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Europa, qué Europa
Europa, como lo verde, empezaba en los Pirineos; ocurría cuando España era la reserva espiritual de occidente y nos atraían más los despampanantes bikinis de las suecas del landismo que el estado del bienestar de Suecia, infierno y paraíso. Luego, vendrían el Mercado Común y los fondos Feder, la reconversión naval y las cuotas pesqueras, los agricultores franceses tirando por los suelos las hortalizas españolas como los tractoristas hispanísimos que hoy rajan tela de los productores marroquíes.
Con la Unión Europea conocimos el noble arte de las autopistas, las fronteras sin guardias y los idilios entre Mariano Rajoy y Angela Merkel paseando en barca al resol del Retiro, o de Ursula Von Der Leyen y Pedro Sánchez, con Alberto Núñez Feijoo metiendo un pulpo de por medio en plena queimada, como en uno de esos telefilms alemanes que han enseñado a media Europa la españolísima costumbre de la siesta.
Hay elecciones europeas, pregonan, aunque media España sigue sin saber que su soberanía es un adosado en régimen de multipropiedad, en manos de una cooperativa con sede en Estrasburgo y en Bruselas. Sorprendentemente, en esta ocasión, hemos nacionalizado tanto los comicios del 9 de junio que seguro que todos los cuñados piensan que Georgia Meloni se presenta, en realidad, a alcaldesa por Fuengirola.
Sin embargo, al grueso del electorado habitual las elecciones europeas le despiertan el mismo entusiasmo que las reuniones de la comunidad de propietarios de su bloque. Que lo que más pueden influirle, piensa, son las derramas en el Euribor del Banco Central Europeo o el horario para tirar las bolsas de la basura de la agenda 2030.
El tono gris marengo de la Eurocámara transmite a la opinión pública la misma impresión que un afterhours sin alcohol o una barbacoa para veganos. Y, para colmo, ya no están a bordo los británicos de la Gran Bretaña, que al menos animaban el cotarro de tarde en tarde haciendo balconing con el Brexit.
De ahí, quizá, el desánimo sufragista que nos embargará el próximo domingo, a no ser que, quizá con los fondos Next-Generation, logren llevar urnas móviles a las playas. Sorprende, frente a ello, el denuedo de los candidatos, las expectativas de los partidos que concurren a la cosa, con todos gritando al unísono la misma y veterana contraseña: Que vienen los bárbaros. La única diferencia, esta vez, es que los bárbaros del norte reniegan de los del sur; los del oeste, de los del este; y los españoles, de sí mismo. Pero el alarido es el mismo: que vienen los bárbaros, que viene el lobo. Y, me temo, la suerte vuelve a estar echada.
¿Qué Europa vamos a votar este domingo? ¿La de los mercaderes o la de los pueblos, por seguir una vieja terminología aún vigente? Las urnas dirimirán quien habrá de gobernarnos durante los próximos cinco años: los que quieren atenuar la huella de carbono o los que quieren potenciar el Carbono 14 de sus ideas antediluvianas, que ahora vuelven a cotizar fuerte en las bolsas de las modas ideológicas.
¿Por qué Europa vamos a apostar? ¿Por la de la directiva de la vergüenza o por la que abrió las puertas a los refugiados ucranianos? ¿Por la que desguazó a la flota pesquera o la que inventó el programa Erasmus? ¿Por la que arma a Zelenski o permitió, antes, que Rusia devorase a Crimea como si fueran los sudetes del Tercer Reich y Chamberlain tuviera plaza de comisario europeo?
¿Por la que permitió una masacre en la frontera de Melilla, la que titubea ante la matanza de Gaza y pone palos en las ruedas del Open Arms y de otras ONGs que practican las bienaventuranzas? ¿La que quiso que el cristianismo figurase en su imposible Constitución, la que pretende cerrar mezquitas, la que bombardea sinagogas o la que, simplemente, gustaría de que los europeos creyentes sólo recen en la intimidad en el idioma de la fe que practiquen sin que el Estado tenga oficialmente otra religión que no sea la de la libertad, la igualdad y la fraternidad?
¿La de la energía nuclear o la de los paneles solares sin control? ¿La de la OTAN o la de la autodefensa? ¿La Europa de Marie Curie o la de Isabel Díaz de Ayuso? ¿La del Tribunal de Derechos Humanos o la del Consejo General del Poder Judicial en España?
Pregúntense si van a votar el día 9. Y, sobre todo, pregúntense quienes van a hacerlo sin lugar a dudas: los de yo tenía un camarada, entre todos el mejor; los de giovinezza, giovinezza; los que siguen quedándoles bien las camisas pardas de sus bisabuelos; los que no confían en las vacunas --ni contra el Covid ni contra la xenofobia--, pero no quieren impuestos aunque ello suponga no tener maestra ni médico de guardia salvo que sean privados y nos priven, por tanto, de presupuestos públicos.
A Europa, la malherida Europa, de carnaval vestida nos la pusieron. Pobre, escuálida y beoda, para que no acertara su voto con la herida. Votad el domingo; votad, malditos. Votad por Bertolt Brecht y por Simone de Beauvoir. Votad por María Zambrano y por Franco Battiato. Votad por Costa Gavras y por Tamara de Lempicka. Votad por Isak Dinesen y por Eddie Merck.
Votad por Joan Fontaine y por William Butler Yeats. Votad por Herbert von Karajan o por Amalia Rodrigues. Votad por Milan Kundera y por Sissi Emperatriz. Pero votad a la Europa sensatamente rebelde. A la que inventó la imprenta y aún sufre las inquisiciones. A la que supo romper el Muro de Berlín aunque fuera derrotada en la Línea Maginot.
A la que cree que el euro es una herramienta y no es un fin. A la que recuerda todavía que la primera europea vino de Africa. A la que entendió hace mucho que los bancos no tienen patria y que aún aguarda la playa debajo de los adoquines. Pero votad, sobre todo, a la Europa que no dice, como los tontos, que hay que hablar en tonto al pueblo. Aux urnes, citoyens.
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