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La Abengoa de Benjumea ha muerto. ¡Viva Abengoa!
La dimisión de Felipe Benjumea Llorente como presidente ejecutivo de Abengoa, anunciada este jueves, tras uno de los años más convulsos de la historia de la compañía, supone el final de una era.
Generación y media, eso es lo que ha resistido la dinastía Benjumea. Apenas dos décadas y media han aguantado Javier y Felipe Benjumea Llorente al frente del imperio empresarial levantado por su padre al terminar la Guerra Civil española. Una pequeña empresa de montajes eléctricos que convirtió en una de las pocas multinacionales españolas y la única andaluza.
Desde que sus hijos Javier y Felipe se hicieran cargo de su gestión a principios de los 90, pasaron de lo que en la propia empresa definen como “Etápa de crecimiento continuado”, a otra de “innovación” y “liderazgo internacional” para llegar a la “Abengoa de hoy”. En realidad una compañía en manos de los bancos, que 'hoy' no sólo obligan a vender buena parte de sus activos (1.200 millones de euros) para hacer frente a su deuda, sino que mandan a su presidente Felipe Benjumea a casa 25 años después de heredar el despacho de su padre.
La pérdida de las riendas de la sociedad por parte de la familia fundadora supondrá mucho más que un cambio de nombres. Es la muerte, por fracaso, de un estilo de gestión opaco y sombrío, dominante e intolerante, altivo, distante y soberbio, incompatible con la flexibilidad, agilidad, y transparencia que exige la gestión de una sociedad cotizada en la actual economía globalizada.
La cabeza de Felipe Benjumea Llorente ha sido el precio a pagar para garantizar la supervivencia de una empresa agobiada hoy por las deudas, y, sobre todo, por la falta de confianza de los inversores en la capacidad de los Benjumea para sacarla adelante. Porque Abengoa es una multinacional que cotiza en los mercados bursátiles, y, por lo tanto, propiedad de una miríada de accionistas que le confiaron sus ahorros, directamente o a través de fondos de inversión. Pero seguía siendo dirigida a imagen y semejanza del estilo personalista, impaciente, e intransigente, de su fundador, Javier Benjumea Puigcerver, acostumbrado a ser tratado con reverencia.
En 1941, en pleno ostracismo internacional hacia el régimen franquista, con el mundo aún inmerso en lo más profundo de la II Guerra Mundial, Javier Benjumea, fundó Abengoa en Sevilla sobre la base de dos puntales muy franquistas, la familia y la Iglesia.
Como sobrino del primer ministro de Economía de Franco, y su primer gobernador del Banco de España después, contó dentro del país con mucho más que el favor de los gobiernos de la época. Y contó fuera de sus fronteras con el apoyo de la Compañía de Jesús, al ser uno de los pocos españoles que decidió acabar sus estudios de Ingeniería en la universidad jesuita de Lovaina (Bélgica), tras la disolución de la orden en España por el Gobierno de la República.
A partir de ahí, Benjumea se iría haciendo un hueco en los negocios de la élite más poderosa del régimen, convirtiéndose en una de las mayores fortunas del país, y relacionando a sus hijos con las familias mejor situadas, incluida la del rey Juan Carlos.
Eso es, pues, lo que se acaba con la salida de sus herederos de la gestión directa de la sociedad. Muere el último vestigio de la economía franquista que aún coleaba, y es sustituido por profesionales liderados por un consejo de administración también profesionalizado, obligados a defender los intereses de sus propietarios, de todos sus propietarios, y no sólo los de las familias fundadoras.
La Abengoa de Benjumea ha muerto. ¡Viva Abengoa! (Todo lo cual no excluye, ni mucho menos, sustos futuros. 'Das auto')