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A tomar por el FLA

Según dicen los que entienden de estas cosas -Felipe González entre ellos- la independencia de Cataluña no es cosa fácil, a pesar de los contumaces esfuerzos que en tal sentido hacen el PP y Mariano Rajoy, con su rechazo al nuevo Estatut, el furioso recurso contra lo que quedó de él, el nombramiento de un catalanófobo para dirigir el Tribunal Constitucional y su pertinaz costumbre de mirar para otro lado para ver si el problema se arregla por sí solo mientras pone a caldo a todo aquel que lleve barretina. Tal es el empeño del presidente del Gobierno que bien podrían los catalanistas nominarle padre de la patria con el nombre de Mariano el Piloso, junto al Wilfredo del mismo apodo, el primer y genuino conde de Barcelona.

Para un servidor, castellano viejo (bastante viejo, todo hay que decirlo), vecino de Granada y un poco de la cáscara amarga, toda esta barahúnda nacionalista queda un poco lejos, tanto como un millón de años luz, que es la distancia que separa los intereses de las burguesía barcelonesa y madrileña de mis problemas cotidianos, que si un día nos ponen una frontera en el Ebro o en el Manzanares, las grandes industrias de mi barrio (las tiendas de todo a cien y la oficina del Inem) tampoco se verían muy afectadas. Que si quieren vivir en el onanismo, que con su pan tumaca se lo coman.

Así, mientras los catalanes siguen haciendo sus castellets en el aire y los españolazos se preparan con la boquita pequeña para una nueva batalla del Ebro, pasando por Gibraltar y Perejil, aquí estamos nosotros Despeñaperros abajo, discutiendo si son galgos o son podencos, mientras las derechas patrias, españolas y catalanas, siguen recortándonos hasta la vida misma.

Y el resultado es que mientras nosotros andamos distraídos, aunque no tanto como los socialistas catalanes (que creen que la modernidad es bailar la Internacional a ritmo de sardana), ahí tenemos a Mariano el Piloso y a Artur Mas reunidos en secreto en el corazón de Castilla para hablar de sus cosas, que no son otras que las nuestras, las de los andaluces. Y como lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, no creo que en ese conciliábulo los dos eximios representantes de la derecha hispana hayan dialogado de fronteras o banderas, con la que está cayendo. Que la pela es la pela y a Ebro revuelto, ganancia de Els Segadors.

Haría muy bien nuestra flamante presidenta, Susana Díaz, en no dejarse despistar por todas estas alharacas rojigualdas y cuatribarradas y controlar un poco más el FLA (Fondo de Liquidez Autonómico), del que Cataluña ya se ha llevado el 30 por ciento cuando su producto interior bruto es del 20 por ciento. En total 20.000 millones de euros, mientras que Andalucía sólo ha pillado 10.000, a pesar de que somos bastantes más criaturitas. Parece ser que creen que nuestro producto interior es bastante más bruto que el de ellos. Y como nos hemos tragado el sapo, ya nos están preparando un nuevo sistema de financiación autonómica al que seguramente le perderemos dinero y del que no sabemos gran cosa. Es lo que tienen las reuniones secretas.

Todo sea por el bien de España, como dijo un ministro de Rajoy, que comparó la situación catalana con la de un pobre enfermo, al que primero hay que bajar la temperatura para después estabilizarlo. A base de mucha liquidez, diría yo. También hay otros remedios más invasivos, como el enema o el supositorio calibre 24, que serán administrados por nuestra retaguardia. Así volveremos a tomar por el FLA.

Según dicen los que entienden de estas cosas -Felipe González entre ellos- la independencia de Cataluña no es cosa fácil, a pesar de los contumaces esfuerzos que en tal sentido hacen el PP y Mariano Rajoy, con su rechazo al nuevo Estatut, el furioso recurso contra lo que quedó de él, el nombramiento de un catalanófobo para dirigir el Tribunal Constitucional y su pertinaz costumbre de mirar para otro lado para ver si el problema se arregla por sí solo mientras pone a caldo a todo aquel que lleve barretina. Tal es el empeño del presidente del Gobierno que bien podrían los catalanistas nominarle padre de la patria con el nombre de Mariano el Piloso, junto al Wilfredo del mismo apodo, el primer y genuino conde de Barcelona.

Para un servidor, castellano viejo (bastante viejo, todo hay que decirlo), vecino de Granada y un poco de la cáscara amarga, toda esta barahúnda nacionalista queda un poco lejos, tanto como un millón de años luz, que es la distancia que separa los intereses de las burguesía barcelonesa y madrileña de mis problemas cotidianos, que si un día nos ponen una frontera en el Ebro o en el Manzanares, las grandes industrias de mi barrio (las tiendas de todo a cien y la oficina del Inem) tampoco se verían muy afectadas. Que si quieren vivir en el onanismo, que con su pan tumaca se lo coman.