ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
El neo-andalucismo en la música popular independiente
Andalucía es un sitio complejo, en el sentido estricto de la palabra. Culturalmente, sobre el suelo que pisamos, han pasado tantas cosas durante tantos siglos que es normal que a veces no entendamos del todo de qué hablamos cuando hablamos de patrimonio, de legado. En un contexto en el que todo sucede tan deprisa, es entendible que nos quedemos solo con lo inmediato, y que perdamos de vista que nuestras raíces son más complicadas de lo que parece y que de ese laberinto subterráneo está brotando la parte no vemos aún del patrimonio musical que será, en el futuro, y que estamos dejando que ese patrimonio se forme estrecho, incompleto, más pobre de lo que debería.
Soy tan andaluz como la persona más andaluza de Andalucía. Me llamo Sven Olsen en redes sociales y llevo más de la mitad de mi vida publicando canciones en inglés y dando conciertos, muchos de ellos en otros continentes. No estoy bautizado, no me divierto en las ferias ni me interesan las romerías, no siento como propio nada de lo que canónicamente debería sentir por haber nacido aquí. Escribo esto un Lunes Santo que me parece maravilloso porque está cayendo agua en las sierras y los ríos, sin más.
No parezco de aquí, me dicen a menudo, pero yo no estoy de acuerdo. Me molesta, incluso, que me lo digan. Tanto mi música como mi actividad profesional en la industria musical están lógica y profundamente condicionadas por ser andaluz, por el monte que recorro en bici, las costas del Estrecho, el valle del Guadalquivir. Mi música y mi trabajo en la industria son para mí la mejor manera de expresar mi sentido de pertenencia al territorio que habito, pero siempre he sentido que el único camino para expresar quién soy como artista de una forma honesta y sincera no incluía el flamenco, la rumba, lo cofrade, las sevillanas, las chirigotas o la tauromaquia… la lista puede crecer mucho, y también nos llevaría a sitios poco edificantes si hiciéramos el ejercicio sin trampas e incluyéramos todos los ingredientes de “lo estereotípicamente andaluz” que abrazamos de forma poco crítica.
El regionalismo andaluz que se ha venido imponiendo en nuestra propia narrativa cultural es demasiado simple
Hace tiempo que siento que el regionalismo andaluz que se ha venido imponiendo en nuestra propia narrativa cultural es demasiado simple y, aunque sé que es una cuestión transversal, lo veo más claramente en el contexto que conozco mejor: la música popular independiente. Este andalucismo reciente y somero que imposta estos discursos híper folclorizados no solo simplifica y estrecha nuestra identidad cultural como pueblo, sino que también termina siendo muy útil para perpetuar el gag y que nos rían la gracia o nos toquen las palmas sin compás en Madrid o Barcelona. Yo no quiero estar en ese esquema, y creo que es muy importante reclamar un andalucismo universalista, hondo y sin complejos, del que el folclore es una parte importantísima, pero solo una de muchas. Creo que hay que reflexionar sobre lo superficial e inane que termina siempre siendo incluir según qué argumentos en nuestra producción artística de forma monolítica -o ya puestos, en la vida en general- solo por la validación inmediata que reporta a veces, y que al final es responsabilidad de todas que esto no se convierta en la normalidad del todo. Cuando en Castilla se duchaban una vez al año, nosotros éramos la vanguardia en la literatura, las matemáticas, la astronomía, la medicina, la ingeniería civil… ¿qué ha pasado para que ahora seamos las chachas y los conserjes en la narrativa cultural estatal?
Soy una persona optimista, de verdad, y sé que hay también una reclamación lícita de la raíz y de esa parte del legado de nuestra tierra, sé que algunos de los artistas que ahora manejan estos discursos lo hacen desde el corazón y la sinceridad. Veo, respeto y reconozco su trabajo, pero llevo ya el tiempo suficiente en la industria musical como para verle los pies de barro al movimiento y no puedo dejar de pensar en lo miope que me parece aceptar así de fácilmente una identidad estrecha, simple, negligente y poco respetuosa con nuestro propio patrimonio futuro, y con nuestro talento presente.
