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ENTREVISTA

Aurora Luque, Premio Nacional de Poesía 2022: “Me gustan los poetas que se rebelan contra la dictadura del ruido”

La Premio Nacional de Poesía Aurora Luque posa durante una entrevista con Efe. EFE/Jorge Zapata

Alejandro Luque

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Acostumbrada a las aguas tranquilas –las de su Almería natal, las de Málaga, donde vive, o las del Mediterráneo que adora–, Aurora Luque está viviendo lo que ella llama “un ciclón” tras la concesión del premio Nacional de Poesía 2022 a su libro Un número finito de veranos (Milenio). La calma en la que una poeta desarrolla su obra se ve estos días alteradas por felicitaciones, solicitudes y entrevistas, entre las que no falta la llamada de elDiario.es.

“Se ha trastocado la rutina por completo, así no hay quien escriba verso ni prosa”, continúa bromeando la autora, “tengo conferencias pendientes y otras cosas entre manos, pero no puedo desconectar porque el foco que el premio pone sobre el libro hay que agradecerlo. Ha sido una sorpresa enorme, porque mi libro salió en una editorial pequeña, sin una gran distribución y sin reseñas. Ni remotamente podía pensar que podía ocurrir esto”.

En cierto modo, el Nacional es al mismo tiempo un reconocimiento a la coherencia de su trayectoria, ya que algunos temas del libro galardonado –la mediterraneidad, el hedonismo, el canto a la cultura, el compromiso– son tan recurrentes en Luque que casi cabría hablar de una obra en marcha. “Son mis obsesiones de siempre, de las que es tan difícil desembarazarse; puede que con algún ángulo distinto que atienda al paso del tiempo y también a la actualidad, pues dedico un poema a las refugiadas afganas del año pasado”, añade refiriéndose a Pregunto a las Danaides, donde se leen versos como estos: Os pregunto: ¿Gritaban/ las aves de terror? Pregunto:/ ¿Enmudecieron, huecas, las cigarras?/ ¿Escuchabas un llanto con los filos cortantes/ en las jarras del agua? ¿Veías a una esclava/ sin boca en el espejo? ¿Hablaba un esqueleto/ rechinante y gastado?

Licenciada en Filología Clásica, la poeta vuelve a mirar a la Antigüedad pero, añade, “a la vez hay una mirada moderna. En el libro discuto, por ejemplo, con un poeta que no me gusta nada, y que hasta aborrezco, a pesar de que me encanta el mundo clásico: me refiero a Semónides, con su Yambo contra las mujeres, comparaba a las mujeres con animales y al final resulta que la única buena era la oveja. Pues bien, yo le escribo el poema de respuesta. Es jugar con una tradición que pesa, que acompaña, pero a veces también ha marcado caminos que no queremos transitar”.

El teatro está abierto./ Tiene mil bocas, mil puertas, mil voces,/ mil millones de voces,/ diez milenios de vida por detrás,/ por delante./ Esquilo, yo te amo./ Qué llenas caminamos de vida por hacer/ hacia la muerte, se lee en el poema final. De los clásicos, subraya Luque, hay mucho que aprender, pero sin idealizarlos demasiado. “Nos han vendido pensamientos que han hecho daño, desde la concepción del hombre y la mujer de Aristóteles, al rechazo a la democracia que tenía Jenofonte. Ellos mismos también se criticaban, eso es lo bueno, se contestan y van creando porque no les gusta lo que han dicho los anteriores. Eso ya podíamos aprenderlo, porque nos encastillamos en las propias opiniones, o no salimos de una forma de ver el mundo. Ahí los antiguos podrían darnos una lección: hay que polemizar y sobre todo no aceptar lo que otros quieren que aceptemos”.

Vitalismo y búsqueda del placer

Junto a estas cuestiones, prevalece el vitalismo y la búsqueda del placer que, según la autora, han cobrado un nuevo sentido en la pospandemia. “Hay incluso un poema que juega con Cavafis, y que de una manera breve nos recuerda cómo la vida se presentó de otra manera. La fragilidad, la humildad, ha sido una lección que hemos aprendido a golpes, y que está ahí. Lo verdaderamente valioso lo teníamos escondido bajo capas de consumismo, de velocidad y de ruido, y resulta que lo importante era el silencio, la lentitud y la poesía. Sabemos que en estos tiempos de crisis se ha leído más, y sigue leyéndose más, porque al parar en seco vimos los disparates que estábamos haciendo. Yo ya tenía mi Himno a la lentitud, que es necesaria para saborear la vida, el placer. Lo bello, la amistad, si no va acompañado de fruición y de dedicarle tiempo, queda desatendido”.

Y siempre, de fondo, la fe en que la poesía tiene un papel activo que desarrollar en la sociedad. “A mí me gustan los poetas que se rebelan contra la dictadura del ruido”, asevera Luque. “Desde la crisis del 2008, los poetas empezaron a bajar de la torre de marfil, sobre todo después de unos 90 que eran puro diseño, con autores confiados en exceso y desatentos a problemas que estaban ahí. En los últimos años, es más clara la presencia de un compromiso. No te puedes quedar al margen de las vueltas enloquecidas del mundo”.

De momento, el premio Nacional de poesía para Aurora Luque llega en un año de lo más intenso, en el que se prepara la publicación de su Poesía reunida en la editorial Acantilado, la escritora ha firmado su jubilación anticipada en el instituto en el que daba clase y se dispone a leer su tesis doctoral el próximo 18 de noviembre. Medio en broma, medio en serio, asegura que el premio, a pesar del ciclón de llamadas y correos, no la va a cambiar: “Seguiré escribiendo, traduciendo lo que me apetezca como siempre, y habitando mi burbuja, mi cápsula de escribir. Ahí no entra ningún elemento”.  

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