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Machismo de birrete

Un catedrático de la Universidad de Sevilla ha sido condenado por abusar sexualmente de dos profesoras y una becaria de su departamento. Para la mayoría de la gente era un buen hombre, un buen profesor, un buen compañero, un buen decano, un buen vecino… es decir, un hombre revestido de normalidad para poder seguir siendo un buen hombre y llevar a cabo todo lo que los hombres buenos hacen hasta ser descubiertos, y pasar, entonces, a ser “hombres malos”, como afirma el magistrado del Tribunal Supremo, Antonio Salas; o sea, se convierten en “hombres malos por imperativo legal”.

Todo ello, por supuesto, sin que el machismo tenga nada que ver en la motivación de sus conductas ni en la invisibilidad que se genera alrededor de unos hechos que se caracterizan por su prolongación en el tiempo, ante la mirada ciega de las personas que hay alrededor que, curiosamente, nunca ven nada. ¿Por qué resulta invisible abusar de una profesora o alumna en un despacho, y no lo es vender droga en esa misma habitación?

Lo que indica la sentencia que condena al catedrático por abusos sexuales y lesiones es que la violencia se mantuvo durante años, y lo que dicen los testimonios es que los hechos no se limitaron a estas tres profesoras que denunciaron. Sin embargo, el equipo de Gobierno de la Universidad de Sevilla de aquellos años, en lugar de investigar los hechos que pusieron en su conocimiento y de proteger a sus profesoras, prefirió dar credibilidad al profesor buen hombre y dejó que continuara en las mismas aulas y despachos donde llevaba a cabo el acoso y los abusos, pues ya se sabe que las mujeres “no son buenas” y que tienen la lengua fácil a la hora de denunciar a los hombres, bien sean sus parejas o sus profesores.

Lo terrible es que no hablamos de casos aislados. Uno de los trabajos más reconocidos, “An examination of sexual violence against college women” (Gross et al, 2006) recoge que el 22% de las mujeres que pasan por la universidad sufren acoso sexual en algún momento de su vida universitaria, y el estudio realizado por la Agencia de Derechos Fundamentales (FRA) (2014), indica que el 55% de las mujeres de la UE ha sufrido acoso sexual, porcentaje que en España es del 50%. Este informe muestra también que las mujeres con estudios universitarios sufren más acoso, concretamente un 69% en la UE y un 62% de las españolas, situación que refleja que el paso por la universidad se traduce en acoso sexual para muchas estudiantes.

Sin embargo, a pesar de la dimensión del problema, de la prolongación en el tiempo, de la repetición de cada una de las conductas de acoso, y de las importantes consecuencias que tiene para las mujeres que lo sufren, el número de denuncias es mínimo, hasta el punto que la Memoria de la FGE de 2016 recoge que en 2015 sólo se denunciaron 72 casos de acoso sexual.

La universidad también es machista y violenta

La universidad no es diferente al resto de la sociedad de la que forma parte, y si la sociedad es machista y violenta contra las mujeres, la universidad es machista y violenta contra las mujeres. Pero la universidad sí cuenta con una serie de circunstancias alrededor de muchas de las relaciones que se establecen dentro de ella que agravan la situación, especialmente la jerarquización y dependencia profesional y académica, circunstancias que unidas a la normalidad con la que se establecen esas relaciones, facilitan la vulnerabilidad y actúan como factores de riesgo para que el acoso se produzca.

Hoy muchas alumnas de nuestras universidades están siendo acosadas como parte de la violencia de género que existe en la sociedad, y lo están siendo por hombres buenos, por reconocidos profesores, por grandes científicos, al amparo del silencio y la invisibilidad de las personas que hay a su alrededor, y que prefieren pensar mal de una mujer y bien de un hombre antes que enfrentarse a la realidad.

La universidad, como vemos, no es distinta al resto de la sociedad pero sí puede marcar diferencias a la hora de abordar el problema existente, tanto en la prevención de este tipo de conductas dentro del propio contexto universitario, como en la incorporación de conocimiento y conciencia crítica en quienes en un futuro no muy lejano tendrán que enfrentarse como profesionales a los resultados de estas conductas y a su erradicación. No tiene sentido que, por ejemplo, en Medicina y en Psicología se enseñe al alumnado a tratar las consecuencias del acoso sobre la salud, y que no se esté trabajando al mismo tiempo para evitar que sufran acoso y para que incorporen la Igualdad a sus valores para luego aplicar el conocimiento. Por eso resulta trascendente contar con instrumentos para conseguir incorporar la Igualdad a la universidad.

La “ley para la Igualdad efectiva de mujeres y hombres” (2007) creo las Unidades de Igualdad en todas las universidades españolas para promocionar la Igualdad y para actuar contra las manifestaciones de la desigualdad, entre ellas la violencia de género. Todas las universidades cuentan con un protocolo de actuación frente al acoso para responder ante las denuncias, pero no es suficiente.

Abordar la realidad del acoso requiere algo más que un procedimiento de respuesta ante los casos denunciados, pues, por un lado, las denuncias sólo representan el 1-2% del total de casos, y por otro, porque la correcta solución de estos casos no tiene apenas impacto sobre las causas que los originan, lo cual lleva a que las agresiones sigan produciéndose desde la impunidad que supone que el 98-99% de los casos no se denuncien, y que de los denunciados no todos terminen en sanción.

La respuesta integral ante el acoso exige trabajar la prevención, la detección, la atención y protección, además de la respuesta ante las denuncias, y exige hacerlo sin dudar de la palabra de las mujeres y sí cuestionar la normalidad impuesta que se traduce en impunidad para los agresores, que ya no sólo recurren al peso de su palabra como hombres, sino que, además, tiran de reconocimiento y de prestigio para demostrar lo “buenos” que son.

El abuso se produce porque hay acoso previo, y el acoso se lleva a cabo como parte del machismo que también llega hasta las aulas. Erradicar el machismo es la forma de prevenir la violencia de género y de convivir en paz con Igualdad.

Un catedrático de la Universidad de Sevilla ha sido condenado por abusar sexualmente de dos profesoras y una becaria de su departamento. Para la mayoría de la gente era un buen hombre, un buen profesor, un buen compañero, un buen decano, un buen vecino… es decir, un hombre revestido de normalidad para poder seguir siendo un buen hombre y llevar a cabo todo lo que los hombres buenos hacen hasta ser descubiertos, y pasar, entonces, a ser “hombres malos”, como afirma el magistrado del Tribunal Supremo, Antonio Salas; o sea, se convierten en “hombres malos por imperativo legal”.

Todo ello, por supuesto, sin que el machismo tenga nada que ver en la motivación de sus conductas ni en la invisibilidad que se genera alrededor de unos hechos que se caracterizan por su prolongación en el tiempo, ante la mirada ciega de las personas que hay alrededor que, curiosamente, nunca ven nada. ¿Por qué resulta invisible abusar de una profesora o alumna en un despacho, y no lo es vender droga en esa misma habitación?