Día 59 en estado de alarma: pasos atrás
En primero de carrera, un profesor de cine nos escupió que, aunque estuviéramos de cuerpo presente, seguíamos en el útero de nuestras madres. El motivo de su enfado era que la treintena de estudiantes adolescentes que tenía enfrente no había visto ‘Centauros del desierto’.
El lunes cuando pisé la calle me acordé de él: me sentía rompiendo la agradable placenta doméstica: una casa libre de virus y sin hordas de bebedores sociales echándose una fresquita. Me encanta una fiesta y una charla de bar. Pero así, paso. No le veo la gracia a sentarme en un velador preguntándome todo el rato por la higiene, la distancia social y la bulla a mi alrededor.
Así que, con permiso de aquel profesor de la carrera, yo me vuelvo a mi placenta particular. A echarme la penúltima (y todas las anteriores) en casa y a invertir la última escena del clásico de John Ford. John Wayne cierra la puerta… pero, esta vez, se queda en casa. (La ventana de Alejandro)
Un pasito para adelante y otro para atrás
Son muchas las canciones que en su estribillo hablan de un paso para adelante y un paso para atrás, desde Ricky Martin a la Yenka, pareciendo ésta la banda sonora del desconfinamiento progresivo. Y es que en cuanto se ha abierto la puerta, se nos ha ido de las manos, hemos bajado el nivel de conciencia y hemos relajado nuestra protección y la de los que nos rodean. Entiendo que han sido muchos días encerrados, entiendo que somos humanos y nos cuesta mucho tenerle miedo a algo que no vemos, y si la televisión no abre todos los días con el número de muertos, pues parece que la COVID-19 es la mascota de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.
Todos pensamos que por un poquito que nos relajemos no va a pasar nada; el problema es cuando eso mismo lo piensan otros cincuenta millones de personas.
Así que todos hemos visto en estos días muchos bares llenos sin las medidas de seguridad respetadas, la gente por la calle agolpada corriendo, andando o en bicicletas, que parece que estemos en Amsterdam en hora punta y los coffee shop gratis. Prácticamente nadie usa ya guantes y llevamos la mascarilla por debajo del mentón, como si quisiéramos evitar que se descolgara esa papada incipiente. Me recuerda cuando no usábamos casco en la moto y lo llevabas colgado del brazo por si te paraba la policía.
Llegan noticias inquietantes de Alemania, Corea y China. Sería más que deseable que no nos despistáramos en exceso y que no nos coja el toro como ocurrió hace 2 meses, cuando todos contábamos chistes y en las redes circulaban memes de coronavirus.
Y todo ésto levantado por ciertos políticos con prisa, algunos con mucha prisa y muy cabreados, presionando otros con sobredosis de lejía y diciendo tonterías sumamente inquietantes. Que tenemos que salir y empezar a generar empleo está claro, pero habrá que intentar que no sea en el sector de los tanatorios. (La ventana del Luis)
El bicho sigue ahí
Vale, son excepciones, pero hay que evitarlas. Lo del bar lleno de gente en la puerta en Nervión puede ser una excepción, pero hoy han cerrado uno que, para más gracia, no tenía licencia de apertura ni veladores. Nos llama la atención por aquello de la teoría del 1-11, esa que dice que cada persona que porte el virus la puede transmitir a 11 personas, y así sucesivamente.
En medio de la vorágine, en Lepe han denunciado a cuatro mujeres que el domingo estaban de fiesta en una azotea. Algunas defensas de redes sociales dicen a las claras que el ser humano lleva camino de extinguirse: “Bueno, si la hacen un día después sería legal”. No nos enteramos, y mientras nos pegamos unos a otros alegremente, el bicho sigue ahí fuera. (La ventana de Fermín)
La bajada
No sé si es un paso atrás o la montaña rusa emocional que ya tocaba. Y no me refiero a los bares. Me explico: primero te adaptas, subes tu propia cima. Has hecho un trabajo de caminar paso a paso en el confinamiento, para que no se te echara todo encima. Te has tomado tu cola-cao optimista mañanero para afrontar cada día. Y un café si se tercia. Y llega la bajada (la desescalada) y quieres bajarla despacito como te dicen, porque no hay prisa. Lo importante es llegar abajo. Eso lo sabe cualquiera que haya hecho un pico grande o pequeño alguna vez. Lo difícil que es bajar. Pero hay días en los que el cola-cao se amarga, la conciencia se relaja y sólo sale pronunciar algo así como: “paso de ponerme mascarilla, y los guantes, y sólo huelo a gel... porque estoy hasta las narices”. Esos días es mejor parar y mirar el paisaje un rato en la ladera. En realidad, es mejor no salir. (La ventana de Lucre)
El espejo de Corea
Corea del Sur está de moda. El triunfo mundial de la película ‘Parásitos’, cuya popularización ha dado rabia a los habituales seguidores del cine de Bong Joon-Ho porque les parece que eso los vulgariza a ellos, ha despertado todavía más la curiosidad por un país cuyos habitantes se han ido convirtiendo los últimos años en los turistas que más han crecido en nuestra tierra. Claro que quizá no nos hemos dado cuenta porque los asiáticos nos parecen todos iguales.
El modelo coreano en la lucha contra el coronavirus también ha dado la vuelta al mundo como uno de los más eficaces, y un espejo donde mirarse, para muchos más cómodo que en el chino, por razones obvias. Por eso, ahora que vemos cómo han tenido que recular por los rebrotes de la enfermedad, nos planteamos que lo mismo pueda ocurrir en España, donde vamos por la tercera semana de ensayo de la desescalada. Por el momento, superamos las dos semanas del primer desconfinamiento, el de los niños, sin que reputaran los contagios.
Pero miramos a Seúl, cuyo éxito en el control de la letalidad de esta enfermedad se atribuye a que reaccionó rápido cuando empezó la pandemia, y lo ha vuelto a hacer cuando han rebrotado los casos, que ha sido al calor del ocio nocturno, parada que todavía nos queda algo lejos, pero que llegará, y lo espero, pese a los malos augurios que muchos parece que quieren que se cumplan solo por tener razón. Ojalá no la tengan, claro. (La ventana de Olga)
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