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Yo también #SoyRefugio

Samanta Villar

Periodista y escritora —

Las fotos de Aylan, el niño refugiado tristemente hallado muerto en una playa turca, o la de Omran, sentado en una ambulancia con la mirada perdida y el rostro cubierto de polvo por los bombardeos en Alepo, son algunas de las imágenes recurrentes que me vienen a la mente cuando pienso en las personas refugiadas. Pero también algunas historias bonitas, como la que compartió mi colega periodista, Meritxell Martorell, en el programa 21 días, que se enamoró de un refugiado que conoció grabando en Lesbos. O de grandes luchas, como la que llevaron a cabo Allan y Gyan, dos hermanos con una discapacidad que hicieron en silla de ruedas todo el trayecto hasta Europa y cuyo esfuerzo se vio “recompensado” por fin al poder asistir a un partido de su equipo, el Real Madrid.

Cuando las compañeras de Amnistía Internacional me propusieron participar en esta campaña, 21 días por las personas refugiadas, para hacer del 20 de Junio una fecha especial de una vez por todas, accedí sin pensarlo. Qué son tres semanas en mi vida, ajetreada, pero sin los riesgos a los que se enfrentan estas personas desde que salen de sus países por la guerra o la persecución y tratan de llegar a un lugar seguro, que no siempre lo es.

Para mí, que, como ya he contado otras veces, ser madre es una experiencia tan bonita como dura y compleja, imaginarme dar a luz en un campo y cuidar a tus hijos, como explicaban algunas madres afganas a Amnistía Internacional, me parece increíble. Sin saber cuál será su futuro y si éste pasará por la protección de sus pequeños. Unas mujeres y niñas que, además, tienen necesidades especiales que muchas veces no son atendidas y por las que ni siquiera se les pregunta, además de unos riesgos concretos por su condición de género.

También me resulta duro pensar en cómo será la vida de quienes han visto la muerte en el mar, un cementerio que ha enterrado en los primeros cinco meses de año a 1.540 personas.

Y leer preguntas como las que se hacía una residente del campo de refugiados de Elliniko, recientemente evacuado: “¿Nos llevarán a un sitio mejor o peor?”. Una ecuación que nadie debería plantearse, y menos quienes se encuentran en una situación tan vulnerable.

He vivido como una persona de la calle, enfrentándome a las drogas, a los trastornos alimenticios, a la explotación laboral. Puedo imaginarme las vidas de quienes sufren. Lo que me cuesta más es entender la pasividad de quienes pueden evitar ese sufrimiento: los líderes mundiales deben actuar ya. Queremos que quienes huyen de la guerra y la persecución tengan acceso a la protección internacional a la que tienen derecho, queremos acoger ya. En estas tres semanas y en otros que vengan, yo #SoyRefugio.

*Yo ya he firmado por las personas refugiadas, ¿y tú?¿y tú?

Las fotos de Aylan, el niño refugiado tristemente hallado muerto en una playa turca, o la de Omran, sentado en una ambulancia con la mirada perdida y el rostro cubierto de polvo por los bombardeos en Alepo, son algunas de las imágenes recurrentes que me vienen a la mente cuando pienso en las personas refugiadas. Pero también algunas historias bonitas, como la que compartió mi colega periodista, Meritxell Martorell, en el programa 21 días, que se enamoró de un refugiado que conoció grabando en Lesbos. O de grandes luchas, como la que llevaron a cabo Allan y Gyan, dos hermanos con una discapacidad que hicieron en silla de ruedas todo el trayecto hasta Europa y cuyo esfuerzo se vio “recompensado” por fin al poder asistir a un partido de su equipo, el Real Madrid.

Cuando las compañeras de Amnistía Internacional me propusieron participar en esta campaña, 21 días por las personas refugiadas, para hacer del 20 de Junio una fecha especial de una vez por todas, accedí sin pensarlo. Qué son tres semanas en mi vida, ajetreada, pero sin los riesgos a los que se enfrentan estas personas desde que salen de sus países por la guerra o la persecución y tratan de llegar a un lugar seguro, que no siempre lo es.