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¿Madre y Diputada?

A estas alturas de la historia podría pensarse que ser madre y diputada es algo normalizado en la sociedad. Al fin y al cabo, en todos los ámbitos laborales hay mujeres que en algún momento dan a luz. Sin embargo, el revuelo que causó Carolina Bescansa cuando tuvo que llevar a su bebé al Congreso de los Diputados me dio indicios de lo que, ahora que he sido madre siendo parlamentaria, he podido comprobar. No. No está normalizado en la sociedad que una mujer que se dedica (aunque sea temporalmente) a la política dé a luz. 

Cuando pregunté al Letrado Mayor del Parlamento de Andalucía que cómo se gestionaba el permiso maternal, su respuesta fue que tenía que estudiar el caso porque era la primera vez que se planteaba tal cuestión. No daba crédito. Esta Cámara, como tantos otros espacios de representación pública, fue diseñada para que la ocuparan hombres. Y, por lo visto, las mujeres que pasaron antes que yo por ella, no han logrado cambiar la esencia masculina del Parlamento. Sé de otros casos recientes de maternidad que no se acogieron al usual permiso de cuatro meses, pero no podía imaginar que esa renuncia era “lo normal”.

Sin duda, fue un hito cuando se permitió delegar el voto durante periodos de baja lo que, siguiendo la dinámica del Parlamento, he utilizado en la práctica para aplicar un recurso lo más parecido posible al permiso de maternidad. Sin embargo, delegar el voto no es suficiente. Y no lo es porque no supone el reconocimiento de un derecho de las mujeres que costó un esfuerzo de siglos conseguir.

Esta situación insólita se explica por un doble factor. O bien se espera que las mujeres que ejercen como representantes públicas actúen como hombres, o bien los diputados no somos trabajadores con derechos.

Respecto al primer factor, las mujeres tenemos la responsabilidad histórica de reivindicar el derecho a la maternidad, la lactancia y la crianza del apego. Una mejor crianza derivará en mejores personas para el futuro y, con ello, en un mejor futuro. Cada madre, cada mujer, debe poder ser libre de elegir, dentro del marco legal español, cuánto tiempo dedica a la maternidad y la lactancia sin que sea recriminada por ello. En mi caso, estos cuatro meses de ausencia del Parlamento, además de ser coherentes con mi situación personal, han supuesto una llamada de atención hacia un derecho que, como mujer, ejerzo con orgullo.

Respecto al segundo factor, para una clase política desvirtuada con tantos privilegios, una clase política que vive una suerte de realidad paralela (una realidad de coches oficiales, cenas de gala, colegios de pago y business class), resulta más que irónico esgrimir el argumento de que los políticos no son trabajadores y, por tanto, no tienen los mismos derechos laborales. Aquí radica el quid. Los políticos no están acostumbrados a ser trabajadores: son privilegiados. Cambiar el enfoque, pasar a ser servidores públicos desde el trabajo, y no desde el privilegio, ayudaría sin duda a hacer política para la gente, y no para el propio estatus.

A esto se suma una capa más. En Andalucía, no es lo mismo ser diputada por Sevilla que por Almería. Al contrario que otras señorías, yo no podría renunciar al permiso maternal ante la posibilidad de “escaparme” durante unas horas mientras dejo al bebé con algún familiar. El abandono que hemos sufrido por parte de los sucesivos Gobiernos ha hecho que Almería carezca de una infraestructura ferroviaria decente, desconectándonos físicamente del territorio, hecho que, además de ser un freno insalvable para nuestra economía, afecta a lo más íntimo de muchos almerienses, como en mi caso es la crianza de mi hija.

Con la capacidad que tiene la política de activar la parte más turbia del ser humano, en estos meses he oído de todo. Incluso se ha llegado a insinuar como algo negativo que siguiera cobrando durante la ausencia por maternidad (sin hacerse eco, por cierto, de que los cargos públicos de Podemos donamos gran parte de nuestro salario para cobrar como trabajadores normales). En pleno siglo XXI todavía suenan ecos neanderthales.

Espero que mi hija viva en un mundo mejor que el mío. Por eso puse mi vida patas arriba para implicarme en la construcción de Podemos. Espero que ella no ejerza el permiso de maternidad de cuatro meses, porque espero que, cuando sea adulta, por fin estemos dentro de los estándares de las sociedades avanzadas que entienden que un año es lo mínimo razonable para poder criar con dignidad, periodo que pueda alternar de manera igual e intransferible con el padre, si así lo deciden.

Señores y señoras, que una diputada ejerza el derecho al permiso de maternidad no es un privilegio. Que una parlamentaria decida ser madre y alimentar a su hijo con lactancia materna durante los primeros años de vida, no es una provocación. Feminizar la política pasa por entender esto. Espero que algo hayamos avanzado tras estos meses en los que tanto se habla de nueva política y que, cuando me haga “un bescansa”, esta vez no se genere tanto revuelo (y mucho menos entre las filas de quienes se llaman progresistas).

A estas alturas de la historia podría pensarse que ser madre y diputada es algo normalizado en la sociedad. Al fin y al cabo, en todos los ámbitos laborales hay mujeres que en algún momento dan a luz. Sin embargo, el revuelo que causó Carolina Bescansa cuando tuvo que llevar a su bebé al Congreso de los Diputados me dio indicios de lo que, ahora que he sido madre siendo parlamentaria, he podido comprobar. No. No está normalizado en la sociedad que una mujer que se dedica (aunque sea temporalmente) a la política dé a luz. 

Cuando pregunté al Letrado Mayor del Parlamento de Andalucía que cómo se gestionaba el permiso maternal, su respuesta fue que tenía que estudiar el caso porque era la primera vez que se planteaba tal cuestión. No daba crédito. Esta Cámara, como tantos otros espacios de representación pública, fue diseñada para que la ocuparan hombres. Y, por lo visto, las mujeres que pasaron antes que yo por ella, no han logrado cambiar la esencia masculina del Parlamento. Sé de otros casos recientes de maternidad que no se acogieron al usual permiso de cuatro meses, pero no podía imaginar que esa renuncia era “lo normal”.