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La pensión de Machado: de lugar sagrado a Airbnb
Cuando entrevisté a Antonio Muñoz Molina para el documental 'Antonio Machado. Los días azules', dijo algo que sigue poniéndome la piel de gallina: “Hay lugares que son sagrados sin tener nada que ver con la religión, como el barranco de Víznar, como la pensión de Machado en Segovia, como las playas de Argelés. Esos son lugares sagrados”.
No puedo estar más de acuerdo, y cualquiera que viaje a Colliure, el pequeño pueblecito de la frontera francesa donde Antonio Machado pasó sus últimos días, podrá dar fe de ello. Visitar su tumba repleta de flores frescas y cartas en forma de mensajes a diario, la estación de tren a la que llegaron exhaustos y enfermos don Antonio, su hermano José, la mujer de este, Matea, su madre, doña Ana y el escritor Corpus Barga, o la pensión donde murió el poeta tres días antes que su madre, supone encontrarnos nuestra propia historia, con la memoria de lo que hizo este país con sus poetas, con sus pensadores, con sus maestros, con quienes representaron lo mejor de España.
Aquel día frío y lluvioso del mes de febrero, los Machado llegaron caminando a resguardarse en la mercería de la señora Figuéres. Acostumbrada a recibir españoles en una situación dramática, les hizo pasar y les ofreció un café caliente. Ella misma les indicó que justo enfrente había una pensión en la que podían alojarse, la Bougnol–Quintana.
En aquella pensión la familia pudo alquilar dos habitaciones, una para don Antonio y su madre, y otra para José y Matea. Contaba la señora Quintana que Antonio y José nunca bajaban juntos a comer. Un día preguntó a José la razón, y este le explicó que solo disponían de una camisa y tenían que turnársela para bajar al comedor.
Con todos estos recuerdos, volví hace unas semanas a Colliure. Estaba emocionada porque el documental iba a estrenarse en el pequeño cine que hay junto a la playa, la misma en la que el poeta miró el cielo azul por última vez. No había vuelto desde el rodaje, cuatro años atrás, y al ver aquella plaza, la torre, el mar, se me llenaron los ojos de lágrimas.
Acompañada de mi familia, quise enseñarles todos aquellos lugares, los que habían visto decenas de veces en el documental, y al llegar a la pensión Bougnol-Quintana, un escalofrío me recorrió el cuerpo
Acompañada de mi familia, quise enseñarles todos aquellos lugares, los que habían visto decenas de veces en el documental, y al llegar a la pensión Bougnol-Quintana, un escalofrío me recorrió el cuerpo. El hermoso edificio, con su color rosa y su balconada, ya no era el mismo. Al principio no entendí qué demonios había sucedido, hasta que me di cuenta, y mi querida Joelle, presidenta de la Fundación Antonio Machado en Colliure, me confirmó mis peores presagios.
La pensión de Machado, aquella que se vio abarrotada por cientos de españoles a la muerte del poeta en su habitación, aquella en la que los milicianos de la Segunda Brigada de Caballería “Andalucía” portaron a hombros el féretro de don Antonio para trasladarlo al cementerio, se ha convertido en un Airbnb.
Su fachada, tan bella e intacta desde entonces, se ha modificado para construir dos terrazas en las que los inquilinos de los apartamentos turísticos puedan tomar el sol. Su color rosa se ha transformado en un tierra anaranjado, no sé por qué razón, y bajo las sillas y mesas de plástico, solo un pequeño letrero recuerda el pasado del edificio.
Me admira cómo la Fundación Antonio Machado de Collioure, que se mantiene exclusivamente gracias a las aportaciones de sus socios, se ha preocupado todos estos años por mantener viva nuestra memoria mucho mejor de lo que lo hemos hecho nosotros
Me cuentan que el Ayuntamiento de Colliure intentó comprar el edificio, pero poco podía hacer el Consistorio de un pueblo pequeño ante el altísimo precio que pedían los propietarios. Me pregunto si el Gobierno de España no podría haber hecho algo por proteger aquel lugar sagrado, aquel lugar que guardaba el eco de nuestra historia.
Me admira cómo la Fundación Antonio Machado de Colliure, que se mantiene exclusivamente gracias a las aportaciones de sus socios, se ha preocupado todos estos años por mantener viva y dignificar nuestra memoria mucho mejor de lo que lo hemos hecho nosotros, y me entristece profundamente cómo desde el Estado español no se ha dado ningún tipo de apoyo a esta labor.
Pensaba escribir sobre el horror que me produce la invasión de los apartamentos turísticos, cómo han hecho que no podamos vivir en nuestras ciudades, sobre la necesidad urgente de regularlos y pensar en qué modelo de ciudades queremos. ¿Ciudades vivas o parques temáticos muertos y de cartón piedra?
Pero el recuerdo de aquel lugar sagrado transformado en la desmemoria y lo peor de la especulación inmobiliaria me entristece tanto que solo me queda desear que, con una Ley de Memoria Democrática aprobada, este Gobierno, ojalá, se acuerde de Colliure y de Antonio Machado.
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