Los almerienses que sufrieron el horror de Mauthausen: “Los despojaron de su dignidad”

“No hay españoles fuera de España”. Esa frase, atribuida no se sabe con exactitud si a Francisco Franco o a su ministro de Exteriores, Ramón Serrano Súñer, y pronunciada poco después de la Guerra Civil ante las autoridades nazis, encerraba mucho más de lo que podía parecer. El franquismo se despojaba así de miles de ciudadanos que habían cruzado la frontera con Francia huyendo de la guerra con la esperanza de una vida mejor, sin saber que acabarían primero en campos de refugiados y después en campos de concentración como Mauthausen por la ocupación de suelo francés por parte de las tropas de Adolf Hitler. Había españoles, claro que los había. Y entre ellos alrededor de 300 eran almerienses.
Ochenta años después del final de la II Guerra Mundial y de la liberación de Mauthausen el 5 de mayo de 1945, sus historias siguen resonando por la crueldad a la que se vieron sometidos y por el homenaje a quienes perdieron la vida y quienes tuvieron la suerte de mantenerla, sin llegar a salir nunca realmente de aquel lugar. Tuvieron una vida posterior -aunque salieron un mes después de la liberación porque la España de Franco los había convertido en apátridas-, formaron familias y hasta promovieron proyectos políticos. Pero el franquismo por sus deportaciones y el nazismo por despojarles de su humanidad, hicieron mella en casi 300 hombres cuyos relatos sobrecogen.
De entre aquellos, en un Mauthausen al que llegaron a ponerle el sobrenombre de “el campo de los españoles” porque fueron los primeros en llegar y había un gran número de ellos, destacan historias como la de Antonio Muñoz, un almeriense nacido en Melilla circunstancialmente, que llegó a jugarse la vida por liberar a sus compañeros y que décadas después se empeñó en dejar un legado en forma de monumento de homenaje en Almería capital.
Ese monumento, levantado en 1999 y del que el propio Muñoz pudo ser testigo, ha sufrido demasiados intentos en los últimos años de desaparecer o ser movido de su actual ubicación frente al puerto y al Cable Inglés. Porque la historia tiende a olvidar que hubo muchos españoles, almerienses entre ellos, que también sufrieron los campos de concentración nazis, guardando una similitud entre ellos: eran hombres, republicanos y acabaron en Francia huidos o deportados antes de que el franquismo les entregase por acción u omisión a la Alemania del Tercer Reich de Hitler.
“Lo mantuvo vivo su carácter jovial”
Antonio Muñoz tenía 16 años cuando se presentó voluntario para defender la II República tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936. Para poder alistarse, tuvo que falsificar su fecha de nacimiento. Su padre lo ayudó. Luchó durante la guerra, cruzó la frontera cuando terminó, y en Francia acabó trabajando como albañil en el arsenal de Brest, donde los alemanes preparaban sus submarinos. Fue allí donde conoció a la que luego sería su mujer. Fue también allí donde, ya involucrado en la resistencia francesa, fue detenido por la Gestapo -traicionado por dos personas que querían cobrarse la oportunidad de salir vivas de aquel páramo- y deportado. “Lo denunciaron dos catalanes”, cuenta su hija, Loli Muñoz. “Eran anarquistas y colaboraban, hablaban con todos. Lo denunciaron y lo detuvieron. Pasó por la prisión de Rennes, por Dachau y después por Mauthausen”.
Ingresó en este campo de concentración en junio de 1944. Un lugar al que iban a parar prisioneros de varios países, que acabó de ser construido por los propios españoles y que estaba calificado como de tercera categoría, es decir, dedicado a exterminar a los prisioneros sin ningún otro motivo. Sin embargo, como había una cantera de granito en el municipio de Mauthausen, los nazis decidieron emplear este campo como lugar de trabajos forzados, de ahí que la mayoría de los presos fuesen hombres mayores de 14 años, que apenas sobrevivían más de seis meses por las duras condiciones a las que se exponían. No tenían apenas comida y trabajaban hasta caer extenuados en lugares con cuestas de una gran inclinación. Los que no murieron por agotamiento, lo hicieron al suicidarse con la alambrada por no poder más.
Antonio Muñoz no fue uno de ellos. Un año después de ingresar, en mayo de 1945, fue uno de los cuatro prisioneros que se ofrecieron a salir del campo y caminar hasta el pueblo para avisar a los aliados de que Mauthausen estaba aún lleno de prisioneros. “Los nazis querían quemarlo todo, eliminar pruebas”, cuenta su hija. “Mi padre y otros tres salieron del campo andando hasta la oficina de teléfonos. Desde allí dieron el aviso. Volvieron al día siguiente. Y entonces sí, llegaron los americanos. Mi padre sabía que no podían dejar que quemaran todo aquello con la gente dentro. Los habían despojado de su dignidad”.
La escena no está en los libros de texto. La cuenta Loli, que lo escuchó de su padre. “Cuando llegaron los americanos, los que quedaban en el campo estaban llorando”. Antonio Muñoz salió vivo, pero nunca salió del todo. “Él contaba que para poder resistir dejó de pensar en su familia. Nunca volvió a ver a sus padres. Tenía pesadillas casi cada noche. Nunca hablaba de su familia, solo de alguna vivencia suelta de cuando era niño. Como cuando se tiraba al mar desde el Cable Inglés del puerto de Almería. Pero no hablaba de su madre, ni de su padre. Bloqueó todo eso para no hundirse”.

