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Fuimos la sociedad civil, fuimos la COP25

En castellano se utiliza la misma palabra para referirse tanto a “acontecimientos pasados y dignos de memoria” como a la “relación de cualquier aventura o suceso”: historia. El cambio social son historias que nos contamos para pasar a la acción y escribir la Historia. Historias que conectan puntos del pasado y eligen caminos hacia el futuro. Historias que nos definen, unen y liberan. Participaba yo en mi primera Cumbre del Clima de Naciones Unidas en París en 2015 cuando me convencía la brillante historia de que podíamos ganar la batalla en el gran tablero de la globalización, de que los “líderes” lideraban. Cuatro años más tarde las emisiones han crecido un 4% y la distancia entre la ciencia climática y la realidad de la inacción política no deja de aumentar: los compromisos de reducción de emisiones deben multiplicar su ambición por 5 si queremos cumplir con París. Cuatro años y aún no están cerradas ni las reglas de implementación del acuerdo, y mientras tanto incendios, sequías, inundaciones, huracanes, DANAS, migraciones y muertes. Esa no era la historia. La nuestra no estaba en el centro del escenario, aún no.  

En 2019 ha sucedido. El liderazgo ha cambiado de manos, por fin. Una niña sola en huelga frente a su parlamento, unos cuantos rebeldes cortando los puentes de acceso a Londres, varias guardianas indígenas asesinadas. Empezamos en los márgenes, ahora somos millones: Puerto Rico, Ecuador, Hong Kong, Argelia, Haití, Líbano, Bolivia, Guinea, Iraq, Irán, Chile, Francia ... la Revolución no será televisada. O sí. Jóvenes, pensionistas, mujeres, pueblos indígenas, ecologistas, trabajadores ... lo nuevo ha emergido y somos nosotras, justo las que estábamos esperando. La sociedad civil global nos hemos unido por lo común, retomando la democracia popular robada, única herramienta capaz de proteger el común: el clima, el futuro, la vida. Sólo el cambio de paradigma y de escala (¡volvamos a la local!) nos salvará (no es el planeta, es la humanidad), y eso pasa por retomar el poder de forjar nuestro propio destino. Pasa por asambleas ciudadanas bien (in)formadas y soberanas. Llegaremos a eso. Porque así lo hemos decidido, en la Cumbre del Clima, la nuestra.

El error del crecimiento ilimitado

La semana pasada estuve en Madrid, participando en mi quinta COP. Ahora ya sé de qué va el tema: patrocinadores del oligopolio energético dentro, ONGs fuera. 40 años desde que se conoce al detalle el problema, 25 cumbres del clima, no hay voluntad política para resolverlo, es obvio. Como también lo son las razones del fracaso: no hay salida a la crisis climática y social en un sistema económico global basado en el crecimiento económico ilimitado (el mito del crecimiento verde hace tiempo que cayó); y en las desigualdades entre países, pueblos y personas, unas consumiendo por encima de las capacidades del territorio y otras pagando las deudas y consecuencias de algo que no generaron. Esta es la injusticia climática que deslegitimiza y bloquea el proceso. No hay negociación que valga si la transformación no parte de la aceptación, y continúa con humildad y auténtica solidaridad. El primer paso es sencillo: escalar la presión social hasta que la sientan en el cogote nuestros representantes. En ello estamos.

Pero también hay otro tema: yo ya no voy a las COPs pensando en los acuerdos que alcanzarán o dejarán de alcanzar, voy para conectarme con todos esos pequeños grandes agentes de cambio que buscamos impulsar, escalar, vivir el cambio en primera persona (¡y exigirles que nos lo faciliten!) He estado en la Zona Azul de las negociaciones, pero centrado en los eventos paralelos, inspirándome de proyectos con impacto y presentado uno propio con potencial: La Ruta del Clima, itinerarios físico-conceptuales (visitas guiadas, gymkanas...) para ver en el terreno los impactos (presentes y futuribles), causas, conexiones y soluciones a la emergencia climática, en clave de movilización social, economías locales, soluciones basadas en la naturaleza, pensamiento crítico, culturas alternativas y arte. Porque el cambio sistémico necesario demanda formas de pensar fuera de esta caja, nuevas prioridades (bienestar holístico frente a crecimiento económico, como Nueva Zelanda e Islandia ya nos muestran), relocalizar nuestras vidas y economías, tecnología de la sabia Naturaleza, democracia real y disfrutarlo todo día a día.  

