Flamenco, libertad, riesgo y poesía, por Vargas & Brûlé
Volando voy, volando muero. La libertad representada en una jaula vacía y la unión de tres poderosos lenguajes: el baile, el cante y la poesía. Así es Libertino, una obra donde la compañía de los bailaores Chloé Brûlé y Marco Vargas ha unido sus fuerzas con el cantaor Juan José Amador y el poeta Fernando Mansilla.
Candidata a seis premios Max, Libertino, que se representa este 8 de marzo en el Teatro Central de Sevilla, es “un poema sensorial escrito con voces, sonidos y silencios, cuerpos, miradas y respiraciones”. Cuenta Brûlé, una de sus creadoras, que la obra se centra en la libertad, pero en un sentido muy concreto.
“No se trata sólo de hacer lo que uno quiere, cuando uno quiere, sino de que cuando nos enfrentamos a lo desconocido, a veces preferimos la seguridad y el confort a la verdadera libertad. La libertad conlleva riesgos y tratamos de transmitir esa metáfora a través de los cuatro personajes que encarnamos, dando ese salto al vacío que supone la libertad”, explica.
La jaula vacía en el escenario marca el punto donde los senderos del baile, el cante y la poesía confluyan y se bifurcan continuamente. “Ilustran ese momento explosivo de la toma de una decisión sin marcha atrás, inapelable: volar de la jaula”, inciden sus creadores.
Con un Giraldillo a la innovación en la XV Bienal de Flamenco de Sevilla, la compañía de Vargas y Brûlé ha seguido apostando en su nueva obra por los nuevos retos artísticos. El primer desafío era construir una obra flamenca a partir de un texto: No me gusta de Fernando Mansilla.
“Los tres teníamos ganas de hacer algo juntos, pero no sabíamos hacia dónde caminábamos. Su texto se refiere al flamenco y, en vez de pasárnoslo por escrito, lo hizo con un audio, de manera que el texto ya llevaba su propia musicalidad. Más allá de la carga narrativa, ahí ya había música, teníamos los estímulos sonoros para pellizcar el baile y saber cuándo empezar y cuándo rematarlo”, aclara la bailaora.
Tras ese primer paso, se le fue añadiendo el cante flamenco, la coreografía y el resto de textos. En total ha sido un proceso de dos años, “con mucha libertad y sin proponernos objetivos”.
En Libertino hay cuatro artistas sobre el escenario, que representan los tres caminos y los tres artes. Se trata de una obra sin artificios “con elementos muy cotidianos, ofrece un naturalismo muy cercano y crudo. Está la poesía flamenca de Fernando, el derroche de energía de Juan José Amador cantando y, por último, nuestro lenguaje coreográfico. La filosofía flamenca es una actitud frente a la vida irónica, dramática y amplia, que los cuatro llevamos muy dentro. Echamos todo el corazón en el escenario y hablamos de algo tan fundamental de la esencia humana como la libertad y el miedo a la libertad. La gente se siente removida”, concluye la bailaora.