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Algeciras llora al unísono al sacristán asesinado: “Llevamos años luchando por la convivencia”

Una mujer coloca una vela en el lugar en el que fue asesinado el sacristán de la iglesia de La Palma, en Algeciras (Cádiz), este jueves. EFE/ David Arjona

Néstor Cenizo

Algeciras —
26 de enero de 2023 21:15 h

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Un par de metros a la derecha de Adam Mouaouia hay una mujer con una pancarta entre las manos, el pelo cubierto por un velo y la cara surcada por las arrugas. Dice Mouaouia: “Estos actos no son aceptables. La persona que ha muerto es un hermano, un ángel. Ayudaba a todos, siempre estaba con los pobres. Yo ayer no podía dormir, pensando en el odio que iba a generar esto. Pero confío en el trabajo de convivencia de todos estos años”. La mujer llora en silencio, sin un aspaviento, mientras la enfocan casi una decena de cámaras.

A esa hora, casi las dos de la tarde, apenas quedan frente a la Iglesia de La Palma de Algeciras una ofrenda floral y una treintena de personas, gran parte de ellos musulmanes. Llevan más de dos horas explicando a todo el mundo lo que no querrían tener que explicar: que Yasine Kanjaa, presunto autor el miércoles por la tarde de la muerte del sacristán Diego Valencia y de un ataque que hirió de gravedad al cura Antonio Rodríguez, no representa a nadie. “No representa a Marruecos o al Islam. Es un terrorista. Esto no tiene nada que ver con nosotros”. Según han explicado, el joven no tenía ningún arraigo en Algeciras y apenas lo conocían de vista. La investigación apunta a que el atacante actuó solo.

A las 12 del mediodía se guardaron cinco minutos de silencio en la Plaza Alta de Algeciras, centro neurálgico de la ciudad y donde está la Iglesia donde ocurrió el ataque mortal. En la plaza, abarrotada pese a sus notables dimensiones, no se escuchó un susurro. Lo había pedido antes el alcalde de la ciudad, José Ignacio Landaluce, consciente de que su ciudad es ahora mismo un punto caliente: “A partir de ahora todo el mundo en silencio, portando respeto y cariño. No quiero nada más que no sea eso”. Al terminar, alguien exclamó: “Va por ti, Diego”, y no se oyó ningún grito de odio, ninguna proclama política.

“A Diego, Dieguito, yo lo conocía desde que era pequeño, y era buenísimo”, recuerda María Dolores Chacón, presidenta de la Asociación de Mujeres Isabel la Católica. El miércoles, tras el ataque, amigas suyas arrojaron toallas a la calle para que los servicios de emergencia intentaran taponar las heridas producidas por el arma con el que se cometió el asesinato, una katana, con la que el presunto autor ya había atacado antes al párroco de la Iglesia de San Isidro, a unos 500 metros. “Siento dolor y rabia”, resume. “Nunca hizo daño a nadie y todo el mundo lo quería, porque ayudaba a todo el mundo, también a los marroquís, para que venga alguien a matarlo a la puerta de una Iglesia. Descanse en paz. A mí esto me duele muchísimo y no podía ni acercarme”, lamentaba compungida una mujer con velo junto a la ofrenda floral.

Miguel López fue de los primeros en llegar a la Plaza Alta. Desde la oficina, oyó gritos y vio al sacristán en el suelo. Una empleada de una cafetería ya estaba llamando a las ambulancias. López cuenta que tiene una oficina inmobiliaria, y que en torno al 80% de su clientela son musulmanes. Clientes como cualquier otro.

“Es normal que haya conflicto en una ciudad de paso”

Este miércoles han llegado a Algeciras decenas de periodistas que preguntan cómo sienten los algecireños este asesinato y escudriñan indicios del riesgo que ha anidado en la cabeza de casi todos: que el crimen prenda la llama del odio. No había tales indicios frente a la Iglesia de La Palma y en pleno duelo por el hombre asesinado. Las calles y las plazas donde las personas se encuentran cara a cara no se rigen por los códigos de las redes sociales. En Twitter, las tesis del odio lleva un par de días campando a sus anchas.

Sin embargo, bastan unos minutos de conversación para que se observen trazas de un discurso construido sobre conceptos más ligeros que el odio, pero aun así inquietantes: el reproche y la desconfianza. “Hay convivencia, pero no se integran”, dice Inmaculada González.  “Yo de noche, por el barrio de La Caridad, ni loca”. “Pagan justos por pecadores. También entre los españoles hay buenos, malos y regulares, pero yo no los quiero cerca”, dice una señora. “No hay que generalizar, lo que pasa es que bajas por ahí y todas las casas son suyas y en el barrio no se puede entrar. Eso ya parece Marruecos”, añade otra a su lado. En voz baja, también se oye alguna de las tesis sostenidas por la ultraderecha y basada en bulos o manipulaciones.

