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Opinión - De Bannon a MAR. Por Esther Palomera
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Ciudadana del País de la Distopía

La autora de este artículo, en el acto para adquirir la nacionalidad de Estados Unidos.
29 de enero de 2025 21:19 h

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Cinco días después de la ceremonia de inauguración del presidente Donald Trump en la que su asesor Elon Musk realizó el saludo nazi, me hallaba yo a una sala en la corte de San Diego, California. A la entrada, me pasaron una bandera de barras y estrellas, y un librillo como esos que dan en las iglesias para rezar. 

Cuatro días antes de que Trump pausara la financiación de subvenciones y préstamos federales hasta nuevo aviso, me senté frente a un juez magistrado con otras 114 personas de 24 países. 

Tres días antes de que Trump declarase que las personas trans no pueden servir en el ejército de Estados Unidos, me levanté, me puse la mano en el corazón y prometí tomar armas por los Estados Unidos si así me lo requirieran. 

Dos días después de que Trump pusiera en pausa todas las actividades de los Institutos Nacionales de Salud, juré defender la Constitución de Estados Unidos contra enemigos extranjeros y nacionales. 

Un día después de que un juez bloqueara la orden de Trump de suspender la ciudadanía por nacimiento, me hicieron ciudadana de un país que se ha convertido en una distopía. 

Debajo de las sonrisas, en el rabillo del ojo, se notaba que algo no iba bien. Esta no era una ceremonia de ciudadanía como todas las demás.

A pesar de lo que había ocurrido en Washington en los días precedentes (y lo que estaba a punto de pasar), el ambiente en mi ceremonia de naturalización era festivo y congratulatorio. Un crisol de distintos idiomas, formas de vestir, tonos de piel y rasgos faciales, pero todos sonrientes, todos con una sensación de haber cruzado la línea de meta. 

Sin embargo, debajo de las sonrisas, en el rabillo del ojo, se notaba que algo no iba bien. Esta no era una ceremonia de ciudadanía como todas las demás. 

La primera evidencia vino cuando la representante del Registro de Votantes Rebecca Lee comenzó su discurso citando al presidente saliente. “Biden nos advirtió de los peligros de convertirnos en una oligarquía. Queremos defender nuestra democracia y un gobierno de las personas para las personas”, aseguró Lee, animando a los presentes a registrarse y participar en las próximas elecciones.

Poco después, el juez magistrado Daniel Butcher prosiguió nombrando cada uno de los 24 países originarios de las personas que allí nos encontrábamos para jurar la bandera yanki. Cuando dijo España, yo fui la única que me levanté. Cuando dijo México, tembló el suelo al paso alante de media sala. 

A pesar de los ominosos titulares y esta desastrosa primera semana de gobierno de Trump, me niego a decir, pensar o sentir que este país es solo malo

No voy a mentir diciendo que no sentí nada, que tan solo fue un trámite, pues una no es de piedra. Que al escuchar las líneas del himno que dicen The land of the free, and the home of the brave (la tierra de los libres y la casa de los valientes) no se me removió algo por dentro. Porque sí.

Y es que a pesar de los ominosos titulares y esta desastrosa primera semana de gobierno de Trump, me niego a decir, pensar o sentir que este país es solo malo. Que el hecho de que 77 millones de personas votaran por un señor naranja que dice estar en contra de inmigrantes, latinos, progres, gays, trans y wokes hacen que este lugar no merezca la pena. 

Quizás sea porque vivo en una esquina donde si me subo al tejado de mi casa en un día claro veo México, las colinas bulliciosas de Tijuana y la bandera verde, roja y blanca. Porque trabajo en una universidad donde florecen personas como yo. Porque junto a mis vecinos somalíes, vietnamitas, mexicanos y brasileños convivimos en paz y armonía, celebrando juntos cumpleaños y saludándonos a la hora de llevar a los niños a la escuela. 

En definitiva, porque mis hijos han nacido aquí y con todas sus fallas, creo que hay muchas razones para quedarse en estos Estados Unidos y luchar por los que vienen detrás. Por quienes llegan a la frontera desesperados y sueñan con un día convertirse en ciudadanos distópicos, como yo.

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