Pasada la primera prueba como director de la Bienal de Flamenco de Sevilla, la presentación de la programación para este año, Chema Blanco (Madrid, 1965) afronta con ilusión los meses que quedan para la gran cita, sorteando discrepancias y confiándose a una vuelta a la normalidad que permita el máximo disfrute de los aficionados. Asegura que el suyo es el puesto más criticado que existe, pero también que su experiencia –en la que destaca su trabajo en el festival de Nîmes– le ha endurecido la piel.
¿Ha tenido libertad absoluta para programar? ¿Hasta qué punto diría que esta es la programación que usted deseaba?
Yo estoy muy conforme con la programación de la Bienal 2022, me gusta al cien por cien. Siempre espera uno que haya algo más, siempre hay cosas que no se pueden hacer, pero es algo que tiene más que ver con asuntos de la administración que con otra cosa. En todo caso, estoy contento: cuando leí la programación completa en el Lope de Vega, me di cuenta de que es una propuesta importante.
La Bienal y el flamenco son las herramientas que tenemos para decir algo en Europa
Ya que menciona a la administración, ¿es cierto que se va más tiempo y energía en atender a la burocracia que en mirar el arte?
Absolutamente. Es un mal endémico en Cultura. Me sigue sorprendiendo que no pueda elegir a mi equipo de confianza, o que no pueda encargar un espectáculo a la compañía que creo que puede hacerlo mejor. O no poder tener mi gabinete de prensa de confianza. Hoy la dirección artística de los eventos está al servicio de la intervención, y tendría que ser al revés. Es una cuestión a solucionar cuanto antes, porque como sabes he trabajado mucho en Francia y aquello no tiene nada que ver, no existe ese exceso de fiscalización.
Se dice que los directores de la Bienal entran con ilusión y a los tres días están pensando en dimitir. ¿Ha tenido usted esa tentación?
Yo conocía la casa porque fui director de programación durante dos años, y la Bienal funcionaba bien. Lo que sí pienso es que la Bienal y el flamenco son las herramientas que tenemos para decir algo en Europa, con todos los respetos para el Festival de Cine Europeo y al FemáS, y a la encomiable labor de sus directores. Pero la Bienal es con lo que puede crecer Sevilla desde el lado cultural, y necesita más afecto. Y un equipo fijo todo el tiempo, porque no puedes contratar al director creativo en junio para hacer el año siguiente un festival de la leche. Hay que hacer como hace la Bienal de la danza de Lyon y otras bienales del mundo. También creo que la Bienal, desde el punto de vista de la administración, debería estar separada de las peñas, de las redes flamencas y otras líneas de trabajo que yo respeto mucho. Pero la Bienal necesita una gestión aparte.
¿Le ha sorprendido la acogida, más bien hostil, hacia su programación por parte de algunos sectores de la afición sevillana?
No me sorprende, creo que es parte de su ADN. Me da lo mismo lo que digan esas voces, sé cómo funcionan y lo que hay que hacer para tenerlos contentos, pero las considero residuales.
Hay una generación de artistas jóvenes sin complejos de ningún tipo que dialoga y se rodea de otras disciplinas, y eso nos hace más fuertes, al flamenco y a quienes vivimos en torno a él
Por otro lado, ha dicho que hay artistas que se resisten a venir a la Bienal por miedo a los críticos locales. ¿No es atribuirle mucho poder a esas plumas?
El rastro que quedará de la Bienal serán [los críticos Manuel] Bohórquez y [Manuel] Martín Martín poniéndome verde, pero profesionaleçmente me lo tengo que comer. Afortunadamente, tengo otros trabajos. Y me da igual lo que digan porque la gente me conoce, pero para un artista es diferente. Porque una persona de Finlandia que se fija en un artista, que no sabe cómo es Martín Martín ni la rabieta continua que tienen… Conozco artistas a los que se les han caído giras por esas críticas tan salvajes. Me parece deshonesto. Es un juego infantil, juegan a que las cosas sean como en los años 40. Si los llamáramos para preguntarles qué programación querrían, no hablarían tan mal. Necesitan su protagonismo, que por supuesto nadie tiene la obligación de darles.
