Un siglo de la primera norma animalista de España: “El pueblo de Isla Cristina no permite que se maltraten los animales”
El municipio onubense de Isla Cristina ha estado estos días celebrando el centenario de la concesión, por el rey Alfonso XIII, del título de ciudad, una distinción con fecha del 29 de noviembre de 1924. Esto ha opacado lo que ocurrió dos días después, el 1 de noviembre, cuando el gobierno local isleño con Román Pérez Romeu como alcalde aprobaba una disposición municipal que ordenaba que se respetase y cuidase a los animales en la localidad. Los concejales no lo sabían, pero acaban de aprobar por unanimidad la que pasa por ser la primera norma animalista integral (toros incluidos) de la que se tiene constancia en España.
En realidad lo que sale adelante es una regla de Policía Municipal con seis artículos, que se tradujo en un decreto del 8 de noviembre, tal y como constaba en los azulejos que se dispusieron por varios puntos del municipio para conocimiento público, especialmente del que viniese de fuera. El pueblo de Isla Cristina no permite que se maltraten los animales, rezaba de manera directa el mensaje de estos paños cerámicos, ya desaparecidos pero ahora resucitados con una reproducción encargada por Vicente López Márquez, historiador local que fue precisamente el que sacó a la luz esta norma rebuscando en el archivo municipal.
“Aquello fue algo pionero en una época en la que se maltrataba mucho a los animales, no había conciencia”, resume el propio López Márquez, con tímidos ensayos como una ley de 1896 (durante la regencia de María Cristina, madre de Alfonso XIII) que insta a proteger a los pájaros pequeños porque son insectívoros, el resto sí podían cazarse sin problemas. En Isla Cristina, además, había un cierto caldo de cultivo porque la localidad nunca ha sido muy dada a “divertimentos con animales”. Con esta base, ¿cuál fue el empujón para esta norma animalista? En esto no tiene duda el historiador, como tampoco otros investigadores: la presencia de Blas Infante, el considerado como padre de la patria andaluza, que en 1922 permuta la notaría del municipio sevillano de Cantillana por la isleña.
La influencia de Blas Infante
Animalista e incluso antitaurino en una época en la que los toreros son los principales héroes populares, Infante se habría valido de su amistad y afinidad política con el alcalde Pérez Romeu, impulsor por ejemplo de la primera biblioteca de Isla Cristina y de su Ateneo. “Su animalismo es consecuencia de su espiritualidad y de su sentido cíclico de la vida”, señala el historiador Manuel Ruiz, experto en la figura del líder andalucista fusilado en Sevilla por militares golpistas en agosto de 1936.
Fruto de un animalismo que “reconoce a toda criatura como ser sintiente” son sus Cuentos de animales (1921), a lo que suma reflexiones didácticas con textos como Los mandamientos de Dios en favor de los animales y también las plegarias al pájaro y al perro, con las que insta a los niños a respetarlos y cuidarlos. Precisamente en Isla Cristina, Infante adopta a un pequeño zorro huérfano al que bautizará como Don Dimas y que le inspirará en 1927 para escribir Don Dimas. Historia de zorros y de hombres, que no se llegó a publicar y que recientemente editaba por primera vez el Centro Fundación de Estudios Andaluces (Centra).
Todo este pensamiento rezuma en la norma que ahora cumple un siglo, en la que se insta a la “superación de los imperativos de la moral ordinaria los cuales le mueven a repugnar el martirio inútil de animales indefensos”. Los munícipes apelan al “prestigio cultural de que goza Isla Cristina en España” para conectar al municipio con “naciones de espíritu engrandecido”, las cuales “han adoptado medidas suficientes para amparar los animales, impidiendo aquellos malos tratos que a los mismos viene a infligir la liberación de instintos primitivos de reclusión o de crueldad”.
“Avanzada depuración espiritual”
De hecho, se apunta a “la proximidad y comunicación incesante entre la Isla y un País Extranjero (sic)”, que no es otro que Portugal, lo que “impone la necesidad patriótica” de dar ejemplo “en estos órdenes expresivos de una avanzada depuración espiritual”. La norma apunta que los principios de la religión y el derecho imponen principios como la piedad, “que la inconsciente crueldad niega, con seres dotados por Dios de vida y de sensibilidad”. También se apela al respeto a las “creencias y sentimientos” de todos los ciudadanos, “entre los cuales se encuentran aquellos que repugnan en su sensibilidad o en su conciencia los malos tratos a animales”.
“Es un orgullo tener una ley así, porque desprende una sensibilidad animalista que supuso un arrojo, entiendo que no sería fácil en su época”, apunta Soledad Calahuche, jefe de servicio de Patrimonio, Archivo y Biblioteca del consistorio isleño. “Tuvo que ser una norma incómoda, porque parte de la sociedad quería una plaza de toros”, de hecho cree que fue una maniobra para frenar esta petición, ya que la protección incluía a los toros.
El texto se presenta a sí mismo como un medio para coadyudar al “eficaz cumplimiento” de las leyes generales, entre las que se incluye la de protección de pájaros, “cuya desatención en pasadas épocas ha motivado últimamente su enérgica reiteración, en términos apremiantes por Decreto del Directorio Militar que actualmente rige la Nación”. Con el Directorio Militar, por cierto, se refiere a la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930).
Prohibidos “martirios y malos tratos”
En los seis artículos de esta regla de Policía Municipal, se prohíben los espectáculos y juegos en los que se maltraten animales, lo que incluye toros y circos de gallos habituales en la época. Los conductores de animales por la vía pública, por su parte, deberán llevarlos “de modo que no se les causen sufrimientos inútiles”. También quedan vetados los juegos de tiro al blanco y los “intentos de diversiones públicas” en los que “se vengan a producir martirios o malos tratos a dicha clase de seres”.
Se prohíbe también “la mera tenencia de pájaros por los niños de esta Isla”, responsabilizando a padres y tutores. Por último, además de instar a la Policía Municipal a “no tolerar que sean infringidas estas reglas”, se establece que a la entrada del municipio y en los lugares públicos más visibles “se pondrán lápidas que contenga la siguiente inscripción, la cual servirá de aviso para los forasteros: El pueblo de Isla Cristina no permite que se maltraten a los animales”.
El historiador Vicente López Márquez señala que la norma “sigue en vigor porque nunca se ha derogado”, lo que no impidió al ayuntamiento isleño a “saltarse su propia normativa” en el transcurrir de los años para celebrar dos o tres corridas de toros. El último intento fue en 2002, cuando por las fiestas del Carmen se intentó organizar una novillada que al final impidió la protesta animalista. En esta celebración hay cucaña, que antaño tenía en su extremo un gallo vivo que había que agarrar y que hace tiempo se cambió por una bandera.
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