En Algeciras (122.368 habitantes) conviven personas de 125 nacionalidades diferentes. La más numerosa de ellas es la marroquí, con más de 6.300 censados, el 5,2% del total, según los datos del INE. Hasta ahora no se han producido incidentes reseñables y la convivencia en el día a día, según la mayoría de los consultados, es razonablemente buena. Existe un tejido asociativo potente que desde hace años trabaja para que eso ocurra.

También los datos de criminalidad desmienten que Algeciras sea una ciudad peligrosa, aunque el último informe del Ministerio del Interior muestra un crecimiento del 27,3% en el tercer trimestre de 2023. El miércoles casi todos encuentran una historia que contar, ya sea un robo, una mala mirada o un encontronazo. “Somos la puerta de Europa, ciudad dormitorio, y es normal que haya más conflictos en una ciudad de paso”, explica Rocío Benítez, presidenta de la Asociación Victoria Kent.

Por eso, mientras portavoces y miembros de la comunidad islámica se esfuerzan por separar su religión y su nacionalidad del presunto autor del crimen, a un lado y a otro surgen pequeñas conversaciones en las que se recuerda, principalmente, la situación supuestamente irregular de Kanjaa, y acaba apareciendo su origen y sureligión. “¡Son como nosotros!”, exclama un hombre, sobre cuyo pecho abierto brilla un Cristo de oro. “¡Todos no, todos no!”. “Pero vamos a ver: si yo mañana voy a una mezquita y me pongo a pegar tiros, ¿somos asesinos los españoles? ¿Van a cuestionar mi religión?”.

Domina la pena y la rabia. También la incomprensión. Pero brota la indignación cuando un reportero de un medio de ultraderecha trata de vincular en sus preguntas al Islam con el crimen. “Aquí los ánimos no se incendian. ¡Somos todos de Algeciras!”, le increpa una mujer que no parece ni musulmana ni marroquí.

“Lo que aquí ocurre nos ocurre a nosotros”

“Llevamos muchos ando luchando por la convivencia, para que ahora ocurra esto”, dice Adam Mouaouia antes de echarse, también él, a llorar y abrazarse a una mujer. “Somos parte de la sociedad, y lo que aquí ocurre nos ocurre a nosotros. Mis hijos nacieron aquí, y esto nos ha destrozado”, lamenta Mohamed Mokkadem, presidente de la Unión de comunidades islámicas del Campo de Gibraltar. Su entidad condenó el ataque terrorista ya el miércoles por la noche, pero hoy se multiplica para repetir ante decenas de medios idéntico mensaje.

Dar explicaciones por un hecho del que ni individual ni colectivamente eres responsable plantea una paradoja. Por un lado, sienten la necesidad de explicar que su comunidad no tiene nada que ver; por otro, se ven forzados a ensayar una especie de disculpa pública para contrarrestar un discurso que observan sobre todo en redes sociales. “Yo estoy aquí como algecireña, no como musulmana”, dice Aumal Oulad. “Es evidente que si los musulmanes fuéramos terroristas en Algeciras no se podría vivir, pero me he pasado la noche explicando esto en redes. No condenan un asesinato, sino una religión”.

“Deseamos que este acto contra una persona de paz y noble no ponga en tela de juicio la convivencia que se vive en Algeciras, que es de auténtica hermandad. Aquí hay familias mixtas, cristianos y musulmanes”, dice Dris Mohamed, portavoz de la Asociación Intercultural El Saladillo. Maouaouia cree que a él, alguien conocido y respetado, no le pasará factura, pero se pregunta: “¿Cómo van a mirar a una mujer con pañuelo cuando pase de la Plaza Alta?”. “Antes hemos rezado aquí y ha habido comentarios. No importa, son pocos. Ahora habrá más, pero Andalucía es cuna de convivencia”, concluye.

“Hoy yo veo miedo y consternación. Creo que se irá paliando, pero las emociones son difíciles de gestionar, y ayer [por el miércoles], aquí se vivieron las emociones a flor de piel. Aunque puedas escuchar a alguien el discurso del odio, en lo cotidiano hay convivencia, y esa persona puede prestarle el azúcar o su mujer ser amiga de Yamila”, resume Rocío Benítez. ¿Hay razones para temer que prenda la llama? “Mi previsión es que será un hecho aislado… por el bien de Algeciras”. 

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