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Araceli Hidalgo, lucha y sacrificios de la primera vacunada contra la COVID en España

Álvaro López

Granada —
28 de diciembre de 2020 21:20 h

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Una sonrisa amable, una entereza envidiable, una valentía atronadora y un sencillo “poquitillo” definieron un momento que ya es historia de España gracias a Araceli Hidalgo (Guadix, 1924), la primera persona vacunada contra la COVID-19 en nuestro país. En menos de 30 segundos, la vida de esta granadina de 96 años pasó de ser la de una luchadora acostumbrada a estar detrás de toda su familia para que esta saliese hacia adelante, a ponerse en el foco y ante la mirada de millones de personas que desde este lunes no olvidarán su rostro.

La historia de Araceli es la de una mujer que nació en la década de los años 20 del pasado siglo en el seno de una familia extraordinariamente numerosa conocida como “los moruzos”. Con más de 20 hijos y una decena de abortos, los padres de Araceli sacaron a toda su prole adelante sin imaginar que una de sus pequeñas sería historia de un país que no solía prestarle atención a localidades como Guadix (Granada). En plena dictadura de Miguel Primo de Rivera, la vida lejos de las grandes ciudades no era sencilla. Tal y como relata a elDiario.es Andalucía, José Rodríguez, hijo menor de la mujer más famosa de España en las últimas horas.

Por ello, Araceli tuvo que lidiar, desde que nació, con el sino de ser mujer en aquellos tiempos. Con tantos hermanos y pocas posibilidades económicas por entonces, su rol se tuvo que ver limitado a formarse en la educación básica en el colegio y después dedicarse a las tareas del hogar. Primero para sus padres y después para el que sería su marido. Su ocio quedaba reservado para las fiestas navideñas que toda su familia celebraba en la casa-cueva en la que vivían. “Me habría gustado vivirlas, porque cuenta mi madre que muchos de sus hermanos eran músicos”, dice José, su hijo.

Una vida familiar

Cuando cumplió la veintena, se casó con Antonio Rodríguez, un hombre natural de Guadix como ella y carpintero ebanista. Ambos formaron un matrimonio que duró casi medio siglo. La profesión de él y las circunstancias de la época, hicieron que Araceli tuviese que dedicarse en exclusiva a cuidar de su hogar y de los dos hijos que tuvieron. “Tengo a mi madre como referente. Cuando recuerdo mi infancia, siempre pienso en que ella se dedicaba a todo lo que necesitábamos”.

Las necesidades de entonces, la llegada de la II República y el estallido de la Guerra Civil, hicieron que Araceli y su familia se viesen obligados a mudarse en varias ocasiones. De Guadix pasaron a Tánger y de la ciudad norteafricana regresaron por un corto periodo de tiempo de nuevo a tierras granadinas. “Eran un matrimonio clásico de la época, pero como mi padre pasaba tanto tiempo fuera de casa por su trabajo, a nosotros nos crió mi madre”. Su vástago no recuerda de ella ni un renuncio, aunque sí al de su propio destino fuera de sus labores como ama de casa.

Araceli, devota, “como la mayoría de personas de aquella época”, según José, jamás se atrevió a mostrar más inquietudes vitales más allá de su vida matrimonial. Tanto fue así que cuando en los años 70 se mudaron a Madrid para encarar los años finales de la vida laboral de su marido, Araceli apenas notó el cambio. “Ella siempre estaba cuidando de la casa y se había acostumbrado a mudarse”, apunta su hijo.

Guadix en el recuerdo

Aunque la vida hizo que la mayoría de sus hermanos y ella tuvieran que emigrar de su Guadix natal, ella la mantiene en su recuerdo. Aún le queda una hermana en la ciudad accitana y los momentos que pasó en ella siguen haciendo de Araceli la mujer que es. De hecho, su hijo José asegura que su madre “tiene una memoria a largo y a corto plazo envidiable. Ya la quisiera yo”. Quizá por guardar tanto de su pasado, su acento granadino le sigue delatando tanto. Ese “poquitillo”, que pronunció al ser vacunada contra la COVID-19, suena a poesía a los pies de la Alhambra.

