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“¿Y si son homosexuales también?”

Prof. Titular Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad de Sevilla —
14 de julio de 2022 20:37 h

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En estos días se han cumplido 20 años de la presentación pública del primer estudio sobre las familias homoparentales españolas, del que se hizo eco la prensa en aquel momento. Su objetivo principal era dar respuesta a las preguntas que esta sociedad se hacía acerca del desarrollo infantil y adolescente en unas familias de las que lo desconocía casi todo.

Los resultados de aquel estudio, publicado en revistas científicas, evidenciaron que no había diferencias significativas entre quienes crecían con madres lesbianas o padres gays y sus compañeros de clase con progenitores de distinto sexo: eran indistinguibles en autoestima, ajuste emocional y comportamental, competencia social o aceptación por sus compañeros o compañeras, entre otras dimensiones evaluadas. Sirvieron para despejar dudas y ahuyentar preocupaciones de buena parte de la sociedad, al tiempo que fundamentaron el cambio legislativo que propició el matrimonio igualitario en 2005.

Sin embargo, también provocaron un sorprendente y airado escándalo en una minoría, reticente a aceptar que pudieran desarrollarse bien quienes crecían con madres lesbianas o padres gays. Así, se puso en cuestión el rigor científico de este estudio y hasta se orquestó una campaña en contra de que fuera publicado o se volviera a financiar a nuestro equipo de investigación. Una de las críticas recibidas estuvo relacionada con el hecho de que ese estudio no respondía a “la pregunta fundamental” (para esta minoría): si estos chicos o chicas serían también homosexuales. Obviando el carácter prejuicioso de la crítica, al considerar implícitamente que sería un efecto indeseable y patológico, ese aspecto ciertamente no había sido objeto de análisis en aquel estudio, dado que los chicos o chicas estudiados tenían edades tempranas.

Años después, nuestro equipo ha estudiado las experiencias vitales y el perfil psicológico de chicos y chicas mayores de edad que habían crecido con madres lesbianas o padres gays en España. Los resultados relacionados con la orientación sexual de esta prole ya adulta acaban de ser publicados en el Journal of Homosexuality y permiten responder a aquella pregunta de un modo claro, aunque con algunos matices interesantes.

Un primer dato de su comportamiento sexual daría una respuesta simple y tajante a la pregunta formulada, puesto que, en una escala de siete puntos, desde la absoluta homosexualidad a la absoluta heterosexualidad, el 87% de los hijos e hijas de lesbianas o gays se situaba en este último polo. O sea, la inmensa mayoría de los chicos o chicas que entrevistamos mantenían relaciones sexuales solo con personas del otro sexo, como ocurre en la población general, desmontando los prejuicios que inspiraban la pregunta.

Un 26% de las chicas o chicos que entrevistamos reconocía haber tenido relaciones sexuales con personas de ambos sexos. Estas experiencias eran enmarcadas en un contexto de exploración en la adolescencia y habían sido vividas sin culpa ni preocupación

Sin embargo, al considerar otras dimensiones de la sexualidad, se añadían matices a la respuesta. Así, descendía al 67% quienes reconocían sentir atracción solo por personas del otro sexo y al 60% quienes se identificaban únicamente como heterosexuales. O sea, una parte de las personas entrevistadas, aunque solo tenía relaciones con personas del otro sexo, reconocía haber sentido en algún momento atracción por personas del mismo sexo y eso les lleva a autodefinirse de modo menos tajante (p.e. mayoritariamente heterosexuales), mostrando sintonía con la diversidad de su deseo sexual.

Abundando en esa idea, preguntarles por sus experiencias pasadas aporta también datos interesantes, puesto que un 26% de las chicas o chicos que entrevistamos reconocía haber tenido en el pasado relaciones sexuales con personas de ambos sexos, aunque fuera de modo esporádico. Estas experiencias eran enmarcadas en un contexto de exploración de su sexualidad en la adolescencia y habían sido vividas sin culpa ni especial preocupación.

Por último, el género se desveló como una variable relevante a la hora de definir la orientación sexual: mientras los varones entrevistados se autodefinían situándose en los extremos de la escala (uno como “absolutamente homosexual” y el resto como “absolutamente heterosexual”), las mujeres mostraban un patrón significativamente más variado y menos polarizado, posicionándose frecuentemente en los niveles intermedios. Estas diferencias por género concuerdan con las halladas en otros estudios con población general, que han encontrado mayor fluidez y menor polarización de las mujeres a la hora de definir su orientación sexual.

A la vista de los resultados obtenidos, hemos de concluir que no se ha visto confirmada la mal llamada “preocupación” que albergaba una parte de la sociedad acerca de que estos chicos o chicas fueran también gays o lesbianas, como sus padres o madres. Lo que sí evidencian nuestros datos es su mayor libertad para experimentar y definir su orientación sexual, sin temor al rechazo y sin culpa. En este sentido, quienes reconocían una orientación homosexual o bisexual nos comentaron que nunca lo ocultaron y que empezaron por comentarlo con su familia. Y esto es así porque saben que sus familias solo quieren que sean felices, amen a quien amen, se eroticen con quien se eroticen.

Mucho que seguir aprendiendo de las familias homoparentales en España.

En estos días se han cumplido 20 años de la presentación pública del primer estudio sobre las familias homoparentales españolas, del que se hizo eco la prensa en aquel momento. Su objetivo principal era dar respuesta a las preguntas que esta sociedad se hacía acerca del desarrollo infantil y adolescente en unas familias de las que lo desconocía casi todo.

Los resultados de aquel estudio, publicado en revistas científicas, evidenciaron que no había diferencias significativas entre quienes crecían con madres lesbianas o padres gays y sus compañeros de clase con progenitores de distinto sexo: eran indistinguibles en autoestima, ajuste emocional y comportamental, competencia social o aceptación por sus compañeros o compañeras, entre otras dimensiones evaluadas. Sirvieron para despejar dudas y ahuyentar preocupaciones de buena parte de la sociedad, al tiempo que fundamentaron el cambio legislativo que propició el matrimonio igualitario en 2005.