“Pues nada, me dedicaré a hacer galas”. Entre el humor y el rubor, así de abrumado, respondía recién concluida la gala de los XXI Premios Max en Sevilla su director, el dramaturgo y director de escena Alfonso Zurro. La profesión -actores, músicos, autores, bailarines, coreógrafos y compañeros directores- se arremolinaban en un improvisado punto de encuentro a la salida del Teatro Cartuja Center Cite para felicitar a Zurro por lo que, sin duda, había sido una ceremonia que había gustado a todos, excelente demostración de talento pero, sobre todo, de dominio del oficio escénico.
Y sucedió en Andalucía. No hubo alfombra roja ni grandes outfits de alta costura- pero hubo oficio: el teatral. Alfonso Zurro, nominado en varias de las categorías que conformarían el palmarés, se fue de vacío en premios -las famosas manzanitas doradas- pero se llevó el mayor de los reconocimientos tras las bambalinas: haber convertido una gala de entrega de premios -tediosas por definición y en la que no parecen dar con la tecla cuando hablamos, por ejemplo, de los Goya- en un espectáculo.
En pleno fregado del sector por sacar adelante la redacción de la que será la primera Ley de Artes Escénicas de Andalucía que sirva para regular y dignificar un sector que aún cuenta con altos índices de precariedad, los profesionales de la escena andaluza dieron este lunes una lección con el desarrollo de una gala-espectáculo producida e interpretada por completo por profesionales de la comunidad.
Tras la alargada sombra de Alfonso Zurro -su sello estaba estampado en el guión, la escenografía, la selección de los actores, el tono sutilmente humorístico y el ritmo-, se reunió lo mejor de la profesión independiente de Andalucía. Quizás la excepción había sido la elección de la presentadora de la gala, la también sevillana Cristina Medina -más conocida por sus trabajos en televisión-, pero que brilló en su papel de conductora del acto sin necesidad de asumir un protagonismo excesivo.
“Queremos trabajo”
Un gran espejo que proyectaba a la inversa lo que sucedía en el escenario fue el único y poderoso elemento escénico en una gala con buenos y muy buenos números musicales y teatrales por donde desfilaron los veteranos actores andaluces Síndrome Clown, Paz de Alarcón, los Hombres Marlboro de la coreógrafa sevillana Isabel Vázquez e incluso una emotiva pieza musical interpretada por la Escolanía de los Palacios. Todo, en una noche larga pero entretenida, que desde el principio buscó la complicidad del público y que, como dijo el presidente de la SGAE, José Miguel Fernández Sastrón, merecería ya ser retransmitida por La1 de TVE en vez de La2, como ocurre con Los Goya, la hermana rica y glamourosa de los Max. Y es que, entre las reivindicaciones menos altisonantes estuvo la de la dignificación del sector, con números musicales en los que jóvenes actores reparten pizzas porque no tienen trabajo, o ponen copas en bares porque no llegan a final de mes. Incluso algunos galardonados aprovecharon sus discursos de agradecimiento (en catalán, valenciano y euskera) para pedir contratos, como los miembros de la compañía Bullanga, ganadores del Max que concede el público por su montaje Joc de xiquetes. “Ya tenemos un Max, ahora queremos trabajo”.
El nuevo ministro, de nuevo en Sevilla
A todo esto tinglado asistía cómodo y empático el recién nombrado ministro de Cultura y Deportes, José Guirao, que jugaba en casa -es un viejo conocido del sector andaluz, tras su paso por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía en los primeros años de la década de los 90- pero que fue interpelado en multitud de ocasiones (aunque sottovoce se agradeció especialmente su presencia, tras varios años sin que su antecesor en el cargo, el popular Méndez de Vigo, quisiera presidir esta gala). Guirao pareció uno más, mezclado entre los teatreros, gastando complicidad y cercanía.
El único patinazo fue quizás una foto institucional a la entrada de la gala que fue criticada ampliamente en las redes sociales por estar copada exclusivamente por trajes oscuros y corbatas -alcalde, consejero, presidente de la Sgae, ministro... todos hombres y nula presencia femenina-. Tampoco hubo una presencia predominante de la mujer en el escenario, más allá de la eficiente Cristina Medina. Tuvo que ser el Premio Max de Honor, José Sanchis Sinisterra -recibido en el escenario por Verónica Forqué-, el que defendiera el papel de la mujer en las artes escénicas, gracias a la “fertilidad de muchas dramaturgas” que están escribiendo y reclamó a las nuevas generaciones salir de las temáticas “pequeño burguesas” para “hacer visibles a los colectivos sociales”.
Galardonados
Los galardonados andaluces también protagonizaron los momentos más emotivos de la gala dentro y fuera del escenario. Tal fue el caso de la onubense Pilar Gómez (Max a la mejor actriz), que recordó sus inicios en Sevilla, en el Instituto Andaluz del Teatro, donde coincidió con actores como Paco León y MariPaz Sayago, encargados de entregarle el premio, y a los que permaneció abrazada largo rato detrás del escenario.
También el músico de Úbeda Luis Miguel Cobos (Max a la mejor composición musical) se ha formado en Sevilla, y brilló en su discurso emotivo y sincero. Más firme fue la bailaora Eva Yerbabuena -en la voz de su hija, puesto que no pudo acudir a la gala-, premiada como Mejor intérprete femenina de danza-, que aprovechó para reivindicar un espacio para el flamenco en las artes escénicas.
Al final, sensibilidad a flor de piel y ambiente festivo en una gala con un hermoso final dedicado al espectador: “Hay teatros vacíos, mal gestionados y moribundos que sueñan con su público, no podemos dejarlos así. Señores, hay que cuidarlos, y mimarlos, para que los espectadores nunca nos abandonen, vivan las artes escénicas y viva el público”, dijo Cristina Medina.
Pero la noche de los Max es de quienes se suben al escenario, no de los que nos sentamos en el patio de butacas. Y así se hacía notar, sin necesidad de catering, sólo entre cervezas y risas. Pasadas las dos de la madrugada, actores, directores, distribuidores, periodistas y personalidades seguían dándose palmadas repartidos entre el hall y la puerta principal, y casi nadie había abandonado aún el Teatro de la Cartuja (ministro y consejero de Cultura incluidos), que fue ayer el verdadero testigo de la fiesta del teatro.