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¿Derrotados?
Las elecciones del pasado día 23 han dado lugar a un escenario político que todo el mundo coincide en calificar de muy complicado, con un partido, el PP, que las ha ganado pero parece haberlas perdido, y otro, el PSOE, que pese a quedar segundo parece haber ganado. Podemos especular sobre lo que ha sucedido y sus motivos, pero lo que resulta evidente es que estamos ante una realidad que conviene no ignorar: la ciudadanía ha votado, y sus votos expresan, más allá de lo que digan unos partidos y otros, qué España tenemos y – parafraseado a Feijóo: “”España ha hablado“” – qué ha hablado España. 11 millones han votado por las candidaturas de las derechas, casi 11 millones han votado a fuerzas que se proclaman de izquierdas, y cerca de 2 millones lo han hecho a partidos de corte nacionalista y/o independentista que en muchos casos declaran ser también de izquierdas.
Si pasamos de los números a las propuestas basándonos en lo que cada fuerza política ha expresado en la campaña electoral, aparece una conclusión razonable que la sustentan casi 13 millones de los 24 que han votado: no queremos derogar el “sanchismo”, obsesivo lema con el que toda la derecha nos ha martilleado por activa, pasiva y perifrástica durante meses y semanas. Ello explica, con el respaldo de los escaños que unas formaciones y otras han obtenido, que el ganador parezca un perdedor porque sólo tiene el respaldo de un tercio de los electores, y el segundo parezca tener opciones de contar con el apoyo de algo más de la mitad de los votantes, lo que le convertiría en ganador efectivo.
Todo el mundo sabe, aunque no parece saberlo, que Feijóo no puede ser Presidente de Gobierno, y todo el mundo sabe que si alguien tiene posibilidades de serlo es Pedro Sánchez.
Moreno afirma que "el sanchismo quiere volver a retorcer ... las pautas normales de la democracia", porque eso sería que "el derrotado asuma la presidencia del Gobierno" uno no puede sino ponerse ante el espejo de la incongruencia de esas palabras
A mi juicio, hay una España real que ha emergido con fuerza y determinación tras el 23J, y a la que unos y otros deberían prestar atención y respeto. Para empezar, ha quedado claro que una mayoría de españoles y españolas no quieren que se les tome por tontos a base de hipocresía y cinismo como el que todavía hoy se desprende de las declaraciones de muchos dirigentes políticos. Cuando el Presidente andaluz, Moreno Bonilla, afirma que “el sanchismo quiere volver a retorcer ... las pautas normales de la democracia”, porque eso sería que “el derrotado asuma la presidencia del Gobierno” (habiendo sido él mismo en 2018, Isabel Díaz Ayuso en Madrid, Fernández Mañueco en Castilla y León o López Miras en Murcia en 2019, “derrotados” en las urnas que asumieron la presidencia de sus respectivos gobiernos), uno no puede sino ponerse ante el espejo de la indecente incongruencia de esas palabras, que son mucho más graves aún, por cuanto que indican que no ha comprendido todavía que el contrabando político ya no cuela para muchos millones de españoles, voten a quien voten.
La contumacia en esa forma de hacer política en virtud de la cual ayer había que elegir “entre Sánchez o España”, para 48 horas después proclamar que Sánchez es el dirigente de un “partido de estado” ha sido derrotada tajantemente en las urnas, como lo ha sido en Extremadura el delirante ejemplo de indignidad de su Presidenta después de haberse tragado todas sus imponentes proclamas, o como lo ha sido el nauseabundo eslogan sobre Txapote por cuantos lo estuvieron coreando hasta el mismo día que terminaron pidiéndole a quien era vituperado de forma tan despreciable. La gente no quiere eso, a ver si se enteran de una vez: la España real es mucho más auténtica que todo eso, y no caen como bobos en la trampa de la inconsistencia, la mentira y la hipocresía.
Somos una nación diversa, con una riqueza cultural y lingüística envidiable, hija de una historia a veces dolorosa para la convivencia entre territorios que buscan un espacio político propio dentro de la unidad
La España real tampoco es aquella que al grito de “Santiago y cierra España” pretende imponer una visión uniforme y monocorde de nuestra patria. Somos una nación diversa, con una riqueza cultural y lingüística envidiable, hija de una historia a veces dolorosa para la convivencia entre territorios que buscan un espacio político propio dentro de la unidad. Unidad que no puede ser la consecuencia de la imposición y la fuerza, sino del respeto a la diferencia dentro de la igualdad entre la ciudadanía, y que ha de profundizar en las posibilidades de autogobierno en el marco de la Constitución. Esa visión uniformista parece como si nos quisiera retener en el siglo XIV o XV, y no tan sólo en lo territorial.
Quienes aún no han comprendido que la España del siglo XXI es una sociedad que vive mayoritariamente en el respeto a las ideas de los demás, a su libre expresión y creatividad, no pueden imponernos al resto su moral y sus criterios por medio de la persecución judicial o la simple represión de la censura. Esa forma antigua y trasnochada de contraponer una España que ya no existe con la España real de 2023 es la que también ha sido derrotada en estas elecciones.
Derrotados el 23J por la realidad de los votos libremente emitidos por la ciudadanía, pero más derrotados, si fuera posible, por su empeño y enajenación en mantener el mismo discurso, el mismo afán de engaño e hipocresía del que están haciendo gala en estos días. La mayoría de la sociedad española no lo va a olvidar.
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