Ese niño que se esfumó sin dejar rastro y del que nunca más se supo es ya un hombre. Lo dice su madre, Antonia Guevara, justo después de pedir a un juez que lo declare muerto. David Guerrero, El Niño Pintor, desapareció hace 30 años, pero su madre habla de él en presente. Dice, con los músculos de la cara en tensión, pero sin perder nunca la serenidad, que ha pasado por los juzgados porque tenía que hacerlo. “Lo sentimos vivo mientras no se demuestre lo contrario”, dijo.
El juzgado de primera instancia número 8 de Málaga dirá lo contrario dentro de unos días. Normalmente el trámite entre la comparecencia de los familiares y el decreto por el que se declara el fallecimiento dura unos veinte días, aunque Antonia y su abogado contaron a los periodistas que el fiscal les había prometido emitir su informe previo lo antes posible para agilizar los plazos. La mujer lleva 29 años esperando que aparezca David, que cada día será más distinto al niño de 13 que ella conoció.
Antonia Guevara acudió a pedir que lo declararan fallecido, pero se niega a soltar el último hilo de esperanza. El comisario de la policía le dijo, hace un mes, que el caso sigue abierto 30 años después de la desaparición. El problema es que no aparecen nuevas pistas desde hace décadas y las que hubo fueron falsas. “Ha habido que dar este paso porque la justicia lo exige, pero nosotros lo sentimos vivo”, explicó la mujer. Sin la declaración de fallecimiento, la pequeña herencia que le dejó su marido hace un año seguirá bloqueada.
El día de la visita de la reina
La desaparición de David, el 6 de abril de 1987, es uno de los grandes misterios por resolver en los archivos de la policía española. El chico salió de casa con una mochila y nunca regresó. Se le perdió la pista un día en que las calles de Málaga estaban atestadas de policías por la visita de la reina a la ciudad. “Extraña desaparición de un joven pintor malagueño”, tituló Sur entonces.
El chico desapareció camino de La Maison, una galería de arte en la calle Duquesa de Parcent. Sin dinero, sólo con la tarjeta de autobús y su mochila, salió de su casa en las cercanías de Tabacalera para ir a sus clases de pintura, previa parada en la galería de arte, donde exponía un retrato del Cristo de la Buena Muerte. El muchacho era una sensación por su talento precoz con la pintura. El rastro se perdió al salir de casa, a las seis y media de la tarde. Nadie lo recuerda en el autobús, ni en las calles del Ensanche donde estaba la galería, ni mucho menos en el centro donde acudía a clases. Se esfumó. “Recuerdo aquel 6 de abril como si fuera ayer. Salió de la casa. Se fue y ya está. Hasta el día de hoy”.
El caso quedó convertido en un modelo de desaparición. Si lo hizo alguien, fue perfecto. Si se fue solo, no dejó rastro. Como en una película de ficción, se recurrió hasta a videntes. Rafael Vera, secretario de Estado de Seguridad por aquel entonces, acudió a Málaga a interesarse por la investigación, vista la presión popular. El caso se convirtió en mediático y durante meses, quizá años, cualquier niño habilidoso con el pincel en cualquier parte del mundo podía ser él. Se le localizó en México, Portugal o Marruecos, pero nunca fue David. Se investigó a un millonario suizo en vano.
“Que en este Juzgado y con el n.º 6/16 se sigue a instancia de doña Antonia Guevara García, expediente para la declaración de fallecimiento de su hijo don David Guerrero Guevara, vecino de Málaga, hijo de Jorge Antonio y Antonia, quien se ausentó de su último domicilio en calle , no teniéndose de él noticias desde el día 6 de abril de 1987, ignorándose su paradero”, dice el edicto publicado en el BOE el pasado 4 de agosto. Fue el último intento de localizarlo. Pero por el juzgado sólo aparecieron Antonia, otro de sus hijos y dos vecinas, que declararon que no ven a David desde 1987.
“Hoy me siento como en las últimas semanas, muy intranquila, pero había que dar este paso”, susurró la mujer ante las cámaras y una nube de periodistas. Antonia tiene hoy 70 años. David, 43. “Ya es un hombre, esperamos que algún día vuelva”, dijo después de pedir a la justicia que lo dieran por fallecido.