Salió con menos de 45 kilos de peso. Medía 1,65. Tenía 27 años. Perdió parte de la audición por un culatazo. Pudo rehacer su vida en Francia, y no volvió a España hasta finales de los años 50. En Almería fundó la agrupación local del Partido Comunista. En su casa de Almería, cuenta su hija, se reunían clandestinamente dirigentes como Santiago Carrillo o La Pasionaria. “Nos sacaban a la calle para que no les viésemos porque éramos niños y podíamos contarlo todo. Lo primero que quiso hacer cuando nos instalamos definitivamente aquí en 1963 fue organizar el partido. Y luego quiso dejar algo”.
Ese algo fue el monumento a las víctimas almerienses de Mauthausen. Situado en el mismo Cable Inglés del puerto almeriense en el que él jugaba cuando era niño, se inauguró el 5 de mayo de 1999 en este enclave por expreso deseo suyo, y representa las escaleras de granito que los presos subían en la cantera del campo. Las 142 columnas que lo rodean llevaban inicialmente los nombres de los asesinados almerienses que entonces se conocían, hoy se sabe que superan los 150. “Dijo que cuando lo vio terminado que ya podía morir en paz. Que había cumplido el juramento que hicieron en el campo: contarlo”.
“Jacinto ayudó a salvar los negativos”
En esa empresa, en la de contar el horror y dejarla plasmada para que la historia jamás lo olvide, Pepe Sedano lleva décadas entregado investigando a los deportados almerienses. “Ya vamos por 155 fallecidos en Mauthausen y unos 106 ó 107 supervivientes. Todos eran republicanos y la mayoría había cruzado la frontera francesa en el 39. Los que no murieron en los Pirineos, murieron luego en los campos. Francia no los quería. Los tenían por indeseables”.
Uno de los casos que Sedano ha documentado con más detalle es el de la familia Cortés García, originaria de Pechina (Almería). El padre, Francisco Cortés Borrás, y tres de sus hijos, fueron deportados. “José, el mayor, murió a los dos meses. Lo metieron en un autobús cuyo tubo de escape estaba conectado al interior del habitáculo para que muriesen con monóxido de carbono. Jacinto y Manuel eran menores. Sobrevivieron. Trabajaban en el comando Poschacher, fuera del campo. Por eso vivieron”.
Ese trabajo fuera del recinto permitió algo más que la supervivencia. Jacinto fue uno de los presos que ayudó a Francisco Boix a sacar del campo los negativos de las fotografías tomadas en Mauthausen. Eran imágenes de oficiales nazis visitando el campo, de cadáveres, de escenas del horror. Boix, que trabajaba en el laboratorio fotográfico del campo, logró hacer copias y necesitaba esconderlas. “Jacinto conocía a una vecina austríaca, Elena Poitner. Fue ella quien escondió los negativos en su casa, entre las piedras del muro. Lo sabemos porque Jacinto mismo lo contó y porque Elena, años después, lo ratificó”, explica Sedano.
Esas fotos fueron determinantes en los juicios de Núremberg. Permitieron probar la presencia de altos mandos nazis como Ernst Kaltenbrunner en Mauthausen, algo que él negó. Boix testificó. Kaltenbrunner fue condenado a muerte. “Jacinto fue clave en eso”, dice Sedano. “Como otros tantos, arriesgó su vida para que no se olvidara lo que había ocurrido”.

Decenas de vidas arrancadas
El trabajo de Sedano ha permitido recuperar la memoria de decenas de almerienses olvidados. Félix Quesada, de Serón (Almería), fue el prisionero español más joven en Mauthausen. Tenía 13 años y medio. Era tan corpulento que lo bajaron del convoy porque pensaron que era mayor. Su hermana de dos años murió en un campo de refugiados víctima de la celiaquía que sufría y que no se pudo tratar. Su padre también fue deportado.
Emilio Cañada, de Roquetas de Mar (Almería), pescador, murió a los tres meses de ingresar. Su tía, Amelia, aportó los datos a Sedano. Hoy una calle de Roquetas lleva su nombre. José Parra, de Berja (Almería), sobrevivió. Sedano lo localizó y habló con él. “No quería hablar. Dijo que no quería recordar”. Otro superviviente de Berja, Lorenzo González, sí accedió a hablar. Rompió a llorar varias veces durante la entrevista, según recuerda Sedano.
No había apenas mujeres, tan solo las que tenían la desgracia de ser enviadas al campo como prostitutas -marcadas en el pecho para que todos supieran que estaban al servicio de los mandos nazis-. Todos los hombres prisioneros compartían un mismo patrón: “Eran obreros, jornaleros, zapateros, pescadores. Ninguno tenía un cargo militar. Fueron a parar allí por ser republicanos, por huir del franquismo y por estar donde nadie los quería”, explica Sedano.
El monumento de Almería sigue en pie, aunque el ayuntamiento almeriense ha amagado en varias ocasiones con trasladarlo o situarlo en un segundo plano para remodelar el puerto. Al monumento lo rodean las columnas que representan a los almerienses asesinados y las amenazas de traslado que aún resuenan de fondo. La historia, como siempre, se inclina a olvidar. Pero como decía Antonio Muñoz, cuando lo miraba en silencio: “Aquí estoy arropado por mis compañeros”.
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