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El valor de La Invisible, la “alternativa no domesticada” a la burbuja turístico-cultural de Málaga

Néstor Cenizo

Málaga —
26 de noviembre de 2021 20:38 h

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Más de 14 años después de nacer, La Invisible, el centro social y cultural autogestionado del centro de Málaga, pende de un hilo. No es la primera vez que el Ayuntamiento llama a la puerta de calle Nosquera, 11 para pedir a sus ocupantes que salgan de este edificio municipal. Ya ocurrió antes de la Nochebuena de 2014 y en el verano de 2018, pero ahora el hilo parece más fino: el Consistorio ha dado un plazo para el desalojo voluntario del edificio, a partir del cual dice que podría actuar la Policía, previo paso por el Juzgado. Esgrime que el lugar no es seguro. La Invisible que denuncia que hay una motivación política tras la decisión, ha replicado: ha llamado a una gran manifestación este sábado, bajo el lema #DefiendeLaInvisible.

La Invisible ya salió a la calle en enero de 2015, justo después de que el Ayuntamiento amagara con su desalojo en plenas navidades. En aquella ocasión, unas 3.000 personas se manifestaron en su apoyo. El lugar, nacido de una ocupación, cuenta con un importante apoyo de un sector de la ciudadanía malagueña. También son notables entre el mundo de la cultura: Nacho Vegas, Amador Fernández-Savater, Fernando León de Aranoa o Kiko Veneno han defendido en alguna ocasión el proyecto.

En el lado opuesto, hay quienes ponen el acento en la alegalidad de su situación (una okupación originaria que se convirtió en una “cesión en precario” desde 2012, cuando expiró un acuerdo con el Ayuntamiento amparado por la Junta de Andalucía, la Diputación de Málaga y el Museo Reina Sofía) o en la naturaleza de las actividades que allí se desarrollan.

Una “isla en un espacio mercantilizado”

La Invisible nació en 2007. Enclavado en un edificio municipal del siglo XIX del Centro Histórico reconvertido en sala de fiestas durante muchos años, el lugar es punto de encuentro de individuos y colectivos (PAH, Sindicato de Inquilinas, Yayoflautas, Alianza Malagueña por el Clima, entre otras), como sede de creadores y como difusor de una cultura crítica y alternativa. La Casa Invisible ha acogido a la ensayista Naomi Klein, al dramaturgo y premio Nobel Darío Fo, al director del Reina Sofía Manuel Borja Villel, al filósofo Toni Negri o al programador Richard Stallman, entre otros muchos. También ha dado cobijo a cientos de creadores locales.

“Podríamos evaluar la programación de La Invisible frente a la cultura del escaparate de la que Málaga es paradigma, abandonando el apoyo a la creación cultural local”, señala el artista Rogelio López-Cuenca, que sin embargo advierte de que el valor de La Invisible va más allá de su menú. “Hay una obsesión productivista, y no me gusta presentarlo en términos de oferta, sino como el trabajo colectivo de pensar. La Invisible interrumpe el relato hegemónico y nos recuerda que la cultura se construye colectivamente”.

En ese contexto, su ubicación en pleno Centro Histórico no es secundaria. “Es una isla en un espacio mercantilizado hasta la caricatura, donde no hay actividad posible que no sea circular o consumir”, opina López-Cuenca: “La importancia está en el sitio, en su rol y dimensión física. Demuestra que la cultura no es algo abstracto, sino que hay personas y sitios”.

Además de su singularidad “territorial”, La Invisible es también es un grano incómodo en la lisa superficie de la cultura y el relato oficial. Algunos colectivos que pululan en La Invisible cuestionan la turistificación del Centro o las mismas raíces del Estado. Una de las polémicas más sonadas ocurrió cuando una exposición mostró una horca anudada con una bandera de España. En otra ocasión, se programó un encuentro con ex miembros del Grapo, que finalmente no se celebró. Entonces, como ahora, Ciudadanos pidió el desalojo. “Hay un fetichismo al nombrar ciertos términos que borra la complejidad de estos modelos híbridos y experimentales”, comenta López-Cuenca.

Remedios Zafra: “Crear comunidad en una época individualista”

“En estos 14 años de colaboración La Casa Invisible ha generado una alternativa creativa y no domesticada a la caduca burbuja turístico-cultural, desarrollando un modelo pionero de gestión ciudadana de lo común que debe seguir enriqueciendo el tejido cultural malagueño”, argumenta Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía. 

“Es un espacio de diálogo, libertad y experimentación absolutamente motivador para favorecer el pensamiento desde y sobre lo comunitario, pero también la especulación e imaginación de alternativas críticas a la creación de espacio público”, opina Remedios Zafra, escritora y científica del Instituto de Filosofía del CSIC. La ensayista le reconoce el hecho de “haber creado comunidad en una época individualista caracterizada por la desarticulación colectiva”.

Para Zafra, La Invisible ha sido capaz de cuestionar “la uniformidad en las formas de hacer y decir derivadas de vidas-trabajo protocolizadas”. “Su aportación para la ciudad opera como espacio alternativo que incentiva una verdadera diversidad en lo cultural”, en lo material y en lo simbólico.

Además de su carácter de nodo cultural, La Invisible es también punto de referencia social. En su hermoso patio central, La Invisible lleva años atendiendo “desde la calle” a “los problemas sociales y ecosóficos que la actualidad demanda con urgencia”, argumenta la poeta y filósofa malagueña Chantal Maillard, premio nacional de Poesía (2004). Allí se reúnen colectivos, se preparan acciones y se celebran asambleas.

Chantal Maillard: “La cultura que hoy necesitamos no puede acariciar reliquias”

Maillard también enfatiza la capacidad de La Invisible para contrarrestar el modelo dominante en Málaga, exacerbado en su Centro Histórico. “En esta ciudad hay muchos lugares museísticos, pero la cultura que hoy necesitamos no puede dedicarse a acariciar reliquias”, advierte. “Este es el único lugar de esta ciudad donde el pensar se hace en vivo y la cultura no se convierte en mercancía”.

Fue precisamente López-Cuenca uno de los primeros en advertir de la “picassización de Málaga”: un proceso que, con la palabra “cultura” y las franquicias museísticas por bandera, ha provocado una rápida transformación de los usos de algunos barrios a costa de su habitabilidad. El artista cree que esta y otras okupaciones de espacios sociales son una amenaza a los privilegios que otorga la “cultura oficial”.

Aunque no vislumbra alternativas en la ciudad capaces de ocupar su espacio, López-Cuenca resalta que Europa está llena de ejemplos similares, la “demostración de que otra cultura y otros modos de desarrollar la cultura son posibles”. Y ese, dice, es el otro gran mérito de La Invisible: ensanchar el campo de lo posible, cuando pareciera que en el Centro de Málaga solo caben apartamentos para turistas, bares de copas y franquicias de helados.  

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