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El Hola contra el BOE

Portada de la revista que trae a portada el proceso de gestación subrogada de la actriz

Juan José Téllez

10 de abril de 2023 21:25 h

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El papel cuché siempre tuvo más glamour que el papel prensa: por su cálida textura y sus exclusivas a todo color, supimos que los cuentos de hadas son reales, que hay palacios donde las princesas aún muerden manzanas y no existe la corrupción, ni los golpes de Estado, porque los tiranos son amables vejestorios con levita que pescan salmones o devoran bombones de Ferrero Rocher.

He ahí el reino de los magnates y de los grandes navieros, en donde L'Oreal, en un formidable sorpasso, se hace con 'La vie est belle' de Roberto Begnini. Es la disneylandia de las herederas que adelgazan en Incosol y donde siempre son posibles los finales con beso porque los funambulistas acceden a la corte monagesca y los cantantes de reguetón también se casan perreando en un casino en Las Vegas. Una película tolerada, en la que las primeras damas acarician famélicos niños de esos confines remotos donde la noticia es el hambre y en cuyos reportajes salen kalavnikovs en vez de estilosos modelos de Versace o de Prada.

Cualquier nuevo amor de la Preysler desbancará los libros más vendidos de Mario Vargas Llosa, los grandes éxitos de Julio Iglesias, las mejores añadas del marqués de Griñón

¿Qué pírrica victoria puede lograr el sesudo análisis de cualquier periódico, frente a Tita Cervera encadenada a los árboles, como si aguardara a Tarzán o a la mona Chita? Cualquier nuevo amor de la Preysler desbancará los libros más vendidos de Mario Vargas Llosa, los grandes éxitos de Julio Iglesias, las mejores añadas del marqués de Griñón. Cuando don José, marqués de Leguineche, nos enseñe su casa, que paren las rotativas, ya no más ley del sí es sí, no más polémica trans, ni colas del hambre, porque la miseria no cabe en este nuevo mundo feliz sin Aldous Huxley.

Desde que tengo memoria, una de las vedettes de esa satinada pasarela mediática es Ana García Obregón y no en su calidad de bióloga sino en la de inveterada actriz que apareció en un capítulo de 'El Equipo A', tuvo una serie de éxito en la televisión patria, pero fue capaz, según confesó ella misma, de darle consejos a Robert de Niro, antes de que alguien le aclarase quién era.

Si no hay otoños sin las golondrinas de Bécquer, ni inviernos sin anuncios de perfumes en francés, ni primaveras sin El Corte Inglés, nunca hubo veranos sin la Obregón y sus célebres posados con pareo ante una jovial nube de paparazzi. Hemos ido creciendo de la mano de sus idilios y divorcios, de sus sonrisas y lágrimas. Es como de la familia, como lo fue lady Di, que en paz descanse, Elizabeth Taylor o Santa Teresa de Calcuta, que se ignora por qué también solía ser carne de galería gráfica en las revistas del corazón. La única ventaja es que Ana sigue viva, y por muchos años, y se mantiene incólume, incansable, sin renunciar a entretener nuestro rutinario ocio de clase trabajadora que seguramente vota por gente como ella, pizpireta y sin complejos, de esa ideología que no tiene ideología pero sí la tiene, con esa eterna sonrisa profidén que nos promete que existe la otra vida y está en La Moraleja o en Sotogrande.  

¿Qué puede hacer un Gobierno o un Boletín Oficial del Estado frente al aplauso generalizado de la afición? ¿Arrebatarle el niño, como si fuéramos monjas o malos de telenovela?

Ahora, en el cénit de su vida, cuando le hemos ido cantando a lo largo de la nuestra 'De niña a mujer', nos ha sorprendido con un giro de guión inesperado: ha logrado ser abuela póstuma y regalarnos en abierto un nuevo episodio de 'Black Mirror'. Mientras ya le han absuelto con todos los pronunciamientos favorables los tribunales del Hola, Lecturas o Vogue y ese largo kiosco de peluquerías que es el único que resiste con holgura a la crisis comercial del periodismo, también el BOE ha sucumbido a sus encantos: no hay un solo epígrafe en sus ilustres páginas, al parecer, que permita que haya registrado en nuestro país a un nieto del que dice ser madre, procedente de un país, EE.UU., donde los vientres de alquiler son legales, aunque en el nuestro no lo sean. ¿Qué puede hacer un Gobierno o un Boletín Oficial del Estado frente al aplauso generalizado de la afición? ¿Arrebatarle el niño, como si fuéramos monjas o malos de telenovela? ¿Evitar que lo registre si hemos sido incapaces de impedir que la Santa Madre Iglesia inmatricule como retoños propios a iglesias, sacristías, joyas del patrimonio público y hasta apartamentos turísticos? Rafael de León le hubiera escrito una copla. Ana Rosa Quintana aún está a tiempo de brindarle un best-seller.

Mejor nos iría, no cabe duda, si en la próxima refriega electoral no se midieran Sánchez y Feijóo, sino Belén Esteban contra Kiko Matamoros. Cabe la posibilidad, no obstante, de que el Boletín cambie de estética: Yolanda Díaz nos presenta sus nuevos decretos de temporada; José Manuel Albares comparte con Gran Bretaña un Tratado sobre Gibraltar muy ponible y sostenible; el hermano de Isabel Díaz Ayuso, un ejemplo de emprendimiento familiar, diseña nuevas mascarillas por si acaso mientras ella lucha con todas sus fuerzas contra la salud, como podemos apreciar en ese nuevo reportaje del que habla todo Madrid.

Así las cosas, aún se recuerda al otro lado del Estrecho cuando los marroquíes se enteraron a través del Hola de que Mohamed VI se había divorciado. Lo mismo ocurre algo así en nuestro caso, porque la prensa de color siempre ha superado a la gris: si Felipe VI y Letizia se separan, seguro que nos enteraremos antes por sus páginas. En el BOE, mucho me temo, nunca aparecerá de nuevo la noticia de que este país se divorcia de la monarquía.

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