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Diez años sin Marcelino Camacho, el sindicalista que distinguió lo posible de lo necesario

Marcelino Camacho

Néstor Cenizo

Málaga —

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“Lo posible es lo que nos permiten hacer; lo necesario, lo que deberíamos hacer. Dicen que optar por lo posible es de personas cuerdas y prudentes; que lo necesario es de locos y utópicos. Pero quienes cambian el mundo son aquellos que luchan por lo necesario”. La frase, pronunciada por Marcelino Camacho, da sentido a una vida de lucha obrera muy alejada de los cánones actuales.

Camacho, de cuyo fallecimiento se cumplen este jueves diez años, pagó con mucha cárcel su lucha por lo necesario: los derechos de los trabajadores. Hasta que no surgió el nuevo movimiento que él ayudó a crear, las comisiones obreras, el franquismo controlaba con mano de hierro los sindicatos. Lo posible y lo necesario (Adolfo Dufour, 2018) es también un documental que este jueves emite La 2, y cuyo coguionista fue Marcel Camacho, hijo del sindicalista. El documental contó con la producción ejecutiva de Joaquín Recio, de la cooperativa andaluza Atrapasueños, que estos días cumple veinte años.

Cuenta hoy Marcel Camacho que no fue fácil hacer la película. Revivir el pasado implica remover los duelos. Con todo, cree que logró mantener la objetividad: “Nuestra guía fue respetar cómo era él: era firme, al mismo tiempo que no hería a nadie. Mantener esa misma honestidad, y lo que hubiera que decir decirlo. Sin prescindir nunca de la verdad. Creo que lo logramos”.

La cinta, que arranca en su pueblo natal a la luz de las velas, traza un retrato a la vez íntimo y público del sindicalista, a partir de un monólogo escrito por el propio Marcel, del material recopilado para las memorias (Confieso que he luchado) y de entrevistas e imágenes de archivo. El recorrido por la lucha obrera del protagonista sirve también para mostrar algunas cicatrices emocionales de la represión franquista, de esas que no siempre se enseñan.

El nacimiento de las comisiones obreras

Si algo queda claro es la vocación obrera de Camacho. “Todo lo que hay de bello y útil en la sociedad es creado por el trabajo manual, técnico, profesional e intelectual”, decía. Encarcelado y liberado varias veces en los primeros años de posguerra, volvió a España en 1943 después de pasar por Argelia, a donde llegó con la P de “penado” en la espalda porque se había fugado de un campo de trabajo. “Entre los posible y lo necesario, elegí lo necesario. Lo necesario era volver a España para luchar por las libertades democráticas, las libertades entre ellas, a pesar del riesgo que ello suponía”, relata en una de las entrevistas. En Orán conoció también a Josefina Samper.

En los primeros años tras su vuelta sorteó el peligro sin renunciar a sus planteamientos: movilizar a los trabajadores combinando la lucha “legal! (desde los sindicatos verticales) con la ”extralegal“. ”El primer objetivo que nos planteamos era que se cumplieran las leyes“. Eran leyes malas, pero ni siquiera esas se cumplían.

Para lograrlo, se dan cuenta de que hay que trascender la organización sindical franquista. Optan entonces por un modelo asambleario. “La forma embrionaria de comisiones nace en Asturias. Son los trabajadores los que crean espontáneamente las comisiones: donde hay un problema se crea una comisión que sube a la dirección a plantearlo, y se disuelve después. Lo mejor nuestro ha sido tener el oído atento a lo que ha creado la clase y proyectarlo”, explica en la cinta el propio Camacho. La primera asamblea toma forma en la Escuela de la Paloma, y la primera comisión obrera con vocación de permanencia nace en septiembre de 1964: la comisión del metal.

A la vista de cómo se ensañó después con Camacho y otros sindicalistas, cuesta creer que la dictadura no detectara de inmediato la amenaza para el régimen que podía suponer aquella innovación. Los prebostes miraban más bien con curiosidad aquellas asambleas de delegados y enlaces sindicales. “Todo se hacía de manera bastante abierta. Había una expectativa por parte del régimen”, explica durante el documental Julián Ariza, otro personaje clave en el surgimiento de Comisiones Obreras, y compañero de Camacho en Perkins Engines. Así que un día los llamó a su despacho José Solís, por entonces ministro-secretario general del Movimiento: “Pero bueno, Camacho: ¿qué queréis?”.

