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Marlaska, el ministro perfecto
No descubro nada si digo que las cloacas del Estado siempre han tenido sus principales fontaneros en el Ministerio de Interior. Desde los GAL al caso Kitchen nos hemos acostumbrado a que, por lo general, los ministros de Interior destaquen especialmente por su falta de escrúpulos morales. Por eso hay que reconocer a Pedro Sánchez su acierto, ya que es un perfil en el que encaja a la perfección Fernando Grande-Marlaska. Junto a Nadia Calviño, es el ministro que menos desentonaría en un gobierno del PP. Ni siquiera vio ningún conflicto de interés en que le llamara un partido del que no era miembro para abandonar de inmediato su puesto como magistrado de la Audiencia Nacional.
Marlaska es el ministro de Interior perfecto para el PSOE, y para el PP, claro, que solo encuentra cómo criticarle a través de alusiones a su vida privada. Es más, VOX debe de estar encantado con un ministro que siempre encuentra el modo de defender la ley mordaza, al que le parece bien la patada en la puerta contra la inviolabilidad del domicilio o que, sin llamarlos “menas”, como si formaran parte de alguna banda, está de acuerdo en que los niños tienen derechos inalienables únicamente si han nacido en suelo patrio. Todo eso, claro, no le deja de reportar problemas con sus antiguos colegas de la judicatura.
A él le da igual. A pesar de que es un hombre de retórica limitada, siempre tiene un ingenioso argumento cuando se trata de vulnerar derechos fundamentales: que si un piso vacacional no cuenta como domicilio, que si la ley de extranjería se puede reducir a una cuestión “jurídico-técnica”, que si las devoluciones en caliente en realidad son “rechazos en frontera”, que si quito las concertinas de las vallas fronterizas… pero las movemos unos metros más allá, del lado marroquí.
No se toma ni un respiro. El muy pillo ha intentado aprovechar el tradicional parón de agosto, a ver si nadie se percataba de que estaba enviando de vuelta a Marruecos, como paquetería express, a 800 de los menores que hace unos meses cruzaron la frontera de Ceuta. Al antiguo magistrado le daba igual saltarse todas las leyes que lo impedían, y de no ser por la rápida actuación de las organizaciones de la zona no se habría paralizado este apartheid. En realidad, lo del racismo de Marlaska con los niños no deja de sorprender: incluso ha conseguido abortar la reforma que preparaba el ministro Escrivá para facilitar los permisos de residencia a estos niños, y que precisamente se iba a aprobar este martes.
Este mismo verano Pedro Sánchez decidió reformar su gobierno y se quitó de en medio a algunos ministros y ministras molestos. No dudó en destituir, sin ir más lejos, a la vicepresidenta Carmen Calvo, que con su furor tránsfobo estaba poniendo en un aprieto al PSOE. A Sánchez, lo ha demostrado en varios ocasiones, no le tiembla el pulso. Por eso resulta más que evidente que está encantado con el fontanero Marlaska. Mientras el presidente pronuncia discursos sobre la protección a la infancia, el exmagistrado trata a 800 niños en Ceuta como mercancía apestosa. Pero no nos engañemos: por una vez tenemos un Ministerio de Interior a cargo del PSOE que actúa con transparencia, sin esas famosas “X” a despejar. No hacen falta: Sánchez y Marlaska son la ecuación perfecta. Tanto monta, monta tanto.
No descubro nada si digo que las cloacas del Estado siempre han tenido sus principales fontaneros en el Ministerio de Interior. Desde los GAL al caso Kitchen nos hemos acostumbrado a que, por lo general, los ministros de Interior destaquen especialmente por su falta de escrúpulos morales. Por eso hay que reconocer a Pedro Sánchez su acierto, ya que es un perfil en el que encaja a la perfección Fernando Grande-Marlaska. Junto a Nadia Calviño, es el ministro que menos desentonaría en un gobierno del PP. Ni siquiera vio ningún conflicto de interés en que le llamara un partido del que no era miembro para abandonar de inmediato su puesto como magistrado de la Audiencia Nacional.
Marlaska es el ministro de Interior perfecto para el PSOE, y para el PP, claro, que solo encuentra cómo criticarle a través de alusiones a su vida privada. Es más, VOX debe de estar encantado con un ministro que siempre encuentra el modo de defender la ley mordaza, al que le parece bien la patada en la puerta contra la inviolabilidad del domicilio o que, sin llamarlos “menas”, como si formaran parte de alguna banda, está de acuerdo en que los niños tienen derechos inalienables únicamente si han nacido en suelo patrio. Todo eso, claro, no le deja de reportar problemas con sus antiguos colegas de la judicatura.