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Hinchas de Podemos y de Sumar

23 de enero de 2024 20:46 h

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Desde que Podemos decidió separase de Sumar e integrarse en el Grupo Mixto se han exacerbado los odios de los unos contra los otros. Los forofos de la izquierda institucional nos deparan al resto un escenario continuo de acusaciones y reproches tan bochornosos como improductivos, en los que no faltan las mentiras, o las medias verdades -que a la postre son lo mismo- para descalificar al, digámoslo así, el enemigo. Contra ese enemigo se llegan a emplear incluso peores descalificaciones que contra la derecha. Un cuadro, vaya.

Asistí atónito al penúltimo de estos enfrentamientos hace un par de semanas, cuando en el Parlamento no salió adelante la reforma del gobierno sobre los subsidios para desempleados de larga duración. La misma mañana que se debatía en el Parlamento, yo mismo publiqué una columna en la que comentaba algunas de las más que notorias deficiencias de esa reforma, y que los propios sindicatos ya estaban denunciando. No tenía claro que finalmente Podemos la fuera a votar en contra, ni mucho menos la tormenta de manipulaciones y tergiversaciones con las que la ira del resto de la izquierda iba a atizar a los morados. Es más, los argumentos con los que Podemos se negaba a aprobar esa reforma se centraban únicamente en un aspecto: que, a su juicio, las pensiones de esos parados se verían afectadas de manera negativa en el futuro debido a un cambio en el modo de calcular la base de cotización. Era un aspecto de indudable importancia, pero ese decreto contenía muchas otras barbaridades. De forma sospechosa Podemos ni las mencionó, lo que, como explicaré más adelante, creo que atendía a intereses internos. En definitiva, ya fuera en La Sexta (los unos), en Canal Red (los otros) o en Twitter (ambos) callaban lo que menos les favorecía.

Una mente ingenua como la mía creyó que muchos votantes de Sumar, activos en redes de manera compulsiva, iban a señalar esas otras medidas perjudiciales que Podemos no había mencionado. Creí que presionarían al Gobierno para que, en efecto, retirara ese proyecto de reforma debido a las modificaciones que Yolanda Díaz había metido de tapadillo y escamoteado convenientemente en la rueda de prensa en la que la presentó. A saber, de haberse aprobado la reforma, hubieran desaparecido de un plumazo las siguientes ayudas, lo que sin duda dejaba en agua de borrajas todas las mejoras previstas: la Renta Activa de Inserción, el Subsidio Extraordinario de Desempleo, el de los emigrantes retornados, el de las personas a las que se revisa una incapacidad permanente y vuelven a estar disponibles para el empleo, pero ya no mantienen la reserva de su antiguo puesto y el de las personas liberadas de prisión. ¡Todos esos subsidios eliminados de tapadillo! ¿A qué izquierdista se le ocurriría votar a favor de tamaño ataque a los trabajadores?

La izquierda, “en lugar de entregarse a la saturnal destructiva de las guerras internas y las acusaciones mutuas, [debe comenzar] a ejercitar la fraternidad mutua"

De pronto, señalar todo esto, posicionarse en contra de esta reforma, era hacerle el juego a la derecha y, sobre todo, convertirse en un “podemita”. Qué furor desplegaron los tuiteros, las más de las veces sin haberse leído el BOE, donde se recogían estas barbaridades, u ocultándolo para defender a su bando, en este caso el de Sumar. Tengo para mí que si Podemos solo se centró en el aspecto de las pensiones se debía a que la eliminación de todas las ayudas que he enumerado más arriba arrojaba a multitud de parados al Ingreso Mínimo Vital. Es decir, a ese remiendo desastroso que el propio Podemos codiseñó, así que mejor pasar por ahí de puntillas. Y señalar eso no significa que uno, ahora, se haya convertido en “sumarita”.

Si desde la izquierda no podemos denunciar las fallas de las medidas parlamentarias sin que nos ataquen de uno u otro lado, por lo demás tan parecidos entre sí, estamos apañados. La reforma que a toda prisa había redactado el Ministerio de Yolanda Díaz era una chapuza integral. Gracias a su paralización, en esta ocasión sí se sentará a negociarla con los sindicatos y saldrá una mucho mejor. Me da igual que se haya paralizado a causa de los votos a última hora de Podemos o de quien sea. Era de justicia, y eso es lo único que debería importarnos si realmente nos preocupan los derechos de los más vulnerables, y no la política a lo barra brava futbolera.

Dice Pablo Batalla, en su reciente ensayo La ira azul, que, para que se dé la posibilidad de una revolución actual (en la que él pone demasiado peso, a mi entender, en los representantes institucionales), la izquierda, “en lugar de entregarse a la saturnal destructiva de las guerras internas y las acusaciones mutuas, [debe comenzar] a ejercitar la fraternidad mutua, que es aquella que se ejerce con quien no nos cae bien, pero de quienes sabemos que, codo a codo, en la misma trinchera, su vida depende de la nuestra, y la nuestra de la suya”.

Eso, claro, exige una grandeza un poco más elevada que la de pelarse por redes.

Desde que Podemos decidió separase de Sumar e integrarse en el Grupo Mixto se han exacerbado los odios de los unos contra los otros. Los forofos de la izquierda institucional nos deparan al resto un escenario continuo de acusaciones y reproches tan bochornosos como improductivos, en los que no faltan las mentiras, o las medias verdades -que a la postre son lo mismo- para descalificar al, digámoslo así, el enemigo. Contra ese enemigo se llegan a emplear incluso peores descalificaciones que contra la derecha. Un cuadro, vaya.

Asistí atónito al penúltimo de estos enfrentamientos hace un par de semanas, cuando en el Parlamento no salió adelante la reforma del gobierno sobre los subsidios para desempleados de larga duración. La misma mañana que se debatía en el Parlamento, yo mismo publiqué una columna en la que comentaba algunas de las más que notorias deficiencias de esa reforma, y que los propios sindicatos ya estaban denunciando. No tenía claro que finalmente Podemos la fuera a votar en contra, ni mucho menos la tormenta de manipulaciones y tergiversaciones con las que la ira del resto de la izquierda iba a atizar a los morados. Es más, los argumentos con los que Podemos se negaba a aprobar esa reforma se centraban únicamente en un aspecto: que, a su juicio, las pensiones de esos parados se verían afectadas de manera negativa en el futuro debido a un cambio en el modo de calcular la base de cotización. Era un aspecto de indudable importancia, pero ese decreto contenía muchas otras barbaridades. De forma sospechosa Podemos ni las mencionó, lo que, como explicaré más adelante, creo que atendía a intereses internos. En definitiva, ya fuera en La Sexta (los unos), en Canal Red (los otros) o en Twitter (ambos) callaban lo que menos les favorecía.