“La realidad es que sabía que cualquier día me detendrían”, señala en el documental Camacho, que empezó a buscar vivienda cerca de Carabanchel porque sabía que iba a estar más tiempo en la cárcel que en la fábrica.

El encuentro en prisión

Cuenta hoy Marcel Camacho que resulta difícil imaginar lo que era una cárcel franquista. Su padre estuvo hasta ocho veces, la más larga de ellas a partir de 1967: más de nueve años, con un breve paréntesis de 105 días. Para hallar un encaje legal, el franquismo atribuyó a CCOO ser una “filial del Partido Comunista”. “Dada la actitud inconveniente del tribunal de orden público me veré obligado a denunciarlo como un tribunal de excepción al servicio de una dictadura que se hunde. Viva CCOO y viva la libertad”, exclamó Camacho cuando fue condenado. No pudo salir ni al entierro de su padre.

Por el contrario, se encontró en Carabanchel con su propio hijo. Marcel tenía por entonces 17 años y fue sacado por la Policía de las aulas del Instituto San Isidro, acusado de organizar un sindicato de estudiantes de enseñanza media. Los llevaron a Gobernación, donde los retuvieron durante trece días. “A mí no me pegaron, pero a otros sí. Hasta 40 años después no nos volvimos a ver y cuando lo intenté no pude hablar con ellos de aquella detención”, cuenta.

Pasó tres meses en Carabanchel, compartiendo celda con su padre en la sexta galería. La rutina de su padre le sirvió para adaptarse. “Me apunté a Filosofía, que impartía un albañil autodidacta que sabía muchísimo. Era una escuela de formación. En los archivos de mi padre tengo 30 cuadernos azules donde él recogía los apuntes de esos seminarios”.

De aquellos años de prisión recuerda también que cada martes su madre Josefina preparaba una gran olla de comida para los veinte presos de la sexta galería. Compraban la comida con las donaciones de los trabajadores de la Perkins y aquella inmensa olla, que empezaba a silbar a las cuatro de la mañana, la tenían que bajar entre varios, hasta subirla en un taxi camino de Carabanchel.

Un nuevo sindicalismo

De toda aquella época queda constancia entre los miles de documentos, entregados por Camacho al archivo de Salamanca. El sindicalista conservó miles de cartas carcelarias, en las que se mezclan lo personal con el análisis político. Muchas eran censuradas hasta el absurdo, como cuando confiscaron una carta de su abuelo, que vivía en Toulouse. “Chapurreaba francés y español, y escribía como hablaba. A ellos les dio por pensar que era un lenguaje encriptado”, relata Marcel.

Cuando él fue puesto en libertad, su padre acababa de iniciar otra huelga de hambre. Hizo ocho, siempre para reclamar mejoras en la situación de los presos políticos. “Tenías la sensación de que salías a la calle, pero te quedabas mal porque allí se quedaba tu padre”. Marcelino no fue liberado hasta diciembre de 1975, y en cuanto salió, se fue a una reunión sindical en casa de Julián Ariza. “Ni nos domaron, ni nos doblegaron, ni nos van a domesticar”, proclamó aquel día.

Diez años después de la muerte de Marcelino Camacho, hay un poso de nostalgia por aquel movimiento de base que permitió romper con el sindicalismo de la dictadura. “El nacimiento de CCOO es una nueva forma del sindicalismo. Rompe con el tradicional porque no había otra forma de hacer sindicalismo en la dictadura. ¿Cómo vas a reivindicar más salario si levantas la mano y te han fichado? La única manera de arroparte era la gente. Ir todos juntos a la puerta del director. Eso dio lugar a la acción asamblearia, cosa que no existe en el sindicalismo europeo”, explica hoy su hijo.

Es muy posible que aquella transformación, que socavó para siempre una de las bases del franquismo, no se hubiera producido sin el concurso del hombre que entendió a la perfección la diferencia entre lo posible y lo necesario. 

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