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La mercantilización de las ciudades
Vivo en la periferia de mi ciudad, en un lugar despersonalizado al que no pertenezco y en el que a menudo me siento sola. Tengo que coger el tren de cercanías para desplazarme y cuando necesito caminar mi única opción es darle vueltas a un descampado.
Me vine aquí porque porque era barato, porque pertenezco a esa generación que sufrió una crisis económica despiadada, esa generación que cuando terminó de estudiar y debía empezar a vivir, a independizarse, a emprender proyectos de vida personales y profesionales, se dio de bruces con una realidad que le negaba cualquier posibilidad de futuro.
Muchos emigraron, otros nos quedamos aquí sobreviviendo a base de encadenar trabajos basura, aguantando que no nos dieran de alta o que nos obligaran a hacernos falsos autónomos. Pero es lo que había.
Me vine aquí, decía, porque mientras los alquileres subían nuestros sueldos bajaban, y aun así, en aquellos años aún existía una oferta de alquiler en la ciudad. Una podía ver varias viviendas, tener un tiempo para decidirse, incluso charlar con los propietarios y llegar a acuerdos. Si, ¡llegar a acuerdos!
¿Estoy hablando del pleistoceno? No, estoy hablando de hace poco más de una década, antes de que el boom del alquiler turístico masivo e incontrolado invadiera las ciudades, antes de que grandes empresas compraran bloques enteros de viviendas para expulsar a los vecinos y sustituir a la población por turistas de paso. Antes de que un derecho fundamental recogido en la Constitución como es el derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada se convirtiera en el negocio de unos pocos.
Y, con los vecinos, también fueron desapareciendo los comercios de barrio: las panaderías, las fruterías, las librerías, las ferreterías, los talleres, los mercados... y con ellos, las redes de apoyo comunitario, los vínculos sociales y el sentido de pertenencia.
Desde este piso de extrarradio en el que sigo, ya con un buen trabajo pero igual de asfixiada por un alquiler que me ha subido un 20% en los últimos dos años y al que destino más del 60% de mi sueldo, me hierve la sangre al ver la inacción de los alcaldes, los presidentes autonómicos y el gobierno central ante la mayor crisis que estamos viviendo en este país
La arquitecta Itziar González ha estudiado cómo este fenómeno nos afecta a la salud física y mental. “Las ciudades estaban pensadas para darte un hogar, intimidad, y un lugar de relación. La mercantilización de las ciudades no solo nos roba nuestro hogar, sino también esos espacios para la colectividad. Priorizar el consumo y el lucro sobre las actividades humanas tiene un impacto en nuestra salud y en nuestra calidad de vida”.
Me entristece ver cómo la idea de comunidad parece estar en vías de extinción en favor de un individualismo egoísta y peligroso para el propio concepto de democracia.
Pero no apelaré al sentido común, ya estoy curada de espantos. Apelaré a la responsabilidad y la obligación de nuestros gobernantes de cumplir con el artículo 47 de la Constitución Española: “Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”.
Desde aquí, desde este piso de extrarradio en el que sigo, ya con un buen trabajo pero igual de asfixiada por un alquiler que me ha subido un 20% en los últimos dos años y al que destino más del 60% de mi sueldo, me hierve la sangre al ver la inacción de los alcaldes, los presidentes autonómicos y el gobierno central ante la mayor crisis que estamos viviendo en este país.
Puedo imaginar las presiones y la dificultad, de verdad que sí, pero les diré algo, es el momento de ser valientes, es ahora o nunca, porque se les avecina un nuevo 15M y si quieren saber cómo acaba, no tienen más que echar la vista unos años atrás.
Y por favor, por favor, dejen de reducir esto a un problema de la gente joven, dejen de poner parches inútiles. Escuchen a los sindicatos de inquilinos, escuchen a la gente y acuérdense de esta generación de más de 40 años que no puede más.
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