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Reviva Andalucía

Manifestación masiva en favor de la autonomía andaluza

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En estas horas en que a la matria se le pone cara de foto oficial, cuando las verdiblancas ondean sobre el mástil pensionado del parque móvil y en el himno de casi siempre y en el medallero de ahora no caben las mujeres, los andaluces disfrutan de acueductos o de semanas blancas y se van de picnic a la salud de Blas Infante, cuyos restos paternos siguen en paradero desconocido. 

Hay una Andalucía dormida en el 28 de febrero, en el 4 de diciembre o en la Asamblea de Ronda, que más que soñar parece estar en coma inducido, entre los fachalecos peperos, el viejo granero o pesebre del PSOE, el andalucismo fijo discontinuo, la izquierda Desunida y la caspa de Vox, a la que rezan algunos tractoristas; los nietos vaya usted a saber de aquellos jornaleros que se encadenaban a las máquinas con Diamantino García o los de los terratenientes que terminaron parcelando los latifundios para trincar subvenciones de la Unión Europea, porque no sólo del PER ha vivido este campo. 

Mucho ha cambiado el sur aunque nada haya cambiado. Si acaso, los adolescentes añejos que oían a Jarcha y a Carlos Cano, han sido sustituidos por los que se debaten entre el regetón y las marchas antropológicas de Semana Santa. Más clase media, aunque no le lleguen las camisas al cuerpo sino las facturas al cuello. Y los vulnerables, claro: los gitanos ya van a la universidad pero los portugueses y los rumanos siguen en las villamiserias de cada pueblo, o en los suburbios donde la esperanza pierde su honesto nombre pero hay un niñerío camino del colegio, entre robagallinas cuyos hilos de marioneta mueven los intocables narcos de las mansiones escondidas en la Costa del Sol. 

Una curia que inmatriculó más edificios que cualquier inmobiliaria y, aunque riegue a la parroquia con agua bendita desde una ametralladora de plástico, trinca sus buenos euros por la entrada al patrimonio que le restauró el Estado. Que las coplas de tu mano izquierda no sepan lo que votas con la mano derecha, allí donde suscita más debate un cartel de Semana Santa que la privatización de la Plaza de España, de las residencias del tiempo libre, de los antiguos ambulatorios o la eterna demolición del Algarrobico. 

El poder, antaño y hogaño, da el cante con traje corto y chorreras del Cantares de Lauren Postigo: lo que iba a ser la California de Europa, ahora será el Valle del Hidrógeno Verde.

Sigue ahí, entre nosotros, el barroco, ese viejo compañero de viaje, entre cunetas llenas de cadáveres de la guerra civil y otros muertos más recientes, los de ETA o los GRAPO. La educación, a la cola del informe PISA, entre quienes buscan un milagro en los pines parentales, en la mercadotecnia de los exámenes, o en la enseñanza pública esquilmada como un cuartel robado. Los interinos se cruzan en las paradas de autobús, con quienes tienen que emigrar con tres másters en el canasto de las antiguas boinas. Y los trenes del futuro mueren en puertos como el de Algeciras estrangulados por un caballo de hierro del siglo XIX. 

El poder, antaño y hogaño, da el cante con traje corto y chorreras del Cantares de Lauren Postigo: lo que iba a ser la California de Europa, ahora será el Valle del Hidrógeno Verde. El dios de la sequía llora sobre los pozos ilegales. La pesca ya naufragó hace un mundo. El paro sigue siendo nuestra mayor industria y el turismo, el pan para hoy y no se sabe qué para mañana: la barca de Chanquete seguro que ya figura en el airbnb. Los tahúres de la rápida se cruzan con los especuladores urbanísticos. Las quelis, con las ejecutivas de las postreras cajas de ahorros. Los sin techo miran delicadamente a los viejos del asilo. Los opositores contemplan con envidia a los últimos jipis. 

Pero, a pesar de los pesares, cuando ya no somos pueblo ni tribu sino el club de los corazones solitarios, todavía quizá estemos a tiempo de volver a gritar con Antonio Gala, Viva Andalucía Viva, o que Reviva: en esta tierra ancestral por la que pasaron todas las civilizaciones y todas las barbaries, tal vez haya quien piense en qué vamos a ser de mayores o, sencillamente, en cómo llegar a fin de mes o al fin de semana.

Españoles y mucho españoles, aquellos que así lo entiendan; pero andaluces, antes de que dejemos otra vez de serlo en el vagón de cola de un país troquelado, que probablemente no se rompa pero en el que alguien tendrá que pagar el pegamento

De credos distintos, de ideas también, de oficios de todo rango, autónomos o funcionarios, con tizne de taller o cascos de astilleros, los que se cabrean a media mañana y se visten de faralaes a mediodía, los que anochecen de farra pero madrugan para un curro, los que creen todavía que poesía eres tú, los del gran teatro del mundo o de un semáforo, a los que se les comió la lengua el gato pero cantan las cuarenta cuando están hartos. 

Los del blanco de la nieve cada vez menos espesa y el verde ecologista. Los que rugen en las canchas y callan en las urnas. Los del pan nuestro de cada día, los del ni só que te parres ni arre que trote; los sentaítos en la escalera, esperando el porvenir y el porvenir nunca llega. Los que cantan por alegrías y mueren por soleares. 

Los que no quieren ser andaluces profesionales pero tendrían que darse cuenta, más temprano que tarde, que debiéramos ser andaluces amateurs. Españoles y mucho españoles, aquellos que así lo entiendan; pero andaluces, antes de que dejemos otra vez de serlo en el vagón de cola de un país troquelado, que probablemente no se rompa pero en el que alguien tendrá que pagar el pegamento. Visto lo visto, la Junta de Andalucía tendría que hacer hijo adoptivo a Paganini. Feliz día. Los otros 364, ya veremos.

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