Día 7 de estado de alarma: la distancia

Distancia:

1. Espacio o intervalo de lugar o de tiempo que media entre dos cosas o sucesos. 2. f. Diferencia, desemejanza notable entre unas cosas y otras. 3. Intervalo de tiempo o lugar entre dos cosas o personas. 4 Trato frío poco amistoso con alguien. 5. Lugar que se ve de lejos.

Cantaban los panchos “dicen que la distancia es el olvido”. Pues, en este caso, parece que esta distancia impuesta nos hace estar más próximos. Estamos recuperando amigos con los que hacía tiempo que no hablábamos, contactamos con familiares lejanos para preguntarles cómo están, hablamos a diario con nuestra familia para darnos ánimos, salimos al balcón a aplaudir para sentirnos unidos y fuertes con nuestros vecinos ... Yo diría que está distancia impuesta nos hace estar más cerca que nunca. Las diferencias se aparcan para dar paso a las coincidencias, el trato frío y poco amistoso se convierte en aplauso, abrazo y y buenas intenciones, las diferencias y desemejanzas notables se transforman en semejanza y coincidencia, porque de alguna forma este virus y esta situación nos iguala a todos. Dicen los matemáticos que la distancia más corta entre 2 puntos es la línea recta, yo diría que es el estado de alarma el que ha acortado la distancia entre los ciudadanos más que nunca. (La ventana de Luis)

Teléfonos fijos

Como muchos, hemos desempolvado el teléfono fijo, o sea, que lo hemos vuelto a conectar porque había arrancado el cable de la pared, harta ya de que solo nos llamara Orange o Vodafone, y casi siempre a la hora de la siesta. Pero estos días se ha convertido en un aliado para entretener a las niñas y no gastar tantos datos, clave cuando aquí hay quien tiene teletrabajo y telecole.

Envié un whatsapp a los padres de los amigos más íntimos de mis hijas, y les pedí sus números de teléfono fijo, que la mayoría tiene, igual que nosotros, para nada. Lo propuse de manera intuitiva, pero luego he visto que las compañías nos han instado a hacerlo para que efectivamente no vaya a petar la red. De hecho, esta semana ofrecían cifras: las llamadas de teléfono fijo se habían incrementado por encima del 100% en algunos casos, y ahí mis hijas han aportado lo suyo.

Eso se lo dejo a ellas, porque confieso que con mis colegas no puedo resistirme a unas cervecitas de mediodía o a un par de copas de vino por la noche, pero viéndonos las caras. Skype, básicamente, aunque tengo otro grupo, que es más de la vídeollamada múltiple por whatsapp. Máximo para cuatro. El dress code es pijama, chándal o un mixto, aunque tengo un par de amigas que son divinas ellas y se ponen monísimas y se pintan hasta los labios.

Nos contamos nuestras cosas intentando no híper analizar lo que nos está ocurriendo. De fondo, mi hija más pequeña ya ha cogido el teléfono fijo otra vez. Está hablando con su amiga Ángela. La escucho contar: 1, 2, 3, 4… ¡Están jugando al escondite! Fácil: se conocen bien el piso la una de la otra y se entregan a este clásico de la infancia con una ingenuidad absoluta que sabe a felicidad (La ventana de Olga)

“Qué cerquita estamos”

(La ventana digital de Susana) Nunca la distancia nos acercó tanto. Ni tampoco nunca las cuarentenas nos hicieron parecer tan jóvenes. Porque hemos aprendido a marchas forzadas a relacionarnos a través de las pantallas, los teclados, los móviles o las consolas. Esos territorios liderados por hordas de niños curiosos, adolescentes iniciados y de jóvenes modernos.

Y, fíjate cómo son las cosas, ahora todos, da igual edad e, incluso me atrevería a decir, condición, hemos venido a encontrarnos en una red que está transformando nuestro encierro en toda una suerte de posibilidades. En una suerte de ventanas al mundo. Por cierto, que tampoco un nombre nunca estuvo tan bien puesto: Windows.

Por esas ventanas virtuales en esta cuarentena que contamos de 15 en 15, las distancias se hacen pequeñas. Se hacen rápidas de superar. Se hacen manejables. Nos sentimos como superhéroes alados que, en nada, se sitúan en casa de nuestros amigos, en la sala de reunión del trabajo y sobre todo, lo más importante, en el salón de nuestros de nuestros mayores que afrontan solos este encierro, con una enorme dignidad pero también con ese afán incorregible de aprender siempre algo nuevo. Mi madre es una de ellas. Tutoriales de Pinterest, post en Facebook con sus amigas de juventud, sudokus digitales, emoticonos para señalar cómo se encuentra, vídeos de youtube enseñándole alguna nueva actividad. Y la estrella de esta temporada de encierro: las vídeollamadas.