No hay que ser una persona experta en industrias culturales y creativas para darse cuenta de que el cambio de paradigma es constante y, en estas mutaciones que nos atraviesan como cultura, desde las pulsiones creativas hasta las dinámicas de consumo, por fin hemos encontrado un nombre para el momento que vive la cultura, el post-entretenimiento. Ahora, el verdadero combustible de las industrias culturales sea la adicción a la dopamina y esto es un problema que tiene que ver con lo que vengo a contaros aquí más de lo que parece.
Por bajar el balón y centrar mi discurso, hablemos de la música popular independiente. En los últimos años hemos pasado de valorar la singularidad, la conexión emocional con las canciones y su relevancia en nuestras vidas a deglutir contenido fragmentado en piezas de pocos segundos, muy, muy parecidas entre sí, segmentadas e indexadas por tags, que miramos mientras hacemos scroll con el dedo, entregándonos de lleno a ese movimiento casi autómata. Estoy conforme, no tengo ya edad para ponerme quijotesco y pelearme con asuntos tan macro y tan complejos. Para las personas que hacemos música, el verdadero problema viene cuando la validación que buscamos como artistas se convierte en algo tan superficial como la popularidad en redes, y el problema crece cuando los medios de comunicación que deberían comisariar contenidos musicales de forma independiente y de acuerdo a su código deontológico, también caen en la adicción al like. No nos engañemos: la música ya no importa, solo importa cómo de popular sea y, ah, la popularidad es una magnitud opaca y tremendamente manipulable si se manejan los presupuestos correctos.
Los patrimonios no se construyen solos y creo que deberíamos hacer un esfuerzo colectivo por dejar un legado mejor, uno que sea inclusivo de verdad, que se diseñe desde los liderazgos andaluces, uno más incómodo y menos dócil
Sin meterme en política, diré que en este caldo de cultivo mandan corporaciones transnacionales enormes, que no tienen interés por quiénes somos como pueblo ni por nuestro discurso como territorio, y que la gran mayoría de los vídeos de TikTok que veis con personas muy modernas con acentos muy marcados, nudillos haciendo compás en mesas de bares antiguos y una afición inusitada (y generalmente muy reciente) por el flamenco no son sino una respuesta a una estrategia de marketing digital. Casi siempre es mentira, o en el mejor de los casos, solo posicionamiento estético. No es suficiente para mí.
Existe una pulsión lícita de los territorios por proteger su acervo, por propulsar su visión del mundo a través de las ópticas locales, y yo estoy por completo de acuerdo con esto; es más, trabajo todo lo que puedo porque esto sea cada vez más relevante en la industria musical, en España y en Europa. Andalucía es rica, compleja e inabarcable culturalmente y es normal que las personas que vivimos la cultura andaluza de cerca sintamos el orgullo y la pertenencia suficientes como para querer empapar nuestros discursos de regionalismo, de andalucismo, pero, ¿qué andalucismo? ¿en serio somos solo esto? Si tras leerte esto piensas un rato en ello, ya habremos salido ganando todas.
Nos ha tocado un hueco soleado en el esquema cultural estatal, en el que todo el mundo hace chistes. El acento, el mismo del que se burlan en Barcelona o Madrid, es en nuestro pequeño espacio un argumento de identidad absoluta. Todas somos flamencas, todos somos flamencos en nuestro hueco chico. Si transitas este paisaje en la industria musical todo esto es por supuesto ancestral, es la voz de tus antepasados, todas hemos escuchado flamenco de toda la vida, por supuesto que sí. Debe ser por eso que yo no parezco de aquí, tóquense ustedes las narices.
Vaya por delante mi absoluta felicidad porque la cultura andaluza consiga la mayor exposición posible en todos los contextos posibles, pero si seguimos así, cuando en el año 2124 alguien esté analizando nuestra escena musical de hoy como ahora miramos nosotros cien años atrás, va a ver una realidad imperfecta, incompleta, miope y simplona. Los patrimonios no se construyen solos y creo que deberíamos hacer un esfuerzo colectivo por dejar un legado mejor, uno que sea inclusivo de verdad, que se diseñe desde los liderazgos andaluces, uno más incómodo y menos dócil.
Sobre este blog
ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/
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