Cuando la Historia está al otro lado del tabique: recuento de joyas arqueológicas encontradas por casualidad
Los miles de turistas que, hasta el inicio de la pandemia, subían y bajaban cada día la céntrica calle Mateos Gago no habrían podido imaginarlo. Allí, en pleno corazón de Sevilla, bajo los pies de los clientes del concurrido bar Giralda, se encontraba un hamán almohade del siglo XII completamente decorado y en óptimo estado de conservación.
Una intervención para reformar dicho local ha revelado la existencia de estos baños que atestiguan la larga y esplendorosa etapa andalusí de la ciudad, y de paso recuerdan que las obras y el azar forman una pareja de arqueólogos imbatible. El espacio, que fue ocultado a principios de siglo XX para emprender el proyecto de un hotel, pasará así a formar parte del patrimonio arqueológico andaluz como de la leyenda de los hallazgos casuales.
El primer caso que viene a la memoria en este campo es el del célebre Tesoro del Carambolo, el conjunto de piezas de oro y cerámica presuntamente tartésicas, halladas en el término municipal de Camas (Sevilla) gracias a un plan de ampliación de las instalaciones de un club de tiro de pichón. Un albañil gaditano, Alonso Hinojo del Pino, figura como el primero que encontró un brazalete de oro de 24 kilates, el primer hilo del que tirar para sacar a la luz unos vestigios datados entre el siglo VII y VIII antes de Cristo, según valoración del arqueólogo Juan de Mata.
Un sarcófago a mano
Más curiosa, si cabe, es la historia del hallazgo de la Dama de Cádiz, el sarcófago antropomorfo femenino que puede contemplarse en el Museo Provincial de la capital gaditana. Su compañero masculino fue encontrado en la necrópolis de Punta de Vaca en 1887 y considerado de inmediato una magnífica prueba del pasado fenicio de la zona. El arqueólogo conquense Pelayo Quintero Atauri, como director del Museo de Bellas Artes de Cádiz, se obsesionó con la idea de que debía haber otro sarcófago femenino de similares características, y dedicó ímprobos esfuerzos a encontrarlo. No tuvo éxito y murió en 1946 con su sueño sin realizar.
Sin embargo, cuando en 1980 una excavadora maniobraba para la instalación de los cimientos de una construcción en la gaditana calle Ruiz de Alda, topó con el sarcófago soñado. Lo alucinante del caso –tanto que inspiraría relatos de escritores como Fernando Quiñones, Pilar Paz Pasamar o Felipe Benítez Reyes– es que la palmera se hallaba justo frente a la casa en la que había vivido Quintero Atauri hasta el final de sus días.
Pero no hay que remontarse tan lejos en el tiempo para dar con hallazgos sorprendentes. En la memoria de todos están los 600 kilos de monedas romanas descubiertas en 2016 la localidad sevillana de Tomares repartidas en 19 ánforas. Aquel potosí en el que se reconocía la efigie de los emperadores Maximiliano y Constantino se reveló gracias a unas obras del Parque del Olivar del Zaudín, una superficie de 45 hectáreas entre el casco urbano tomareño y el campo de golf. Todavía son objeto de estudio, pues los expertos consideran que pueden dar una valiosa información sobre la dominación romana en el Bajo Guadalquivir.
Otras obras públicas, las de la plaza de España de Écija, también en la provincia de Sevilla, habían sacado a la luz una hermosa escultura de 1,85 metros conocida como la Amazona herida, tallada en mármol griego y casi completa. Dicha figura se encontraba en un estanque romano, y fue identificada como una copia romana fechada en el primer tercio del siglo II d.C., a fines de la época adrianea.
Bajo tierra o bajo el agua
Pero si las excavadoras pueden ser unas inesperadas aliadas de los arqueólogos, la piqueta de los mineros no lo es menos. Así, hace tan solo tres años aparecieron en una explotación de Riotinto un grupo de monedas de época alto-imperial compuesta fundamentalmente por denarios de plata y algún áureo o moneda de oro. Todo parecía indicar que se trataba de un tesoro escondido, cuyo dueño nunca pudo volver a recuperar. Probablemente, una figura de relevancia dentro de la jerarquía de la ciudad de Urium, la Riotinto romana.
Incluso la ingeniería hidrográfica puede echar una mano a los buscadores de vestigios. Así sucedió el año pasado en el embalse del Giribaile, en Jaén, cuyo bajo nivel de aguas de los últimos años dejó al descubierto una serie de restos arqueológicos pertenecientes a una villa romana y varios asentamientos íberos. La villa, datada en el siglo I-II, constaba de una parte rústica, con hornos de producción cerámica y una almazara de aceite y estancias residenciales, y una parte urbana, todo en excepcional estado de conservación a pesar del grave deterioro que puede provocar la acción del agua sobre este patrimonio.
Con todo, a menudo no hay que ir muy lejos para encontrar tesoros. Que se lo digan si no al vecino de la localidad sevillana de Carmona que encontró todo un mausoleo compuesto por ocho loculi o nichos, seis de los cuales están ocupados por urnas funerarias de distinta tipología: piedra de alcor, piedra caliza y vidrio. Todo prácticamente intacto, como esperando a que el propietario se decidiera a picar la piedra.
Algunos lugares poseen por otro lado la condición de verdaderos hojaldres históricos, palimpsestos en los que se puede leer la Historia en periodos muy distintos. Es el caso de La Florida, solar de 4.300 metros cuadrados y excavado hasta los seis metros de profundidad próximo a la sevillana Puerta de Carmona en el que han aflorado hasta la fecha un arrabal mudéjar, un complejo portuario cerca de la desembocadura del antiguo río Tagarete y un tramo de 40 metros de la vía Heraclea, por donde se dice que entró Julio César a Sevilla. Todo en un espacio en el que iban a erigirse edificios de nueva planta.
Una portada con recompensa
También unas obras en un instituto de Coria, en la misma provincia, revelaron la existencia de un templo fenicio, o de un mosaico romano al fondo de un pozo en Cantillana. Y cómo olvidar la lectura que de la vida cotidiana en la antigua Hispalis brindaron las excavaciones del antiguo mercado de la Encarnación de Sevilla, muchos de cuyos objetos nutren hoy las instalaciones del Antiquarium justo debajo del monumental parasol conocido popularmente como Las Setas. Tan abultada es la lista de hallazgos de gran valor, que se acaba teniendo la sensación de que en Andalucía no se puede clavar un martillo hidráulico sin que salte una cisterna de tiempos de Adriano o una bóveda islámica.
Pero quizá la palma, en lo que a espectacularidad se refiere, se la lleve Juan Francisco León Catena, el vecino de Úbeda (Jaén) que en noviembre de 2016 encontró una portada renacentista del siglo XVI cuando se disponía a emprender las obras de rehabilitación de su vivienda. Lo que tenía al otro lado de la pared resultó ser nada menos que la portada renacentista de la fachada sureste de la antigua Iglesia del Hospital del Santísimo Sacramento también conocido como de San Jorge o de Pero Almindez y que data del siglo XIV.
Estos descubrimientos, por cierto, tienen recompensa. El año pasado, el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) reconoció a León Catena el derecho a una gratificación en metálico por haber encontrado esta joya única en virtud de la Ley de Patrimonio Histórico Español de 1985, que delimita el concepto de hallazgos casuales a los que “se hayan producido por azar o como consecuencia de cualquier tipo de remociones de tierras, demoliciones u obras de cualquier índole”. El de la sorprendente portada ubetense está todavía siendo objeto de valoración.
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