A sus 96 años, su estado de salud sigue siendo más que envidiable. “Tiene algo de artrosis y le cuesta caminar”, explica José. Sin embargo, es algo normal a su edad, como lo es también su longevidad ya que varios de sus hermanos han alcanzado los 90 años y su propio padre, nacido en el siglo XIX, murió a esa avanzada edad.

Sus raíces siempre estarán en Guadix, pero su vida hoy se mantiene a varios cientos de kilómetros de allí. En la residencia de mayores Los Olmos, en Guadalajara. Allí fue a parar, tras mudarse definitivamente a Azuqueca de Henares, por voluntad propia a principios de los años 90 cuando su marido sufrió un ictus. Con casi 70 años, Araceli se sintió incapaz de cuidar del hombre con el que había compartido tanto tiempo y pidió a sus hijos que los internasen en el centro.

Cuando Antonio falleció, todo cambió. “Mi madre fue un misterio hasta que murió mi padre, porque hasta ese momento había permanecido en un segundo plano y siempre cuidando de todos nosotros”. Sin embargo, la muerte de su marido en 2004 hizo que floreciese una Araceli completamente nueva. “Hasta entonces no había manejado una cuenta bancaria y mucho menos un móvil, pero aprendió a utilizarlo todo y a dedicarse a hacer frente a todo lo que se pusiera por delante”, explica orgulloso su hijo José.

Un regalo de Navidad

“Nos parece increíble que haya pasado de vivir una vida al cuidado de su familia a enfrentarse a todo ella sola y ahora, con 96 años, que se haya convertido en una persona tan reconocida”. De forma resumida, ese ha sido el relato de casi un siglo de vida que ha culminado en uno de los mayores hitos de la historia reciente de España al convertirse en la primera persona vacunada contra la pandemia que ha asolado el mundo y especialmente a las residencias de mayores como en la que ella está internada.

Todo sucedió muy rápido. El pasado 24 de diciembre, Araceli informó a sus hijos de que se había apuntado voluntariamente para vacunarse contra la COVID-19. Un hecho que ninguno imaginaba que tendría la magnitud que alcanzaría tres días después. “Mi hermana y yo fuimos a llevarle los regalos de Navidad y nos encontramos a muchos periodistas en la puerta de la residencia que cuando se enteraron que éramos los hijos de Araceli, querían entrevistarnos, pero nosotros no entendíamos nada”.

Cuando supieron por la prensa que la residencia de Los Olmos había sido la elegida para ser el primer lugar de España en recibir la vacuna contra la COVID-19, se pusieron en contacto con la dirección del centro que les confirmó que sería su madre la primera en vacunarse. “Nos pidieron discreción, para evitar problemas”, dice su hijo José. Y así lo hicieron, nadie supo nada hasta que en la mañana del pasado 27 de diciembre todo el país conoció a Araceli Hidalgo.

Desde entonces, quedan pocas personas que no hayan visto su rostro. “Mi madre se encuentra normal y dice que no ha sentido nada especial al vacunarse”. Humildemente, Araceli no es consciente de la magnitud mediática que ha alcanzado. “Si viera los memes que se han hecho con su cara, no lo entendería”. Pero lo cierto es que su vida ya no volverá a ser nunca la de una mujer a la sombra. Su nombre brilla tanto que ni su propio hijo se atreve a llamarla por teléfono mucho “porque siempre que pongo la tele la están entrevistando y no quiero interrumpirle”.

Cuando la presión mediática cese, la mujer seguirá con su día a día como el que ha tenido hasta ahora. Con su gimnasia y sus decoraciones navideñas para la residencia en la que vive y es feliz. Con la ternura de una sonrisa humilde y el comportamiento extraordinario de alguien que también lo es, la abuela de España ya forma parte de la historia de un país y un año 2020 que han acabado con una luz de esperanza gracias a su valentía. La misma que ha servido para abrir un sendero que todos hemos de seguir caminando.