Quico Rivas: el crítico de arte con título nobiliario e ideas anarquistas que veía el mundo como un campo de batalla

Alejandro Luque

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En el abecedario de la Movida, la letra Q tiene un dueño absoluto. Quico Rivas (Cuenca, 1953-Ronda, 2008), el crítico de arte y agitador cultural que aportó una creatividad desbordante, conectó personalidades únicas y territorios solo aparentemente alejados. Ahora, el investigador sevillano Fran G. Matute se ocupa de él en A Quico Rivas. Por una revolución de la vida cotidiana (Athenaica), un volumen que pone de manifiesto, además, que el alcance del personaje trasciende aquel movimiento de los años 80 del siglo pasado.

“Quico Rivas fue un agitador cultural, alguien que se dedicó, desde el arte, la literatura, la música y la política, a hacer que las cosas pasaran, a poner en contacto a gente que no se conocía, con voluntad firme de promover acciones culturales que tuvieron su impacto en la sociedad. Fue además alguien que con su empuje cosió las ciudades de Sevilla, Madrid y Barcelona. Como crítico trascendió porque no se dedicó a hacer critica al uso, su trabajo tiene mucho de literario, y luego con sus críticas (o como comisario, que es una forma de ejercer la crítica) fue capaz de dar cuerpo teórico a escenas o movimientos artísticos”, explica el autor. “Toda la pintura premovida, los llamados Esquizos, la nueva figuración madrileña, se construyó en buena parte a partir de sus escritos. Y no solo eso, también dio cuerpo intelectual a una nueva forma de hacer crítica, desde la perspectiva del fan de la pintura, no del teórico parapetado en sus estudios”.

Alrededor de Quico Rivas pulularon, además, algunos de los talentos más contrastados de la época, y con todos ellos colaboró el conquense. Así, las dos primeras exposiciones con vocación artística que hicieron el fotógrafo Alberto García Alix y el pintor Ceesepe las promovió él en la sombra; el grupo Radio Futura nace porque Rivas pone en contacto a Santiago Auserón –con quien además compuso una canción para Las Chinas– con Herminio Molero; con el mago Juan Tamariz rueda un corto sobre magia para la televisión; con Pepe Ribas, cabeza visible de la revista Ajoblanco, monta la editorial Puntual Ediciones; fue guionista de Paloma Chamorro, tanto en el programa Trazos como en La Edad de Oro; y con el periodista Federico Jiménez Losantos, que entonces andaba por Barcelona militando en un colectivo artístico llamado Trama, organiza una exposición en Madrid.

Hacer y vivir

A estos nombres se suman los de Pablo Sycet, Kiko Veneno, Andrés Trapiello, Gabinete Caligari, Dis Berlin… No obstante, Matute ha querido componer “más que una biografía, un retrato, que toma la forma de una carta de amor, una carta que nace de la fascinación que me produce el personaje. Para escribirla he tenido acceso al archivo de Quico Rivas, tanto al de trabajo, que se encuentra depositado en el Museo Reina Sofía, como al privado, que conserva la familia, además de algunas entrevistas que hice a gente muy cercana. Y luego he ido encontrando otros materiales que no se había visto nunca, muchas cartas que conservaban otros corresponsales. Voy comentando todos estos materiales con Quico y repaso en paralelo su vida y su obra”, añade el autor.

“Hay que tener en cuenta que más allá de lo que hizo, está cómo lo vivió”, prosigue Matute. “Quico Rivas provenía de una familia bien sevillana, heredó de hecho el título de Conde de la Salceda. Políticamente estuvo sin embargo siempre adscrito a la extrema izquierda, fue un anarquista vital toda la vida. Por eso él veía el mundo de la cultura como un posible campo de batalla”.

En estas aventuras estuvo siempre acompañado por otro personaje inseparable de Rivas, Juan Manuel Bonet, quien llegaría a ser director del citado Museo Reina Sofía, entre otros cargos. “Fue su media naranja durante treinta años, hicieron un tándem inseparable”, dice Matute. “Y al margen de dialogar con la contemporaneidad, entre los dos se dedicaron a rescatar a la vanguardia española más olvidada. No solo tuvieron un diálogo con el presente, sino con el pasado. Esa labor de rescate es muy importante, porque además lo hicieron sin prejuicios de ningun tipo: lo mismo rescataban a Rosa Chacel que a Giménez Caballero”.

Matute asegura que “incluso aquellos que trataron mucho a quico han encontrado en el libro facetas que no conocían, porque fue un personaje muy poliédrico, metido en mil fregados. Y se revelan varias historias inéditas, nunca contadas, igual que muchas otras se quedan fuera por falta de espacio”. De estos aspectos ocultos de la figura de Rivas, “quizas la mas llamativa sea su faceta como poeta”, subraya el autor. “A principios de los 70 intentó publicar en muchos sitios, pero nunca lo logró. Al final se conformó con publicar unos pocos poemas en algunas pocas revistas, pero fue un excelente poeta que apenas dejó ver lo que escribía”.

La indocilidad más libre

¿Qué tiene que decir Quico Rivas hoy a la cultura, a la crítica, a la creación? “Rivas representa la indocilidad más libre, nunca pasó por el aro, y quizás eso lo relegó a un segundo plano dentro de la historia oficial, pero también es cierto que nunca tuvo especial interés por ser el protagonista de nada. Ese trabajar para los demás, para que ocurran cosas, con independencia de quién se lleve el gato el agua, es algo que se echa hoy muchísimo de menos. Donde todo el mundo parece querer ‘monetizar’ lo que se hace o dejar claro que estuvo allí o fue culpable o responsable de tal cosa, Quico firmó muchísimas cosas con pseudónimo, y solo después hemos sabido que eran suyas. En Disco Expres firmaba como El tramposo de Sevilla”.

“También es cierto que la época permitía cosas hoy impensables: que alguien como Quico escribiera regularmente en El País sería hoy imposible. Él tenía a mano los altavoces más potentes del momento: El País, RTVE, el diario Pueblo, Disco Expres... Aunque también se movía en fanzines y panfletos, pero lo cierto es que lo que quería decir llegaba a quien quería que lo escuchara. Darle esas garitas hoy a gente como Quico Rivas sería impensable”.

Cuando se le pregunta si todo eso es el motivo de que se le haya olvidado tan deprisa, Matute responde: “Yo creo que Quico en sus últimos años de vida mantuvo un perfil bajo, ya no tenía tanto peso mediático como antes, digamos que estaba ya amortizado. Curiosamente, su último trabajo, que no pudo ver en vida, fue la gran retrospectiva del Reina Sofía que dedicó a los Esquizos. Ahí se le hubiera reivindicado a base de bien, pero no pudo vivir ese momento de gloria. Piensa tambien que en sus últimos años él ve como sus amigos de generación se asientan y él se queda fuera, lógicamente por voluntad propia, por su cáracter anarquista. Pero seguro que vio ahí un cambio de tercio por el que se olía que se había quedado fuera en su lucha contra el mundo. Bonet acaba al frente del Ivam y el Reina Sofía, a García Alix le dan el Premio Nacional de Fotografía y Trapiello, quien había sido su amigo del alma, empieza a mentarlo en sus diarios”.