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Disturbios en Hong Kong: La Revolución de las Albóndigas de Pescado
En un mundo donde el marketing afecta a todos los sectores, incluidos los movimientos revolucionarios, se recurre a sistemas de etiquetado rápido orientados al consumo mediático y al flujo de las redes sociales. Hong Kong es una de las urbes más mercantilizadas del planeta, de ahí que la inquietud ciudadana ante el ascenso del totalitarismo chino trate de venderse con llamativos rótulos. Si en 2014 se proclamaba la “Revolución de los Paraguas”, convirtiendo un útil cotidiano en arma política de inusitada potencia iconográfica, el pasado 9 de febrero se anunciaba la “Revolución de las Albóndigas de Pescado” (Fishball Revolution).Fishball Revolution Por favor, no se rían, ni crean que la creatividad periodística está en crisis; yo pienso más bien que está adoptando un sugerente giro al estilo Duchamp que merece nuestra atención.
Una vez desmanteladas las ocupaciones cívicas de Hong Kong en diciembre de 2014, las cabeceras de referencia enterraron los subversivos paraguas amarillos, aunque todavía batieran sus cálidas varillas en un desesperado aleteo por la libertad. A pesar de ese deliberado silenciamiento, la gente que los empuñaba ha continuado viva, deambulando por las calles de una metrópolis que ha dejado que le compren la democracia, antes siquiera de construirla.
Ahora, una vez más, la ciudadanía de Hong Kong trata de conquistar el espacio público con otra revolución urbana que –según la terminología del académico Lefebvre- se enfrenta a la isotopía del capitalismo totalitario: un emplazamiento despersonalizado, homogéneo, redundante, de arracimados rascacielos y scalextric multicopiados… En definitiva, un espacio represivo, comodificado y masculinizado en su empeño por imponer la lógica abstracta del dinero y del poder político sobre la vida concreta de las personas. Con el coeficiente Gini de desigualdad más elevado entre los países desarrollados y uno de los mercados inmobiliarios más especulativos del mundo, Hong Kong no parece una ciudad prometedora para las jóvenes generaciones. Quienes nacieron en esta compleja encrucijada se rebelan contra un horizonte donde el totalitarismo comunista chino confluye con el totalitarismo capitalista occidental.
La tradición de los puestos callejeros que ofrecen albóndigas de pescado y especiados pinchos para el paladar oriental se encuentra fuertemente arraigada en la identidad hongkonesa, una idiosincrasia cada día más pisoteada por las crecientes injerencias de Pekín y por la fiebre especuladora. La voracidad mercantilista ha transformado el distrito central de la isla en una extensión del International Finance Centre (IFC), un centro comercial sobre cuyos puentes colgantes se puede leer la inscripción “No hawkers” (prohibida la venta ambulante).
Pero los disturbios de Mong Kok, que han dado lugar a un centenar de heridos y muchas decenas de detenidos al inicio del Año Nuevo Chino, entre el 8 y 9 de febrero, no son un mero incidente administrativo en torno al comercio tradicional. La frustración de las esperanzas que nacieron con la Revolución de los Paraguas y las amenazantes maniobras de Pekín han contribuido a la radicalización de los sectores más díscolos. Frente a ciertos rumores interesados en manipular los hechos para beneficiar al status quo, es preciso subrayar que ni el Movimiento Occupy, ni Scholarism, ni la Federación de Estudiantes de Hong Kong se encuentran detrás de este estallido de violencia, aunque al menos uno de quienes participaron en sus movilizaciones (el joven detenido Derek Lam Shun-hin) pueda haber optado ahora, a título personal, por una estrategia agresiva. El viraje hacia una confrontación más dura lo encarnan otros grupos localistas emergentes a partir del fracaso de las reivindicaciones pacíficas: Hong Kong Indigenous, Civic Passion, Hong Kong Localism Power y el National Independent Party, bajo sospecha de haber colocado un artefacto explosivo cerca del Parlamento el pasado año.
El motín de Mong Kok se produce, además, en un contexto de crispación acentuada por la desaparición de cinco gestores de Might Current Media, una editorial-librería crítica con el régimen, cuyas publicaciones están prohibidas en el continente. El demócrata Martin Lee, veterano en la lucha pro-democrática hongkonesa, ha afirmado que el secuestro de estas personas es lo más preocupante acontecido en la ex colonia desde su devolución a China. A su voz se han sumado, sorprendentemente, la del presidente del Consejo Legislativo (Legco), Jasper Tsang Yok-sing, fundador del mayor partido pro-comunista en Hong Kong, y la del responsable de la cartera de Justicia, Rimsky Yuen Kwok-keung. En las últimas semanas la prensa internacional ha venido haciéndose eco de la creciente ansiedad de la población a raíz del suceso, una evidencia más de la progresiva disolución del modelo “un país, dos sistemas”. Está en juego, por tanto, no sólo la fórmula que durante décadas ha conformado la identidad y prosperidad de Hong Kong, sino que atrae a un ascendente flujo de inmigrantes cansados de la represión china.
Dentro de este escenario nadie debería quitar importancia a la “Revolución de las Albóndigas de Pescado” simplemente porque tiene un nombre curioso. No olvidemos que la independencia de Estados Unidos comenzó también con una excusa culinaria, el Tea Party; en tal caso, eso sí, algo más elegante.
En un mundo donde el marketing afecta a todos los sectores, incluidos los movimientos revolucionarios, se recurre a sistemas de etiquetado rápido orientados al consumo mediático y al flujo de las redes sociales. Hong Kong es una de las urbes más mercantilizadas del planeta, de ahí que la inquietud ciudadana ante el ascenso del totalitarismo chino trate de venderse con llamativos rótulos. Si en 2014 se proclamaba la “Revolución de los Paraguas”, convirtiendo un útil cotidiano en arma política de inusitada potencia iconográfica, el pasado 9 de febrero se anunciaba la “Revolución de las Albóndigas de Pescado” (Fishball Revolution).Fishball Revolution Por favor, no se rían, ni crean que la creatividad periodística está en crisis; yo pienso más bien que está adoptando un sugerente giro al estilo Duchamp que merece nuestra atención.
Una vez desmanteladas las ocupaciones cívicas de Hong Kong en diciembre de 2014, las cabeceras de referencia enterraron los subversivos paraguas amarillos, aunque todavía batieran sus cálidas varillas en un desesperado aleteo por la libertad. A pesar de ese deliberado silenciamiento, la gente que los empuñaba ha continuado viva, deambulando por las calles de una metrópolis que ha dejado que le compren la democracia, antes siquiera de construirla.