Aparece sonriente, se viste para que la veamos guapa, hace cosas durante el día para tener cosas que contarnos. Hacemos llamada a cuatro. Madrid, Sevilla, Cádiz; sin kilómetros de por medio. Yo cuento y ellos me cuentan. Mamá dice: “qué cerquita estamos”. Porque se trata de eso. De que este retiro voluntario (prefiero pensar que todos lo estamos haciendo por responsabilidad más que por obligación) nos enseñe a valorar lo que tenemos a diario.

En esta cuarentena en la que ganamos con distancias largas, que son las que nos mantienen seguros, seguimos echando de menos esas otras que nos hacen sentir felices y, sin embargo, estas distancias nos han enseñado a decir te quiero, a sentirnos cerca, a cuidarnos de lejos.

Os dejo, que ha entrado una llamada a cuatro…

De acera a acera

(Ángela) Nunca me ha gustado levantar la voz. Lo saben mis amigas, a las que en cada cena de Navidad intento aplacar con gestos tan enfáticos que me hacen parecer el controlador de pista de un portaviones. Me incomodan los achuchones a destiempo, la gente del dedito en el hombro, quienes caminan junto a ti haciendo una diagonal, achicando tu espacio hasta hacerte rozar el yeso de las paredes. Si alguien me mira a los ojos durante demasiado tiempo, me pongo colorada. Hoy es raro encontrarse a tanta gente así, con la mirada baja, entre temerosa, avergonzada y triste. Ver a los demás cambiar el paso al verte. Tragarse las palabras, como si en cada sílaba emitida viajara el virus agazapado.

Hace unos días, guardando disciplinadamente cola en el exterior del supermercado, me crucé por sorpresa con mi mejor amiga. Hablamos a gritos de una punta a otra de la plaza. Nos reímos con la mirada. Dejamos correr el turno. Nos intercambiamos, como terroristas, gel hidroalcohólico. De vuelta a casa, fuimos charlando de acera a acera, sin importarnos que se enterara toda la calle.

Somos así

(La ventana de Fermín) Mariela y Marcos tienen un desavío en mi calle de Gerena. Son de esas tiendas en la que, no se sabe cómo, siempre hay de todo y a todas horas. Son dos visionarios. Hace un mes ampliaron su tienda hacia la calle, solo para tener más espacio, y resulta que se estaban adelantando a lo que ahora es imprescindible. Un cartel en su entrada recuerda que hay que estar separados un metro como mínimo.

En el colegio nos ponían en fila separados en horizontal, con los brazos en paralelo al suelo. Si no nos tocábamos, la clase de gimnasia comenzaba, porque la formación era perfecta. El coronavirus nos ha devuelto a casa, al colegio, a sepárarnos para estar juntos. Damos vueltas casi en círculos cuando nos cruzamos con alguien por la calle. Huimos de lo que no podemos tocar evitando tocarnos. Somos así.

Tan lejos, tan cerca

Aquí y ahora. Lo repito -me lo repito- como un mantra. Parezco budista. Aquí y ahora estoy rodeado de personas a las que amo y adoro. No están lejos, están conmigo.

Cerca, muy cerca, está Irene, su paz y su amor. Cerca está Pepa y sus siestas eternas. Cerca está Carmen y su alegría adolescente. Cerca está Alberto y sus amores perrunos. Cerca está papá, con la belleza en la retina. Cerca está mamá y su amor inagotable. Cerca está mi abuelo, con sus chilindrinas. Cerca está Mabel y su lucha en primera línea.

Cerca está Manuel y su amistad infinita. Está Iraida y su optimismo ilimitado. Cerca está Esther, su padre y un brindis con cava. Cerca están mis ‘berlineses’, puro ritmo y amor. Está Kala y mi pavor a sus ladridos. Cerca está Marifé, que la calma y nos manda de paseo. Cerca están mis compañeros, tecleando sin descanso. Cerca están Pablito y Manuel, risa y melodías. Cerca está la paz. Y lejos, la rabia. (La ventana de Alejandro)