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Historietas
Sostienen los entendidos que la clave de la política actual es el relato, es decir, disponer de una historia que consiga conectar con el ciudadano y persuadirlo. Las historias mueven las emociones y éstas a las personas. No es nada nuevo, siempre ha sido así: desde el cuento alrededor del fuego en el principios de los tiempos, hasta las más depuradas estrategias de comunicación moderna de los llamados spin doctors (asesores y expertos) que ahora nos inundan. La narrativa de los mensajes políticos es esencial, y tan malo es carecer de ella como pasarse de rosca en el melodrama y el manejo de los arquetipos del malvado y el libertador. El primer caso es el del PSOE andaluz, que se quedó en blanco al perder la Junta después de 36 años y sigue en estado ameba; y el segundo, el del PP y Ciudadanos, sus sucesores en el Gobierno, tan sobreactuados en la propaganda discursiva y escénica como infecundos en la gestión.
La desorientación de los socialistas andaluces dura ya un año. Se quedaron sin relato tras salir de San Telmo y desde entonces han actuado como si su destino inexorable fuera vagar por los océanos de la política igual que el holandés errante. Incapaces de escapar de la perplejidad en la que le sumió la alianza de las tres derechas para desbancarlos, sus respuestas han sido poco más que unos agónicos manotazos al aire. Es verdad que en este tiempo han recibido un golpe detrás de otro. El último, el de los ERE; pero ni siquiera este mazazo formidable es el motivo de su deambular de boxeador sonado. Tampoco el acusado desgaste de la figura de Susana Díaz, a la que han encañonado todos los reflectores, incluidos los de su propio partido dentro y fuera de Andalucía, y el consiguiente dilema sobre los futuros liderazgos.
La realidad es que el PSOE andaluz no sabe qué contar. Como les pasa a los estudiantes ante un examen, el estrés de la nueva situación le ha superado. El armazón de la anterior etapa que manejaba con soltura (con sus efectivos mitos y metáforas) es inservible y no ha acertado a hilvanar una narrativa atractiva y cautivadora, capaz de emocionar y trascender al ruido y al escepticismo social. Ni siquiera ha intentado armar una defensa del asedio implacable. La Sherezade de Las mil y una noche interrumpía sus cuentos en el punto culmen para crear suspense y que el sultán pospusiera su decapitación. El escritor e investigador francés Christian Salmon dice que eligió para su segundo libro sobre el relato político (storytelling) el título de La estrategia de Scherezade (Ediciones Península) porque éste “no tiene otra razón de ser que la de prolongar una vida política condenada y retrasar la ejecución de la condena a muerte que el rey (es decir, el pueblo) ya ha pronunciado en su contra”.
Excesos e indigestión
En el lado opuesto, el autoproclamado Gobierno del cambio está a punto de saturar por grandilocuencia de relato. Desde que entraron en la antigua residencia de los Montpensier, al redoble de tambores y trompetas, como Ben-Hur lo hizo en Roma junto a las legiones, PP y Ciudadanos -y sus aliados de Vox- han proclamado su epopeya hasta el hartazgo. Salvadores de un pueblo que persiste en la equivocación porque sigue votando socialista en las sucesivas citas en las urnas, han llevado al paroxismo la narrativa política más clásica: los héroes se rebelan y pese a las dificultades, luchan contra el mal y restauran el orden. Ellos sí que han exprimido al máximo la táctica de Sherezade, pues son conscientes de la carambola que les llevó al poder y de cuánto necesitan encadenar narraciones para que el sultán siga abstraído con las historias.
Los excesos suelen devenir en indigestión. Un año entero escuchando la buena nueva del cambio sin hechos que la sustente resulta demasiado. Atiborrar de ERE y sus derivadas, repitiendo las mismas noticias en bucle, también es perecedero, aunque destacados cargos gubernamentales estén eufóricos al pensar que el chollo durará lustros, y que cada vez que el PSOE trate de levantar la cerviz le abatirán con una colleja. No obstante, además de saberse al dedillo gestas y hazañas y la colección completa de chismes del perverso enemigo, el ciudadano quiere saber, por ejemplo, por qué le han cancelado la operación, cerrado el centro de salud y por qué las pruebas se eternizan. Y es que o el relato político se renueva constantemente para mantener al elector siempre hipnotizado y evadido o las historias terminan por convertirse en historietas.