Quimera, el teatro independiente que combatió al franquismo desde Cádiz, pero nadie reivindica por su radicalización
La unanimidad en torno al reconocimiento a las personas que lucharon por las libertades y contra la dictadura en España observa algunas excepciones. En Cádiz, donde la compañía de teatro popular Quimera marcó un hito, casi nadie reivindica la labor de unos jóvenes que usaron la escena como herramienta política, alguno de cuyos miembros acabó radicalizándose. Ahora, Enrique del Álamo publica Quimera, teatro popular. Disidencia cultural en Cádiz durante el tardofranquismo (1961-1972), un ensayo que acaba de ver la luz en Ediciones Mayi, y que trata de reflejar aquella experiencia
Todo empezó para Enrique del Álamo por casualidad, en los primeros años 80. Como funcionario, participó en la primera comisión de Cultura del primer ayuntamiento democrático, y allí coincidió con una figura singular. Juan García, quien fuera componente de Quimera. “De café en café me fue contando cosas. Siempre pensé que alguien haría algo algún día con aquella historia, pero nadie se atrevió. Yo fui curioseando en archivos y hemerotecas, hice entrevistas con miembros del grupo, pero no fue hasta que llegó el confinamiento que me vi con tiempo y fuerzas para escribirlo”.
En su estudio, Del Álamo analiza el modo en que la corriente brechtiana del teatro cristalizaría en esa forma de militancia política y cultural que sería el teatro independiente, y que subrayaría en cada una de sus acciones su oposición al régimen franquista. “Alrededor de Quimera había una treintena de personas encabezadas por figuras como José María Sánchez Casas o Manuel Pérez Casaux, autoproclamados marxistas y, curiosamente, de extracción no universitaria. Desde el principio muestran una clara rebeldía ante la falta de libertades, aunque más tarde se produce una división en el seno del grupo: unos siguen los postulados políticos de los líderes y otros están ahí más por ocio”.
Poesía a gritos
Pero antes de aquel cisma, Quimera protagonizó episodios que podrían resultar inverosímiles para quienes no conocieran aquellos turbulentos años. Del Álamo recuerda, por ejemplo, que el grupo ensayaba al principio en un salón cedido por el Obispado, “y llegaron a representar sus obras en Capuchinos y La Patrona, lo que habla de que entonces existía una parte progresista de la Iglesia que alentaba este tipo de empeños, que convivían con otros grupos como Arlequín o Valle-Inclán”, comenta.
Tampoco estaba solo Quimera en el mapa cultural de la Andalucía de la época, donde el Teatro Estudio Lebrijano de Juan Bernabé, que por cierto visitó Cádiz en el año 72, era la referencia más notable. Todos ellos vivieron choques continuos con el poder político: “Quimera llegó a tener incluso su propio órgano de expresión, un boletín informativo propio”, recuerda. “En agosto del 68, Pemán los invita a los cursos de verano de la Universidad de Cádiz, y ellos aprovechan para hacerle un homenaje vehemente a Rafael Alberti”.
En efecto, Pemán los describió en Diario de Cádiz, en un artículo titulado Los duros como “chicos piafantes, musculados y temblorosos como pura sangres en fila de salida, recitaban esos versos albertianos a gritos, como en una especie de mitin político (…) Da pena ver gritar la poesía. Pero así es la gradación de la revolución”.
Ensayos bajo inspección
Por otro lado, el autor recuerda la vigilancia permanente a la que eran sometidos los miembros del grupo: “Antes de cada actuación tenían que ofrecer un ensayo general en presencia de un inspector, para asegurarse de que no cambiaban nada. Pero ellos se las apañaban para meter siempre algo de estrangis”.
Otra de sus acciones conflictivas eran los coloquios que seguían a las funciones. “Hicieron una semana teatral en un barrio obrero como Puntales: representaron cuatro obras y abrieron el debate, lo que trajo mucha cola, protestas del Gobernador civil y hasta un rifirrafe con el Obispo. Aquellos foros se convertían casi en mítines, se hablaba de todo, de política, de falta de libertades, de cuestiones sindicales…”
No obstante, el grupo empezó a desintegrarse hacia 1969, cuando Pérez Casaux se marcha a Barcelona por motivos de trabajo, y Sánchez Casas sigue con el grupo, pero cada vez parece más radicalizado y acaba marchándose también, dejando a Quimera en proceso de disolución. Luego vendría la Transición, donde un proyecto como este tendría cada vez menos sitio. “Franco estaba decrépito y se ve hacia dónde va el régimen. Grupos como Tábano o Los Goliardos van perdiendo fuelle, porque todo lo que era antifranquismo pasaba a un segundo plano. Y acto seguido irrumpe la Movida, el contexto cambia y la política también. Ya no había sitio para aquel rollo brechtiano, aunque se seguía haciendo”.
Sin reconocimiento
Sánchez Casas pasaría a ser uno de los fundadores de los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO), y en 1979 fue detenido como máximo responsable de esta banda terrorista y acusado del asesinato de nueve personas en un atentado en una cafetería madrileña. Pasó casi 18 años en prisión y protagonizó otras tantas huelgas de hambre que dejaron su salud muy mermada. Ello no impidió que tras su excarcelación se dedicara a la pintura, protagonizando incluso un sonado escándalo cuando ganó el concurso de carteles del Carnaval de Cádiz. “Los miembros del grupo siguieron manteniendo una buena relación con él. No hay casa de ninguno de ellos donde no haya un cuadro de José María”, agrega el autor.
Para Del Álamo, el legado de Quimera no tuvo continuadores. “Su forma de entender el teatro, su influencia de Brecht y de Alfonso Sastre, todo eso cambió en poco tiempo. Por otro lado, creo que como colectivo habría merecido un reconocimiento, más allá de las derivas personales de unos y otros. Se jugaron el pellejo, tomaron conciencia y se rebelaron contra la dictadura en un tiempo en que la cultura parecía el único camino”.
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