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24 horas en escena con cien desconocidos: “No tengo miedo, llevo los mandos en todo momento”

María Hervás, en una imagen de archivo

Alejandro Luque

Sevilla —

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Un escenario, un texto, cien hombres y 24 horas de actuación por delante. Así se resume la propuesta de The second woman, el maratón interpretativo al que se enfrenta María Hervás hoy (desde las 18.00 horas) en el Teatro Central de Sevilla. En él, la actriz y sus sucesivos partenaires representan una y otra vez una escena entre un hombre y una mujer en una relación que ha perdido su creatividad y romance, inspirada en la película Opening Night de John Cassavetes. Pero el resultado final es impredecible en cada una de ellas, ya que ninguno de los cien Martys diferentes ha conocido antes a Virginia –el personaje que encarna Hervás– y la mayoría de ellos no son actores profesionales. Una experiencia que también es cinematográfica, ya que se ofrece al público una vista de gran angular de la acción, mientras múltiples cámaras capturan y comparten primeros planos en vivo

Claro que antes de esas 24 horas hay unas 24 horas previas en las que la protagonista debe hacer un fuerte ejercicio de concentración. “Soy muy diurna, y para la primera función que hicimos en Barcelona intenté ir cambiando mis hábitos y acostarme cada vez más tarde. Al final me salió fatal, acabé permaneciendo despierta 37 horas”, recuerda. “Soy bastante capaz de dejar el miedo y los nervios a un lado, pero cuando llega el momento de encontrármelo de frente, empiezo a dormir peor, son cosas que no puedo controlar, se me desorganizan las comidas, me pide el cuerpo más dulce…”.

Producto de una colaboración entre el Grec 2024 Festival de Barcelona y el Teatro Central de Sevilla, este trabajo dirigido por Anna Breckon y Nat Randall tiene para Hervás el atractivo de no haber hecho un solo ensayo con ninguno de sus eventuales compañeros. “Eso es lo más emocionante, estar ahí y preguntarme quién es ese ser humano, por qué me mira así, cómo es su voz, sus gestos. Encontrar la particularidad de cada uno de ellos”, explica. “Es una de las cosas que investiga The second woman, hasta qué punto la identidad es una cosa fija, o es un constructo que se fabrica en relación con la gente que tienes delante. Para mí, se trata de conectar con personas desconocidas, intentando adaptarme a lo que propone esa persona en ese momento”.

Escuchar el propio deseo

Pero el desarrollo del montaje ha permitido a María Hervás explorar también zonas ocultas de sí misma. “Una de las cosas que me ha enseñado es a conectarme con mi propio deseo. A las mujeres nos han enseñado siempre a satisfacer el deseo masculino y a tapar el propio. Hemos sido desde niñas tan obedientes, que cuando he querido preguntarme qué quiero, no he sabido darme respuesta. Una vez me lo preguntó mi terapeuta, y le respondí ‘No sé’. ‘Pues tenemos que trabajar para estar conectados con lo que quieres’, me dijo”.

“Eso puedo hacerlo en la obra, y las directoras me insistieron mucho en ello”, prosigue. “Su quieres reírte, hazlo, si quieres bailar, hazlo. Si no quieres, para. Hay algo antojadizo en todo eso visto desde fuera, pero todo parte de una escucha del propio deseo. Es de las cosas más revolucionarias que se pueden hacer en un escenario”.

¿Supone esto, de algún modo, un posicionamiento feminista? “Creo que las directoras no han mencionado nunca ese término, lo que no significa que no lo sea”, comenta Hervás. “Pero yo antes iría al humanismo, es un trabajo que incide mucho en la conexión entre los seres humanos. Ahí está nuestra vulnerabilidad, nuestro miedo, nuestra alegría. Es más universal, también. Dialoga e interroga mucho a la relación del binarismo de género. Permite con mucha facilidad que el espectador vea lo anclados que estamos en nuestros roles. No es mi objetivo desmontarlo, pero sí me permito cuestionarlo desde donde estoy”.

Como comer pipas

Tras la mencionada primera experiencia en Barcelona, donde “no me esperaba muchas cosas que sucedieron, y creo que el público se sorprendió también”, Hervás confía en que la cita de Sevilla volverá a ser una página en blanco que se irá llenando de situaciones completamente inesperadas. “El nivel de sorpresa es tan alto, que hay gente que piensa ‘venga, me veo dos o tres y me voy’, pero es como comer pipas, no puedes parar. Y hay quien acaba quedándose las 24 horas”.

Por último, cuando se le pregunta si tiene alguna clase de miedo por el hecho de ser una mujer sola ante tantos hombres, Hervás recuerda una encuesta reciente en la que a muchas mujeres se les preguntaba: si anduvieras sola de noche por un bosque, ¿a quién preferirías encontrarte, a un hombre, o a un oso? Y un alto porcentaje respondió que a un oso. “Es un fracaso de la hermandad y el entendimiento que tendría que haber entre sexos”, afirma. “Pero no, no tengo miedo. La diferencia con la vida del día a día de una mujer es que nos enfrentamos a esa masculinidad hegemónica que nos objetualiza sin haberlo elegido. Se nos aparece como una situación de emergencia en una selva. Aquí todo lo he elegido yo, conscientemente, para dar un marco que sirva como espejo a una comunidad, los espectadores, y a partir de ahí podamos sacar conclusiones y reflejos de nuestros comportamientos”.

“Es más, siento entusiasmo”, concluye. “Estoy subrayando algo para que esa comunidad pueda analizar cosas para las cuales no tiene tiempo en su día a día. Me siento muy respaldada por todo el equipo, llevo los mandos de la función en todo momento y, si alguien me violenta, lo saco de escena de inmediato. Y la gente empatiza tanto con lo que sucede en escena, que si me pasara algo estoy segura de que saltarían a comerse vivo a quien fuera”.         

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