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¿Síndrome pre-posvacacional? Lean 'El descontento', de Beatriz Serrano

Un hombre teletrabajando, en una imagen de archivo.

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Seguro que muchas y muchos de vosotros aún estáis de vacaciones, pero ya viendo las orejas al lobo del despertador y la oficina, o la habitación de casa que funciona como oficina. Todavía no tenéis el famoso síndrome posvacacional, ese cajón de sastre con el que esquivamos otros términos más dolorosos de lunes a viernes: ansiedad, queme, hastío o incluso depresión. Bueno, como no lo podremos evitar, al menos cabe reírnos un poco de todo ello. Si todavía no lo han hecho (creo que lleva 6 ediciones), están a tiempo de leer El descontento (Temas de hoy), la jocosa novela con la que la debutante Beatriz Serrano hace frente a uno de los mayores males del capitalismo: el trabajo asalariado.

Ya sabemos que una de las máximas del humor es reírse de las desgracias ajenas. No es que seamos malas personas, sino que, si el humor está bien hecho, nos reímos porque esas son en realidad nuestras propias desgracias, pero alivia bastante volcarlas en cualquier otro personaje. Supongo que algo así habrá sentido Serrano al construir una voz narrativa en primera persona de una mujer más o menos de su edad. Es una mujer que ha comprendido a la perfección en qué consiste el trabajo de oficina, en su caso como creativa y con un puesto de mando medio en una agencia de publicidad: en fingir que trabajas, y que trabajas bien. En otras palabras, en afilar el arte del escaqueo, con estilo y seriedad, por supuesto.

En el fondo, eso supone un trabajo añadido, porque armar estrategias de escaqueo lleva también su pericia y tiempo. No obstante, eso de escurrir el bulto cuanto una pueda, lo que no deja de ser una forma moderna de sabotaje, supone igualmente uno de los pocos y nimios placeres a los que puede aspirar un empleado. Ciertamente es un triunfo menor cuando hablamos de jornadas de ocho horas al día. Además, no descarga la tensión mental, la desesperanza, el sinsentido al que abocamos nuestras vida cuando nuestro trabajo no nos reporta ninguna satisfacción más allá de la nómina mensual, que puede ser tan buena como para permitir hincharnos a ansiolíticos o drogas de camello: cuando la única utilidad de nuestro trabajo, en fin, es hacer girar la rueda sin descanso. Sales de la oficina y tienes la absoluta certeza de que nada de lo que has hecho te convertirá en alguien mejor, ayudará a nadie que lo necesite ni hará de tu pedazo de mundo un lugar un poco más bello. Y mañana más.

Su personaje tiene que bregar en pleno mes de agosto, como este que finiquitamos, en una oficina que para mayor desgracia se ubica en Madrid y en la que no faltan las y los motivados que, de manera envidiable (por mucho que los ridiculicemos) saben convertir su trabajo en un modo de realización personal

Sí, puede que el panorama no apunte muy alegre, pero Serrano encuentra la forma de verle el lado chistoso a toda esa rabia gracias a su mirada de parodia, es decir, que, envueltas en ropajes cómicos, te suelta verdades no siempre fáciles de encajar. Así que su personaje tiene que bregar en pleno mes de agosto, como este que finiquitamos, en una oficina que para mayor desgracia se ubica en Madrid y en la que no faltan las y los motivados que, de manera envidiable (por mucho que los ridiculicemos) saben convertir su trabajo en un modo de realización personal.

Para los que no damos con esa tecla, tenemos esta novela, acerca de cuya trama y anécdotas, como veis, no cuento nada, sobre todo para que disfrutéis de ese crescendo que nos regala unas 40 páginas finales en las que yo me he tronchado a pesar de que, como en el resto de la novela, echo en falta una perspectiva un tanto más colectiva y menos individual. Supongo, con todo, que eso es también buscado: el individualismo como otra causa más del descontento.

Nos vemos de nuevo ya en septiembre, para ponernos, barrunto, más serios. Disfrutad lo que os quede de vacaciones, si es así, y tratemos todos de reírnos, que ya mismo llega el otoño.

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