El Gusto es Nuestro es el ejercicio nostálgico perfecto. No pretende otra cosa, así que Joan Manuel Serrat pone pronto las cartas boca arriba: “Reconozco a muchos de los que hace tiempo ya estabais ahí: no habéis cambiado”. Y todo el mundo sabe que Serrat les dice que sí han cambiado pero que da igual porque aquí siguen y su baza es ganadora. “También veo a gente joven…”. Y entonces hace una pausa, se deleita en la socarronería antes de rematar: “Veo a gente joven que han traído a sus papás y a su abuelita para que se diviertan”. Más de 4.000 personas acudieron al reencuentro en el Palacio de Deportes de Granada.
A estas alturas Serrat no se engaña y el público tampoco. “Hoy tendrías que haber sacado tu traje de cuero”, le dijo una señora a su amiga antes de entrar al concierto. Le estaba diciendo lo mismo que Serrat: “No hemos cambiado”, pero el traje de cuero yo lo guardé hace tiempo y tampoco estamos tan mal. El espectáculo está hecho para ellos y en su liga es imbatible. Si a la primera cantan los cuatro “Hoy puede ser un gran día”, esa tonadilla hipervitamínica a mayor gloria de la alegría de vivir, nada puede salir mal. Cada uno una frase, cada uno en su estilo tan reconocible para todos, y el partido ya está ganado.
Luego Víctor Manuel se queda solo y suenan los acordes de “Sólo pienso en ti” y las parejas cantan, y levantan las manos, y se abrazan y se mecen sin despegar los pies del suelo, porque piensan en él, o en ella, en hace 40 años, o en hace 20, o en hoy, cuando vuelven a cantar agarrados “Sólo pienso en ti”.
Cada uno tiene su detalle infalible: para presentarse Serrat elige “Cantares”, y el “todo pasa, todo queda” lo pronuncia aún a oscuras, casi desde el camerino, y a todos se les pone la piel de gallina. Ana Belén arranca con “Contamíname” y confirma cuál que el leit motiv de todo esto es el tiempo pasado. “Pasan los años y aquí estamos”, confirma antes de presentar a sus “compañeros del metal”. Con “El hombre del piano”, la versión del “Piano Man” de Joan Baez, demuestra que mantiene una voz imponente y pulida.
Hay una nostalgia para cada uno y Miguel Ríos es la rockera. “El gran talento de los cantautores os ha adormecido”, se presenta, antes de atacar una versión de El Último de la Fila, “Insurrección”. Juega en casa. Es el único que se atreve con la chupa de cuero y la camiseta, a mayor gloria de John Coltrane.
Unos veinteañeros reconocen “España, camisa blanca” y les hacen saber a sus padres (¿tenía razón Serrat?) que la reconocen y que saben lo que significa. “España camisa blanca de mi esperanza, reseca historia que nos abraza con acercarse solo a mirarla…”. Es la España que fue y que quizá todavía sea. Parece, por ejemplo, que Miguel Ríos hubiera compuesto “En la frontera” ayer mismo.
El Gusto es Nuestro es la reedición de un espectáculo que ya era nostálgico hace veinte años. Entre el público, Jesús Conde dice incluso que “han progresado” en la puesta en escena, una imponente producción con 14 músicos sobre el escenario: “Normalmente los matrimonios después de 20 años se llevan mal, pero estos están muy bien avenidos”.
Puede que, como dijo alguien, en las grandes pantallas se les noten más las arrugas, o el relieve de la marca de aquellas vacunas que ya no se ponen. Da igual, porque la arruga es bella y por eso hasta Granada llegan hasta matrimonios de Segovia. Dice Ezequiel Martín, que ronda los 70, que los vio por primera vez hace 40 años y es fan de “la Pilar”. Mari Carmen Molina vio “al Miguel” llevando de telonera a Luz Casal en el viejo Los Cármenes. “¡Y en un mitin de Carrillo! Estábamos estudiando…”. “Ella se sabe todas las canciones de Serrat. Suenan dos notas y dice ”¡Lucía! Y llora“, dice señalando a su amiga Lola.
El secreto es que cantan un puñado de canciones imbatibles grabadas a fuego en la memoria de varias generaciones. Esas canciones son ellos. Añádase la que se prefiera: Lucía, Para la libertad, La Puerta de Alcalá, Santa Lucía, Vuelvo a Granada (el acabóse)... ¿Quién se resiste a tararear Mediterráneo? A estas alturas no encontrarán nuevo público, pero tampoco lo perderán por desidia o porque sus temas se hagan viejos. Esas canciones tienen la rara cualidad de que no se marchitan.