Estuvimos en el Pabellón de la UE para contar el proyecto a toda persona humana que se acercase, buscando que el modelo se replique, que cualquier entidad local interesada pueda ofrecer rutas del clima en su ciudad o territorio, desde nuestra independencia pero colaborando en red por nuestra interdependencia. Nos hemos dado cuenta: falta mucha educación práctica orientada a la acción local. La gente clama al cielo vías para ser parte de la solución en su ámbito cercano y de influencia. Los medios se suelen quedar en el morbo de la catástrofe, sin ofrecer alternativas (existentes ya) para involucrarse en el nuevo rumbo. Por muchas razones, claro. Pero he ahí nuestra oportunidad y deber.

No podemos permitir que junto a la foto del glaciar que se derrite nos coloquen la oferta del Black Friday (¡y tánto que Black!) Ni poner el foco sólo en las acciones individuales: “En el último año, ¿cuáles de las siguientes acciones ha realizado para combatir el cambio climático?” Bla bla bla. Si bien éstas son necesarias para legitimarnos y empoderarnos, no debemos caer en la falacia de que la culpa y todo el poder de actuación recae en el “consumidor”. Cualquiera que haya intentado vivir sin plásticos, por ejemplo, sabe lo difícil que nos los ponen. Si fuera más fácil hace tiempo que lo hubiéramos hecho. Hablamos de la palanca de las políticas públicas para favorecer, incentivar, multiplicar la acción climática, y eliminar a los “fósiles” anclados en el pasado de sus beneficios cortoplacistas y egoístas. Con elegante firmeza lo argumenta Local Futures, organización internacional referente en economías locales de la felicidad: “No podemos hacerlo solos”. No, solos no.

He estado también en la Cumbre Social por el Clima (la contra-cumbre o la verdadera cumbre) escuchando a las otras voces, las que protegen a nuestra Madre Tierra con su cuerpo, las que cooperan con sus pueblos hermanos. Y en la enorme manifestación del viernes por la Castellana. Con compañeros de la Alianza Malagueña por la Emergencia Climática, medio millón de personas y el corazón en un puño. Si esto se parece mínimamente a lo nuevo, doy gracias por ser parte. Vivo me siento en este alegre tumulto. Es eso, precisamente eso, lo que me hace seguir e indica el camino, mi estrella polar, mi destino: la belleza de las rebeldes rojas y su suave canción, el compartir contigo esta emoción.

Sí, lo he comprendido. Ya sé cuál es nuestra historia. Comienza aquí. Es abierta, valiente. ¿La escribimos? 

En castellano se utiliza la misma palabra para referirse tanto a “acontecimientos pasados y dignos de memoria” como a la “relación de cualquier aventura o suceso”: historia. El cambio social son historias que nos contamos para pasar a la acción y escribir la Historia. Historias que conectan puntos del pasado y eligen caminos hacia el futuro. Historias que nos definen, unen y liberan. Participaba yo en mi primera Cumbre del Clima de Naciones Unidas en París en 2015 cuando me convencía la brillante historia de que podíamos ganar la batalla en el gran tablero de la globalización, de que los “líderes” lideraban. Cuatro años más tarde las emisiones han crecido un 4% y la distancia entre la ciencia climática y la realidad de la inacción política no deja de aumentar: los compromisos de reducción de emisiones deben multiplicar su ambición por 5 si queremos cumplir con París. Cuatro años y aún no están cerradas ni las reglas de implementación del acuerdo, y mientras tanto incendios, sequías, inundaciones, huracanes, DANAS, migraciones y muertes. Esa no era la historia. La nuestra no estaba en el centro del escenario, aún no.  

En 2019 ha sucedido. El liderazgo ha cambiado de manos, por fin. Una niña sola en huelga frente a su parlamento, unos cuantos rebeldes cortando los puentes de acceso a Londres, varias guardianas indígenas asesinadas. Empezamos en los márgenes, ahora somos millones: Puerto Rico, Ecuador, Hong Kong, Argelia, Haití, Líbano, Bolivia, Guinea, Iraq, Irán, Chile, Francia ... la Revolución no será televisada. O sí. Jóvenes, pensionistas, mujeres, pueblos indígenas, ecologistas, trabajadores ... lo nuevo ha emergido y somos nosotras, justo las que estábamos esperando. La sociedad civil global nos hemos unido por lo común, retomando la democracia popular robada, única herramienta capaz de proteger el común: el clima, el futuro, la vida. Sólo el cambio de paradigma y de escala (¡volvamos a la local!) nos salvará (no es el planeta, es la humanidad), y eso pasa por retomar el poder de forjar nuestro propio destino. Pasa por asambleas ciudadanas bien (in)formadas y soberanas. Llegaremos a eso. Porque así lo hemos decidido, en la Cumbre del Clima, la nuestra.