Día 14 del estado de alarma: la cocina

Adoro cocinar y toda su liturgia. Llevo cocinando desde muy chiquito, desde que ayudaba a mi madre con la masa de las rosquillas de anís. En casa siempre había bizcochos de limón, latas antiguas que atesoraban rosquillas y galletas, y un sinfín de dulces que hacía mi madre: natillas, flanes de huevo en unos moldes de aluminio abollados con el caramelo pegado al fondo, batidos de fresa natural, a los que le sacaba una espuma densa...

Me gusta cocinar y recordar los olores de mi infancia, los sabores y los colores. Disfruto la cocina desde el primer acto, que comienza cuando decido el menú y salgo a comprar. Soy más de mercado que de supermercado, más de frutería cercana que de grandes superficies. Me gusta el trato cercano, hablar con los tenderos entretenerme, preguntarles, aprender. Eva, mi pescadera del mercado de las palmeritas, me pone de vez en cuando un whatsapp “Luis vente para acá que tengo unas coquinas de Punta Umbría que quitan el sentido”. Rocío me ve pasar por delante de su frutería y me dice “llégate luego que tengo aguacates de los que a ti te gustan”. Llego a casa, donde comienza la parte central de la obra, el sanctasanctórum, y la cocina se llena de olores a especias, al pan que se cuece lentamente en el horno. Después, uno de los grandes momentos, abro una cerveza helada mientras pico esto y lo otro, atiendo la sartén y le doy una vuelta con la cuchara de palo al sofrito.

Ahora, en estos días de arresto domiciliario general, la cocina ha vuelto a salvarme. Es una isla donde refugiarme de tanta mala noticia durante un rato. Echo de menos el salir con tanta alegría a comprar. Rocío me atiende en su frutería con guantes de de plástico y mascarilla. El mercado vive horas bajas, no tiene la alegría de antaño, los clientes lo recorremos separados unos de otros, mirándonos con cara de sospecha. Pero todo esto pasará y volveremos al griterío, a las charlas, a las risas, y espero que lleguemos a tiempo, cómo no, de escuchar a mi amigo Julián desde su mesita de camping a voz en cuello “tengo el caracol, tengo las cabrillas, vamos mi arma que se me acaban”. Entonces sí, habrá llegado la primavera. (El balcón de Luis)

Las 'berenpizzas'

(La ventana de Fermín) En mi cocina hemos enchufado ese aparato blanco que estaba al fondo, abandonado, ignorado… Se llama Thermomix y es como la lámpara de Aladino pero con lentejas dentro.

Para que funcione, es imprescindible, por ejemplo, el trabajo de Javi, el pescadero al que le pides las coquinas vía Whattsapp y te las trae a la puerta. O el de Carlos, el frutero que te permite tener la huerta en tu cocina sin pisar la calle.

En estas dos semanas hemos hecho (queda muy bien el plural en estos casos) coquinas a la marinera, natillas caseras, pollo en salsa, y hasta, ojo, sin la Thermomix, unas delicias llamadas “berenpizzas”. El nombre no existe, pero tampoco existía el confinamiento. La vida nos ha enseñado en estas dos semanas hasta una nueva gramática.

Las frases de mi madre

(La ventana de Lucre) Todo el mundo, o muchos que conozco, han decidido que la cocina es una opción interesante para ocupar el tiempo. En mi caso no es opcional, y claro, así el asunto tiene menos gracia. Son los días es que los padres de las criaturas echamos de menos el comedor escolar y, sobre todo, son los días en los que yo recupero frases de mi madre: “Esto de pensar qué daros de comer es una lata”. U otro gran clásico: “todo el trabajo que da la cocina y os lo coméis todo en cinco minutos”.

A pesar de que cocinar me hace gruñir un poco, la verdad es que me da para pensar en que puedo cocinar todos los días, en que otras familias echan de menos el comedor pero porque es la única comida del día. En que el comedor social de al lado de mi casa sigue abriendo porque ese sí que es “esencial”. En que no nos podemos cansar de repetir que somos afortunados aunque suene a película de Navidad de después de comer, que la comida siempre es buena excusa (si es que hace falta alguna) para llamar a hermanas, hermanos, padres, suegros para pedir una receta. Y que lo será cuanto termine el encierro y, como ya hemos quedado, lo celebraremos con una fiesta en nuestra calle.

Atún encebollao

(La ventana de Ale) Me tenéis un poco mosqueao. Ahora resulta que vuestra niña es Celine Dion y vuestro chico, Luciano Pavarotti. Que, aunque estéis enclaustrados en cincuenta metros cuadrados, os estáis poniendo más fuertes que Schwarzenegger en Terminator. Y, lo que más me fastidia: que, después de la cuarentena, el Celler de Can Roca va a tener que echar el cerrojazo, porque sois la leche entre fogones.

Desde que me fui de erasmus, tengo dos platos estrellas: atún encebollao -con guarnición de arroz blanco- y fajitas de pollo, acompañadas de totopos. Vamos, con un paquete de Doritos y guacamole del Mercadona. Y de ahí no me saquéis. Es la comida del fin de semana, los voy alternando… Ahora me los alterno todos los días. Vamos, que voy a salir rodando de esta cuarentena.

El caso. Dejaos de esfericaciones, reducciones y nitrógenos. Dejamos también de que si habéis desempolvado la receta del puchero de vuestra abuela o el arroz al horno de vuestros ancestros. Que a mí no me engañáis… que os he visto comeros los whoppers doblaos. Y descongelar san jacobos como si no hubiera un mañana.

Sin nevera

(La ventana de Javi, en Tomares) Si toda esta maldita encerrona que está matando a tanta gente tiene mucha pinta de guerra, quedarse sin nevera lo hace parecerse más. Pues sí, la semana pasada decidió romperse. No era buen momento, está claro, pero menos mal que no estaba tan llenita como la de la canción machirula del Arrebato y además el congelador, misterios domésticos, funciona perfectamente. Ha cumplido con su ciclo vital y le estamos muy agradecidos a su servicio. Como la otra canción, nos hemos acostumbrado a estar sin ella, no sé si por hacernos un poco los masocas o por lo que sea, aunque al final hemos cedido y hemos comprado una online. Quién sabe cuándo llegará y hasta qué umbral deberá pasar el buen hombre que nos la traiga. Si hubiera sido verano, nos hubiéramos apurado un poco más, eso sí, pero hemos tenido que tirar algunas cosillas, con honda pena, bien es sabido.

Mientras, estamos sobreviviendo con mucha fruta y mucha verdura (para compensar la falta de ejercicio), que aguanta bien sin los frescores del electrodoméstico. Y hasta hemos hecho debutar al salmorejo para alegría de los niños, que lo devoran como si no hubiera un mañana y es ese el momento en que visualizo las vitaminas del tomate y la manzana entrando en sus cuerpitos junto al aceite de oliva y me pongo muy contento como padre que soy. Por lo demás, igual que con los teletrabajos y con todo lo demas, hacemos lo que podemos. Hoy, hemos podido hacer canelones.