“Si planteáramos la digitalidad como metáfora religiosa, yo sería un hereje”. Así, contrario a la visión amable y dulcificada de la tecnología digital, se define Antonio García Gutiérrez, catedrático de la Universidad de Sevilla. La alienación cultural y la pérdida de la diversidad, el triunfo del pensamiento único o el individualismo despersonalizado son algunas de las cuestiones sobre las que reflexiona el profesor de la Facultad de Comunicación en su último libro, Frentes Digitales. Totalitarismo tecnológico y transcultura (Comunicación Social Ediciones y Publicaciones). Una “crítica tecnológica sin cuartel” con la que pretende “activar” la alarma social sobre los efectos de la digitalidad.
¿Qué es el totalitarismo tecnológico?
El capitalismo digital erige un único modo de comunicación global de comunicación, fagocitando a otras tecnologías con las que podría convivir sin problema. Cuando compramos un Smartphone introducimos en nuestro bolsillo no sólo una herramienta, también la lógica de su creador, que se inmiscuye en todos los rincones de la existencia. Y lo que se llama eufemísticamente “fidelizar” a las personas es realmente una nueva forma de esclavización.
Desde el propio título, ‘Frentes digitales’, emplea un lenguaje marcadamente belicista
Sí, hablo de los dispositivos como “armas digitales” y de los usuarios como un “ejército”. Decidí abordar esta cuestión desde una metáfora belicista porque el escenario bélico está en la mente de todos. Considero que la tecnología digital produce una violencia simbólica: su efecto sobre las culturas es el mismo que el de un arma nuclear sobre los cuerpos.
Sobre el estado actual de las culturas dice que se encuentran en un “avanzado e irreversible proceso de desaparición”
Así es. Es algo que he constatado trabajando con comunidades del desierto en el Anti-Atlas Marroquí, con comunidades indígenas en la cuenca del Orinoco y con comunidades maya en México. Recientemente he podido ver cómo chicas indígenas, que van descalzas y son analfabetas desde el punto de vista occidental, en pocas horas manejaban un Smartphone. Se les ha hecho necesitar esta tecnología para comunicarse entre ellas y ya no viven su cosmovisión como sus madres o abuelas. Allí donde entra un dispositivo digital, la cultura se diluye.
¿Nos encontramos en un contexto de hipercomunicación, incomunicación o ambas cosas?
La hipercomunicación es incomunicación, en definitiva. El capitalismo ha hecho de la comunicación su sector de mercado, y la gente está constantemente comunicándose. ¿Qué produce esto en la cultura? No lo sabemos todavía.
Hace poco escuchábamos en el programa Salvados al filósofo Zygmunt Bauman defender que “somos seres solitarios constantemente en contacto. Pero ninguna de esas conexiones es lo suficientemente profunda como para romper nuestra soledad”. ¿Comparte esta visión?
Desde luego, pero matizaría lo que dice Bauman. No sabemos estar solos y por eso sentimos la necesidad de estar conectados. Tiene que haber espacios de discernimiento donde las personas aprendan a estar solas consigo mismas y a ser felices también de ese modo.
En su libro aboga por “desmitificar la digitalidad” por considerar que “contribuye a consolidar lo establecido”. ¿Mediante qué mecanismos?
Mediante uno muy peligroso. Las televisiones y periódicos difunden mensajes, pero las tecnologías digitales, además, instalan la lógica de sus creadores. Una lógica de relación fundada en un imaginario capitalista extremo e individualista.
Es lo que hace siempre el capitalismo: apropiarse de un lenguaje que no le es propio para consolidar el sistema. El movimiento hippie quedó en la venta de camisetas con flores en los mercados de San Francisco.
¿Cómo afecta esto a la democracia?
El camino que llevan las tecnologías digitales es absolutamente antidemocrático. ¿Por qué no se amplían para profundizar en la democracia? Si se hiciera, la gente podría pronunciarse sobre cientos de asuntos sin salir de sus casas. La democracia participativa y la tecnología digital podrían tener una relación muy estrecha.
¿Es posible otro tipo de tecnología en un entorno casi exclusivamente digital?
No soy tan radical como para decir “yo no quiero tecnologías digitales”, pero sí que creo que las tecnologías pre-digitales podrían ser una tecnología más, y que deberíamos dirigir nuestra creatividad hacia tecnologías para-digitales. Hemos heredado una memoria material muy rica y diversa (papiros, incunables, fotografías…) pero, ¿qué dejaremos nosotros?
Recientemente ha tenido lugar el Mobile World Congress, ¿cómo valora este tipo de encuentros?
El Mobile World Congress es un templo que reúne a decenas de miles de personas en torno a un culto digital, y como toda religión tiene sus tótems –los dispositivos– y sus gurúes –Gates, Zuckerberg, Jobs–. Esta religión, además, está bendecida por todas las autoridades.
¿Hay alguna clave para luchar contra este panorama?
Son soluciones individuales. Reflexionar las pérdidas que supone vivir en un ‘bios digital’ y fomentar una conciencia crítica. Se puede ser feliz sin tecnologías digitales, sin indicadores de eficiencia y sin burocracia. En definitiva, volver a la naturaleza y entrar y salir de lo digital cuando realmente se quiera.