¿Tiene la sensación de que es imposible acertar para todos, ni siquiera para la gran mayoría?
La ciudad es así, somos así, queremos poco a la ciudad. No conozco a ningún director tan criticado como el de la Bienal, y conozco muchos festivales. Pero yo qué sé, me da igual lo que piensen. Esto me ha pillado viejo, tengo 57 años, y sé que estos tienen otros intereses que no son el interés de hacer grande a su ciudad. Tiene más bien que ver con ese conservadurismo extremo, que quiere un festival como si estuviéramos en los años 40, pero estamos en el primer cuarto del siglo XXI. Quien no lo quiera admitir, que no lo admita, pero es así. Y un festival tiene que estar pegado al presente. En el flamenco, el presente viene de un pasado muy rico, pero los orígenes los podemos buscar en muchos sitios. Y este año hemos decidido buscarlo en una generación muy ligada al presente.
Mayte Martín me dijo una vez que los flamencos son conservadores quizá porque es un material muy frágil. ¿Usted no lo cree así?
Yo creo que todo enriquece, el flamenco no nace puro. Eso de la pureza hay que ponerlo muy en cuestión. ¿Es frágil el flamenco? Vamos a intentar que sea fuerte poniéndolo a dialogar con otras disciplinas. Hay una generación de artistas jóvenes sin complejos de ningún tipo que dialoga y se rodea de otras disciplinas, y eso nos hace más fuertes, al flamenco y a quienes vivimos en torno a él. Mayte, a quien respeto mucho, actualiza mucho la raíz, tiene el eco del pasado y es presente.
Cuando se presenta una programación, parece inevitable citar a los ausentes. Sin entrar mucho en ello, quería preguntarle solo por Carmen Linares y María Pagés, premios Princesa de Asturias. ¿Podrían haber entrado en la programación tras la concesión de los galardones?
La programación ya estaba hecha. Se ha anunciado un poco más tarde por una operación de urgencia a la que tuve que ser sometido, por un problema de tiroides. Le doy mi enhorabuena a las dos, pero no estaban en la programación y solo esa intervención hizo que no la anunciara antes.
Los más críticos dicen que vienen “los de siempre”. ¿Qué les responde?
Esto no es lo de siempre. Citaría, por ejemplo, el ciclo de guitarras que ha coordinado Gerardo Núñez. 14 guitarristas no se han visto nunca en Sevilla. Ha costado sacarlo, pero es un ejemplo de novedad.
¿Alguna cita que crea que va a sorprender?
Confío mucho en el encuentro del rap con el flamenco, con dos maestros como Juaninacka y Juan José Amador acompañados por Alejandro Rojas Marcos. Va a ser una sorpresita… para mentes abiertas, claro. En el arte tiene que haber riesgo para que pasen cosas interesantes.
También ha llamado la atención la supresión de los giraldillos, que han sido un importante trampolín promocional para muchos artistas. ¿Por qué prescindir de ellos?
No creo en el concurso tal y como se planteaba. Enfrentar a un artista novel con uno consagrado. Creo que la ciudad y la Bienal adquieren más relevancia si la sitúas con un premio, como el Nacional, que resalte el trabajo de alguien y lo ponga en primer plano.
En su primera aparición anunció que sería “la Bienal del optimismo”. ¿Mantiene los ánimos?
Yo sí, soy optimista, y los artistas también. Los veo comprometidos, con alegría. Venimos de unos años de sequía y de una Bienal pasada sacada adelante con muchísimo apuro. Ahora los teatros vuelven a estar llenos. Mirar al futuro es responsabilidad nuestra, pero hay condiciones para prever un porvenir brillante.