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La risa en tiempos de cólera

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Les seré franca, tenía unas líneas escritas sobre la preocupación, la pena y el miedo que me suscitan los acontecimientos que hemos visto estas semanas en la calle. El horror que me ha provocado ver al fascismo campando a sus anchas, la simbología nazi y franquista, los gritos de moros, maricones, rojos, putas... 

Me duele mi país, que es tan mío como suyo, o es más, me atrevería a decir que quizá sea más mío que suyo, porque el que ellos defienden ya no existe, por mucho que se aferren a sus restos podridos. 

Escribí, con dolor, sobre la irresponsabilidad de quienes desde la política han estado alentando y calentando esta olla a presión de la violencia y el odio, calificando al gobierno de ilegitimo y al presidente de golpista. He estado triste, preocupada, enfadada... y cuando abría las redes sociales solo veía memes, chistes, risas. “A mí no me hace gracia”, pensaba, “¿Cómo podemos estar haciendo bromas con lo que está pasando?”.

Pues bien, déjenme que me contradiga, porque en estos días he visto que posiblemente estaba equivocada. 

Ya se me escaparon algunas risas con los vídeos de la señora que grita como un Tiranosaurio Rex y el momento de Feijóo citando a Ismael Serrano como a un falso Machado, pues miren, no tuvo desperdicio. Pero esta mañana al levantarme vi el nuevo vídeo de los geniales Pantomima Full y su “Escuela de acoso”, con Berto Romero en el papel de don Rabo, enseñando técnicas de coaching para ligar a aprendices de machos alfa.

Lo más divertido es que no inventan nada, que todas estas frases son reales, que este tipo de escuelas existen, y que entre los alumnos de don Rabo, “mamporrero de inadaptados”, puedo distinguir perfectamente a todos y cada uno de los que portaban muñecas hinchables estos días en Ferraz o a esos que megáfono en mano se sentían hooligans de la patria, con ese derroche de testosterona tan impostado. Y entonces lo he visto claro, he visto lo ridículos que son estos personajes y he agradecido a la buena comedia su poder para convertir en pequeño e insignificante aquello que nos da miedo. 

En El nombre de la rosa, novela y película que devoré en mi adolescencia, el monje Jorge de Burgos evita que el resto de monjes puedan acceder a los libros de poética de Aristóteles sobre la risa. Entonces, le dice a Guillermo de Baskerville aquello de “la risa mata al miedo...”. Y es cierto, tanto como que precisamente, esa pérdida de miedo es la que temen todos los déspotas. 

La caricatura y la sátira hacen tambalear los débiles cimientos sobre los que se sustentan los movimientos populistas. Porque no hay nada como ponerse frente a un espejo. 

Y por eso, cuando Chaplin estrenó en 1940 El gran dictador, en la que parodia sin piedad la voz y la gestualidad de Hitler en sus discursos a las masas, la película provocó una ira incontenible en el régimen nazi que se revolvió contra su creador. 

Ahora, cuando vuelvo a ver imágenes de los causantes de los altercados, los insultos, los gritos racistas, las pintadas de esvásticas en los escaparates de las librerías, los veo ahí sentados, en los pupitres del aula de don Rabo, usando términos como “mindset”, y me parecen tan pequeños...

Así que al final de todo, quizá el mejor arma contra el odio sea la comedia, y quizá los memes y las bromas sean nuestra forma de desmontar aquello que pretende atemorizarnos. Y si no, pues al menos nos quedará la risa, que en estos tiempos de cólera inflamada siempre será un refugio. 

Les seré franca, tenía unas líneas escritas sobre la preocupación, la pena y el miedo que me suscitan los acontecimientos que hemos visto estas semanas en la calle. El horror que me ha provocado ver al fascismo campando a sus anchas, la simbología nazi y franquista, los gritos de moros, maricones, rojos, putas... 

Me duele mi país, que es tan mío como suyo, o es más, me atrevería a decir que quizá sea más mío que suyo, porque el que ellos defienden ya no existe, por mucho que se aferren a sus restos podridos.