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“Todas las violencias”
Resulta significativo comprobar cómo cada vez que ocurre un caso de violencia de género y se tiene que emitir un comunicado de rechazo o condena por parte de un organismo, empresa o institución, se recurre a la fórmula de expresar que se está en contra de “todas las violencias” o de “cualquier violencia”.
Es lo que ha sucedido con el comunicado del Atlético de Madrid tras la detención de su jugador Lucas Hernández, ni siquiera han tenido el detalle de mencionar la violencia de género para decir que se está en contra de ella y de todas las demás, la han obviado para irse directamente al conjunto de “todas las violencias”. Es parecido a lo que sucedió con el Real Betis cuando parte de la grada apoyó con sus cánticos al jugador Rubén Castro.
Hay tres formas de invisibilizar la violencia de género, la primera de ellas es negar su existencia, la segunda justificarla sobre circunstancias del contexto, del agresor “descontrolado”, o de la víctima provocadora, y la tercera mezclarla y confundirla entre otras violencias. Al final cualquiera de las tres formas consiguen lo mismo por distintas vías: ocultar su realidad, negar su especificidad y diferencias con otras violencias interpersonales, y desvincularla de ese mismo contexto social y cultural que la ha normalizado hasta el punto de que muchas víctimas llegan a decir lo de “mi marido me pega lo normal”, y que el 44% de las mujeres que reconocen hoy sufrir violencia por sus parejas afirmen no denunciarla porque “no es lo suficiente grave”, o sea, porque es “normal” (Macroncuesta, 2015).
Y si las tres formas de negar la realidad de la violencia de género son graves (negación, justificación y confusión), sin duda la que más daño hace en nuestros días es la tercera, la que la presenta como “una violencia más”, pues además de camuflarla es una forma de potenciar las otras dos, la que la justifica y la que la niega. Ninguna de las violencias restantes pierde intensidad al hablar de todas ellas de forma general, y la violencia terrorista, la violencia del narcotráfico, la de las mafias y bandas organizadas… siguen siendo graves para la sociedad, sin embargo, la violencia de género, que ya aparece de por sí como algo menor, se pierde aún más entre la gravedad incuestionada del resto.
No por casualidad, a pesar de los 700.000 casos y de las 60 mujeres asesinadas, resultado que no se produce en ninguna de las otras violencias, sólo es considerada como un problema grave para el 1% de la población, tal y como recogen los barómetros del CIS.
Y más grave aún resulta que ese tipo de argumentos lo utilicen los clubes de fútbol por ser un espacio donde el machismo está presente antes del pitido inicial, y no acaba tras el sonido del silbato al final de los minutos añadidos a cada partido. Un ambiente en el que la violencia dentro de los partidos se justifica porque es un deporte “para hombres”, donde las parejas de algunos jugadores son recordadas e insultadas con frecuencia por el graderío, y donde las madres de cualquiera son situadas en esquinas solitarias bajo las farolas de un machismo siempre en penumbra.
Y en todo esto hay trampa y complicidad, puesto que cuando existe alguna de las otras violencias el posicionamiento es completamente distinto. No es casualidad que el mundo del fútbol, desde la UEFA a la FEF, desde los clubes a los jugadores, muestre con contundencia y claridad su rechazo al racismo y hable directamente de “NO AL RA-CIS-MO”, en lugar de decir que están en contra de “todo tipo de discriminación”, bien sea por raza, por origen, por orientación sexual, por creencias…
Del mismo modo que tampoco ha sido fortuito el rechazo directo y explícito y las acciones desarrolladas contra los grupos de ultraderecha que utilizaban los campos para mostrar su violencia y su ideología, ni tampoco las medidas adoptadas contra los jugadores que han reproducido sus gestos y símbolos, tal y como hemos visto con la decisión de no permitir la simbología de “los Biris” en el estadio del Sevilla, o con la reacción de una parte de la afición del Rayo Vallecano contra el jugador Zozulya por sus antecedentes neonazis. En esos casos no ha habido problema alguno para actuar con claridad y contundencia frente al fascismo, no contra cualquier otra cosa, pues saben que la forma de evitar ese tipo de comportamientos y su confusión con otras expresiones deportivas es explicitar su rechazo y marcar distancia con ellos, algo que no hacen con la violencia de género.
Ese temor, casi pudor, que hay para posicionarse contra la violencia de género en el mundo del fútbol y en la sociedad, es el que utiliza el machismo y sus violentos para seguir camuflándose entre las gradas y entre la normalidad. Y lo mismo que los clubes hace años que iniciaron con determinación una serie de acciones para sacar a los grupos violentos de sus gradas, ahora deberían hacer lo mismo para sacar a los machistas de los estadios.
Es cierto que si lo hacen los estadios se quedarían prácticamente vacíos, pero más vale que no quede nadie y que después se vayan llenando con gente crítica con el machismo y a favor de la Igualdad, que continuar con esta falsa neutralidad del mundo de los hombres que ampara con su silencio a los 700.000 maltratadores y a los 60 asesinos de cada año.
La fórmula es fácil: llamar a la violencia de género por su nombre y decir fuerte y claro “NO AL MA-CHIS-MO”.