“La industria farmacéutica lo compra todo”
Federico Relimpio Astolfi es especialista en Endocrinología y Nutrición en el Hospital Virgen del Rocío de Sevilla. Acaba de publicar su primer libro, KOL Líder de Opinión (editorial Anantes), presentado la semana pasada en la capital hispalense. De sus páginas emana la realidad cotidiana de un sistema sanitario asfixiante pero, sobre todo, describe cómo la industria farmacéutica dirige, a través de la formación, los congresos y las revistas científicas, y la creación de líderes de opinión que posteriormente influirán en la autorización y prescripción de los nuevos medicamentos.
Según explica, no es una autobiografía pero está basada en hechos reales: “La ficción sólo es la forma en la que he reunido y combinado los hechos para exponerlos”. Aunque sus páginas pintan estampas muy realistas del ámbito hospitalario, el epicentro de su novela es la industria farmacéutica y su relación con los profesionales médicos. Relimpio deja claro que la industria farmacéutica, como tal, “es benéfica y necesaria pues desarrolla medicamentos que han convertido procesos como infecciones graves, la diabetes o el sida, que eran sentencias de muerte, en problemas crónicos”.
Salvado el concepto, Federico explica cómo desde la década de los 80 el poder del sector se multiplica y su radio de acción también. “La industria farmacéutica lo compra todo”, resume. Así, “abarca cuotas de influencia, desde las sociedades científicas, las personas que la componen, los foros y las revistas de cada especialidad”, afirma. En general, traslada esa sensación de haber vivido muchas batallas y verlas ahora con cierta perspectiva. Batallas científicas junto a laboratorios que llevaron su firma a Diabetes Research and Clinical Practice, New England Journal of Medicine, Clinical Nutrition o Diabetes Medicine.
Para Federico, esta relación se construye desde el principio de la vida profesional. “Una vez que dejas las aulas universitarias, la formación está encomendada en buena parte a la industria farmacéutica. Si vas a un congreso organizado por una sociedad científica cuya fuente de financiación es en gran medida dicha industria, comprobarás que el que paga manda y tiene una influencia impropia sobre conferenciantes, temarios, etc.”. De este modo, “uno empieza confiadamente hablando de Ciencia y al final se acaba hablando de las bondades del producto que se quiere vender en ese momento”, explica. Todo en paralelo al propio desarrollo como clínico.
“Desde que eres residente, te van a seleccionar y te promocionan. Te ponen en contacto con líderes de opinión del extranjero, vas a más charlas, participas en foros, conferencias, adquieres formación y vas cobrando por ello”. Poco a poco, según explica, la relación se vuelve más explícita. “En un momento dado, cuando vas a dar una charla, los hombres de alpaca o las mujeres trajeadas te dicen que sería conveniente que tal trabajo fuera soslayado o que tal cuestión no es conveniente o que hay otros que son más interesantes...”. Para Federico, ese fue el momento de línea roja: “Algo olía mal y yo me bajé ahí, pero muchos se quedaron”.
Quizás la cuestión más importante no es la legitimidad de las relaciones corporativas con los profesionales de su entorno sino hasta qué punto esas relaciones se traducen en mordida directa en los presupuestos públicos de Salud. El autor cita un ejemplo de su ámbito, los tratamientos para la diabetes: “Hay una estrategia dirigida para introducir nuevas terapias cuya población diana es el 3% de la población”. “Cuando te das cuenta de que el 80% del presupuesto para fármacos orales en diabetes en algunos servicios de salud se viene consumiendo en medicamentos de aparición reciente y dudosa ventaja comparativa, como son las gleptinas, te preguntas por obra de quién ha ocurrido eso”. En el fondo no es corruptela pues el médico sólo ha ido a congresos de su especialidad. “El que realmente ha hecho de motor de todo esto es el líder de opinión, el que yo describo en la novela y que forma parte de una palanca mucho más grande: la industria farmacéutica”.
Esos líderes de opinión firman artículos científicos de impacto y consensos que se presentan ante la Administración como la evidencia científica que sustenta o debe inducir la toma de decisiones. Diabetes, gripe A, vacuna del VPH son algunos ejemplos. Pero ¿cuestionar eso no es cuestionar la evidencia científica? Para Relimpio, “la evidencia científica debe incluir más datos”. El endocrino no niega que la evidencia científica ha de seguir manejándose como tal; pero cree que “a la hora de ser utilizada como palanca de decisión en un Ministerio deberían incluirse otros elementos, máxime en tiempos de crisis”. Y pone un ejemplo: “si yo para dar un medicamento tengo que prescindir de profesionales de enfermería especializados en diabetología o reducir servicios en atención primaria, quizás no esté haciendo un buen negocio”.
Para Federico, es un círculo vicioso y complejo. “El Ministerio aprueba unos fármacos y posteriormente la legión de la industria farmacéutica va a moverse puerta por puerta a los consultorios, llevando a los médicos a viajes y actos de formación con el dinero de sus beneficios, procedente de tus impuestos. De hecho, esas labores se hacen en jornadas consideradas días libres para formación científica, pero ¿qué formación?, ¿financiada por quién? Por la industria, ¿Para conseguir qué?”, se pregunta. Eso también determina la propia práctica de la medicina. Así, el mundo del medicamento, la prescripción y la farmacología es lo que copa la formación y la práctica del sanitario. Se ha convertido a la atención primaria en emisores de recetas. “No se ha movido un dedo para que el médico salga de su condición de oficinista y se prestigie verdaderamente frente a la población, encontrando un contrapunto al especialista y haciendo una medicina verdaderamente integral”.
Prescripción de novedades
Quizás y parafraseando mantras cotidianos, se le ha dado a la industria un privilegio y un prestigio por encima de sus posibilidades. Según sus datos, “el porcentaje de prescripción de novedades terapéuticas de España frente a Alemania o Inglaterra es de vergüenza”. Es decir, nos damos mucha prisa en incorporar lo nuevo, lo caro, pero no siempre lo más oportuno. En su opinión, “hay que sacar al médico de una mentalidad excesivamente farmacológica cuyos resultados son matizables, para darle aire a la asistencia personal y mejorar la enfermería comunitaria, que tienen que estar mejor coordinadas”. Federico subraya: “aquí practicamos una medicina que se basa en la figura patriarcal del médico”.
“Cuando yo entré de líder de opinión, se me recluta justamente para el lanzamiento de la repaglinida, que hoy es un fármaco menor, pero entonces se consideraba que iba a comerse el mundo”. Tenía entonces treinta y pocos años y Federico en ese momento estaba satisfecho con su creciente labor. “De repente estás en todos lados y te reclutan para hablar sobre una nueva molécula, pero te dicen que quieren saber qué vas a decir y empiezan aconsejarte si es mejor decir algo de tal o cual manera, hasta incluso pedirte no citar un trabajo concreto”, afirma, con otra sentencia añadida: “Yo ahí me bajé del carro”. Es importante tener conciencia de lo que se gasta, de la sostenibilidad del sistema, de la conciencia de formar parte de una organización. Esa conciencia no es algo generalizado, según Relimpio. De hecho, recuerda cómo en un congreso reciente introdujo el debate sobre la sostenibilidad del sistema y la gestión del gasto farmacéutico y “un compañero, relevante jefe de Servicio, me dijo que eso excedía el campo de actuación clínica, a ser un problema político”. “Claro -subraya el doctor Relimpio- él era un líder de opinión”.