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OPINIÓN
No silenciarán el Festival, ni a la gente del cine
De todas las difíciles decisiones que hubimos de tomar en el convulso año del comienzo de la pandemia, la de la continuidad del Festival de Cine Europeo de Sevilla no fue una de ellas. Su celebración, con carácter presencial y competitivo como había sido en sus dieciséis ediciones anteriores, no estaría en cuestión siempre que las restricciones de movilidad y las recomendaciones sanitarias lo permitieran.
El principal argumento a favor de la celebración de la muestra fue siempre que, si se dejaba pasar una edición, sería muy difícil recuperar el lugar que Sevilla había conquistado, mantener el prestigio cosechado a base de esfuerzo y criterio. Y, sin embargo, nunca fue necesario blandir esa idea con vehemencia. La decisión de que Sevilla tuviera su festival en noviembre de 2020 estuvo acreditada por el apoyo de la industria del cine, de todos los sectores implicados y de todas las administraciones públicas.
Todos entendimos que era una decisión estratégica, un proyecto de ciudad. Pero había además otro elemento esencial a tener en cuenta: de lo que se trataba no era dejar de celebrar un acontecimiento social, sino un encuentro cultural que permitió a nuestras mentes y almas romper la burbuja de la realidad en la que, de repente, nos vimos inmersos.
Todas las formas artísticas tienen como uno de sus nobles propósitos el de retratar los acontecimientos que conforman aquello a lo que llamamos sociedad, fijando en la memoria colectiva los episodios que la marcan. ¿Cómo íbamos a cerrar entonces una de las puertas a la expresión más relevantes de nuestro tiempo? Teníamos la obligación moral de favorecer que el cine siguiera siendo una de las principales vías para la catarsis social, y la sociedad la necesitaba más que nunca, después de que todo un modelo de convivencia se hubiera puesto en cuestión por una amenaza invisible que se llevó por delante vidas, ilusiones y proyectos.
Ahora son otros los vientos que amenazan a este proyecto estratégico, aunque solo podamos intuir de qué componente soplan, porque no son vientos claros, sino enturbiados por una atmósfera social enrarecida
Cuando ese tipo de elementos son los que están encima de la mesa, cuando se entiende que las decisiones que se toman tienen su repercusión en el futuro y están determinadas por décadas de trabajo, incluso las cuestiones ideológicas deben quedar diluidas. Así debería ser siempre.
El cine baña con la pátina de la épica las historias que lo merecen. Necesitábamos esa narrativa heroica, contarnos a nosotros mismos los episodios de coraje y honestidad que miles de mujeres y hombres habían firmado en todo el planeta, y que merecerían decenas de películas. No podíamos ahogar el grito que todos necesitábamos proferir.
Recuerdo con nitidez alguna de aquellas reuniones en las que tratábamos de no dejar ningún fleco suelto; en las que hilvanamos el relato que justificaría la celebración del Festival de Cine Europeo de 2020. Me viene a la memoria el alegato de una de las personas que con más denuedo había trabajado por la relevancia y el prestigio de la muestra: “No podemos permitir que el viento de la pandemia se lleve nuestro futuro”. Entendimos la referencia a la célebre película de Victor Fleming (y a la novela de Margaret Mitchell), en la que una sociedad en crisis por la convulsión y la guerra se despedía de sí misma y de sus conquistas.
Una vez más, el cine y la literatura asumían su misión catártica para glosar episodios que no pertenecieron al territorio de la creatividad pura, que no se crearon de la nada sino a partir de hechos ignominiosos.
Aquellos vientos se llevaron esperanzas y sueños de quienes vivieron el acecho sombrío de la confrontación. Los vientos de la pandemia, en cambio, no pudieron con nuestro Festival. No hubo miedo en las decisiones —y la valentía siempre genera nobles alianzas—, sino prudencia y responsabilidad como elementos esenciales que diseñaron un formato adaptado a una realidad compleja que necesitaba, más que nunca, de la épica del cine.
Ahora son otros los vientos que amenazan a este proyecto estratégico, aunque solo podamos intuir de qué componente soplan, porque no son vientos claros, sino enturbiados por una atmósfera social enrarecida.
¿No sería precisamente esa coincidencia con los Grammy, con esos millones de miradas puestos en Sevilla, una formidable forma de impulsar la muestra cinematográfica?
No entiendo el empeño del actual equipo de Gobierno municipal por destrozar el prestigio y la repercusión del Festival de Cine de Sevilla. Revela una regresión en materia cultural en la ciudad que debe evolucionar con independencia de los gustos personales de quien gobierna. Porque se gobierna para todos, no sólo para quien comparte gustos.
En el último año, quien puso mayor énfasis en desacreditar el Festival de Cine de Sevilla fue Vox, y sin embargo, no ha sido necesario que esté de facto en el gobierno para liquidar la edición de 2023. La excusa de los Grammy no es excusa.
Los argumentos que se esgrimen son los de hacer más grande el Festival, evitando que sea eclipsado en las mismas fechas por un evento de repercusión global como los Latin Grammy. ¿Y no sería precisamente esa coincidencia, con esos millones de miradas puestos en Sevilla, una formidable forma de impulsar la muestra cinematográfica?
No ver esa compatibilidad, esa complementariedad, es tener una visión muy limitada en materia de cultura, que no es una carga que no hay más remedio que tener en la acción de gobierno, sino un elemento transformador de la sociedad.
Que nadie se equivoque: por más que rolen o arrecien, esos vientos no podrán tumbar los mástiles erigidos por quienes han hecho de la creación artística su vida.
El cine es una forma de expresión libre y reivindicativa por definición, que pone sobre la mesa cuestiones sociales que son, muchas veces, incómodas. Y precisamente por eso, el compromiso de quienes hacen películas tiene un valor esencial para hacer avanzar a nuestra sociedad. Para diseñar su futuro. Para glosar sus historias.
Lo hacen con la suficiente capacidad crítica y solvencia intelectual como para construir argumentos incontestables, pero también con la suficiente humildad como para escuchar y aceptar que pueden estar equivocados.
Por eso no se les escucha. Por eso se les ignora. Por eso se les teme. Por eso hay vientos que pretenden silenciarles.
Sobre este blog
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