la coalición y el grupo armado autodenominado Estado Islámico, trayendo a la espalda poco más que la ropa y estremecedoras historias de la vida bajo el régimen del Estado Islámico y en medio de morteros y ataques aéreos. La represión del Estado Islámico en sus pueblos y los enfrentamientos han desplazado ya a muchas personas varias veces, para huir del hambre y la pobreza. Han perdido la mayoría de sus pertenencias, propiedades y medios de vida.

“En Bagdad, las milicias me echaron de mi casa en 2006 y me fui a Mosul para mantener a salvo a mi familia. Empecé de cero allí y reconstruí. Lo he perdido todo en una sola noche. No puedo ir a Bagdad, e incluso si liberan Mosul, creo que no estaré a salvo de nuevo. No sé qué más nos puede pasar ahora”, dijo un hombre desplazado del barrio de Samah, al este de la ciudad de Mosul.

Utilizados como escudos humanos

Las personas cuyas zonas sufren la intensificación de los ataques con el avance del ejército iraquí son trasladadas forzosamente por el Estado Islámico o, si no pueden huir a zonas más seguras, son utilizadas como escudos humanos, mientras que algunas logran esconderse en casas de familiares.

El 1 de noviembre, unos 25 miembros de una familia estaban refugiados en Gogjali cuando, según cuentan, su casa fue alcanzada por un cohete que mató a tres personas e hirió a cinco, tres menores entre ellas. Una sobreviviente, cuyo esposo, cuñado, hijo de nueve años e hija de 13 sufrieron heridas de metralla, contó a Amnistía Internacional:

“Eran las 7:30 de la mañana, estábamos todos desayunando cuando oí un silbido y luego cayó un cohete justo en medio de la habitación, directamente encima de mi tía. Murió al instante, mientras se propagaba el fuego vi cómo salía volando su mano. La matriarca de la casa también murió allí mismo [...] Mis dos hijos resultaron heridos, y una bebé que estaba sobre las rodillas de su abuela sufrió la amputación de un brazo. Los combatientes del Estado Islámico estaban justo al otro lado de la puerta y ni siquiera nos dejaron atender a los heridos o retirar los cuerpos [...] Los llevamos a la puerta de atrás [...] No pudimos ni siquiera llevar a nuestros heridos al hospital hasta dos días después. Mis hijos y mi esposo están allí, pero yo estoy atrapada en el campo sin permiso para salir. Estoy muy preocupada por ellos”.

Además, los combatientes del Estado Islámico pusieron en peligro deliberadamente a la población civil apostándose dentro de casas de civiles y cerca de ellas, incluidos los tejados. Un residente desplazado del barrio de Samah, al este de Mosul, explicó su táctica:

“Vi lo que hacen. [Un combatiente del Estado Islámico] se coloca junto a una casa y lanza dos morteros hacia el ejército, después recoge su arma y corre a otra casa antes de que lo alcancen. El ejército cree que está todavía allí y los morteros caen en la casa”.

Una familia de 27 miembros se ocultó durante tres días bajo las escaleras de su casa. Entre ellos había un bebé de 25 días cuya madre había huido de la ciudad de Mosul al pueblo de Bazwaya, a unos 18 kilómetros, al día siguiente de dar a luz.

“Los niños vieron al daeshi [término en árabe coloquial para las personas afiliadas al Estado Islámico] corriendo detrás de nuestra casa. Estaban disparando al ejército desde la casa de al lado. Cuando el mortero cayó en la casa, una de nuestras paredes se vino abajo. Mi esposo y sus hermanos habían salido de esa habitación unos segundos antes. Podían haber quedado enterrados bajo los escombros”.

Hambre, miedo y castigos bajo el régimen del Estado Islámico

Los lugareños desplazados refugiados en los campos describieron una vida de hambre y miedo bajo el régimen del Estado Islámico. “Vendimos lo que teníamos para comprar comida; nuestros colchones, nuestras mantas. Rompimos los muebles para usar la madera como leña para cocinar. Fue como retroceder en el tiempo”, dijo una madre que huyó de Bazwaya.

Los padres y madres que vivían bajo el régimen del Estado Islámico sacaron de la escuela a la mayoría de sus hijos e hijas, por miedo al “lavado de cerebro” del Estado Islámico o para aliviar la pobreza. Los niños y niñas que intentaban ganar dinero con trabajos como la venta de dulces y frutos secos junto a la carretera recibían a menudo severos castigos del Estado Islámico.

“[El Estado Islámico] se llevaba a mi hijo [de 16 años] la mayoría de los días y lo azotaban y luego me lo devolvían; apenas se tenía en pie. Todo porque no podíamos pagar la multa que imponían por vender en la calle. Aun así, volvía al día siguiente a vender cosas. Su padre tiene una discapacidad y no puede trabajar”, dijo.

Una mujer dijo que no se quitó el tocado (khimar) ni siquiera cuando el ejército iraquí entró en el pueblo y les dijo que estaban a salvo: “Pensé que [el Estado Islámico] podía salir de esos túneles que habían excavado en el pueblo y matar a los soldados, y luego decapitarnos si nos veían sin el khimar. Nunca sabemos de dónde pueden venir. A mi hermano le dieron 40 latigazos porque su esposa había salido a tirar la basura sin taparse la cara.”

Familias divididas por los controles de seguridad

Amnistía Internacional observó que algunas familias que llegaban al campo para personas desplazadas internamente de Khazir, en la región del Kurdistán de Irak, veían a sus parientes por primera vez en más de dos años a través de las alambradas, pues la mayoría no podía salir del campo porque tenían que esperar a que las fuerzas de seguridad llevaran a cabo controles de seguridad de todos los varones que llegaban con ellas.

Sea cual sea el resultado de la batalla en curso por Mosul, el brutal dominio del Estado Islámico sobre la franja que lo rodea en el norte de Irak de los dos últimos años ha dejado un reguero de destrucción y trauma cuyos efectos podrían perdurar algún tiempo.

Las familias con las que hablamos están ya a salvo del Estado Islámico, pero a muchas les preocupa lo que les deparará el futuro. ¿Cuánto durarán los combates? ¿Les permitirán regresar las fuerzas que recuperen sus casas? ¿Tendrán algún sitio al que volver? Sólo el tiempo lo dirá.

“Cuando vinimos aquí, pasamos por nuestro pueblo. Yo caminaba y lloraba, mirando a mi alrededor todas las casas destruidas. Todo estaba destrozado”. Este lamento de una anciana de un pueblo próximo a Mosul muestra con claridad todo lo que han perdido muchas personas en el norte de Irak, y la rapidez con que ha ocurrido.

Cuando Amnistía Internacional habló con ella en un campo para personas internamente desplazadas de la región del Kurdistán de Irak hace unos días, la anciana, como muchas otras personas de los pueblos y suburbios del este de Mosul, había huido de los combates en curso entre las fuerzas armadas iraquíes y de la coalición y el grupo armado autodenominado Estado Islámico, trayendo a la espalda poco más que la ropa y estremecedoras historias de la vida bajo el régimen del Estado Islámico y en medio de morteros y ataques aéreos. La represión del Estado Islámico en sus pueblos y los enfrentamientos han desplazado ya a muchas personas varias veces, para huir del hambre y la pobreza. Han perdido la mayoría de sus pertenencias, propiedades y medios de vida.