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Mayoría suficiente, fiesta absoluta: todo el PP se sube a los hombros de Juanma Moreno en su toma de posesión

El presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno, en su toma de posesión a pie de calle, frente al Palacio de San Telmo, en Sevilla.

Daniel Cela

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Puede que esta XII legislatura andaluza sea la de la “mayoría suficiente” o la “nueva mayoría” del PP, como ha rebautizado Juan Manuel Moreno su aplastante victoria en las elecciones del 19 de junio para evitar hacer ostentación de su mayoría absoluta [58 diputados].

Después de 37 años ininterrumpidos en la oposición, los populares asocian ese término con el “rodillo” de los gobiernos del PSOE, del que Moreno recela porque “su partido lo ha sufrido muchos años”. Pero también porque su victoria se nutre de mucho voto socialista prestado. De momento, esa mayoría suficiente se traduce en la fiesta absoluta que ha tenido lugar en su toma de posesión.

Este sábado, 23 de julio, Moreno ha jurado el cargo de presidente de la Junta de Andalucía en un acto multitudinario a orillas del río Guadalquivir, con más de 600 invitados, y celebrado en plena calle, en la explanada junto al Palacio de San Telmo de Sevilla, sede del Ejecutivo regional. Jamás se había hecho algo así antes. Pero antes tampoco había llegado un PP con mayoría absoluta al Gobierno de la comunidad más poblada de España, otrora fortín inexpugnable del socialismo.

Esto no era una consagración napoleónica, como sugirió alguien a quien la estampa sevillana le ha recordado al famoso cuadro del pintor oficial del emperador Bonaparte. No había fanfarrias ni trompetas. Pero había un piano de cola en mitad de la calle, junto a la fachada barroca de San Telmo, y los violines y demás instrumentos de cuerda de los alumnos de la academia de la fundación Barenboim-Said. Había altavoces por todas partes, un escenario desmontable, y sobre el escenario una mesilla de madera de estilo barroco, y sobre ella un ejemplar de la Constitución sobre la que juró el presidente.

Andante festivo

Sobre las nueve de la mañana, empezaron a colarse en el lienzo los sevillanos que se habían levantado pronto para correr por la orilla del río, y que se acercaron a curiosear con sus mayas fluorescentes y sus zapatillas de deporte. “¿De quién es la boda? ¿Quién se casa?” Después de todo, los homenajeados estaban en la calle por voluntad política. Nada más sentarse la platea, empezaron a sonar los acordes de dos piezas musicales -el Andante Festivo de Sibelius- y una opertura de Las Musas de Andalucía, de Joaquín Turina.

Luego apareció por la enorme puerta del palacio el presidente andaluz acompañado de la mano de su esposa, Manuela Villena. Una cámara de vídeo siguió los últimos pasos de la pareja y retransmitió desde el descenso en la escalinata de mármol hasta su llegada al umbral del portón -el mismo plano secuencia que su salida a la calle en la noche electoral-. Los violines se apagaron con la fanfarria de los aplausos de la multitud.

¿Y cómo era la multitud? Aquí nadie ha venido al azar. En las invitaciones se especificaba un dress code muy específico: “traje de cóctel y corbata”. El público hizo cola para entrar en la calle -cerrada al tráfico- y cada invitado dispuso de su silla con su nombre y todos sus apellidos escritos en el asiento asignado.

El presidente de la Junta hizo una exaltación entusiasta de Andalucía en su discurso: empezó citando al cantautor Carlos Cano, referente del andalucismo jornalero, y un clásico en los mítines de las izquierdas; y terminó con una cita a la escritora María Zambrano, huida de España tras la Guerra Civil y exiliada durante los 40 años de dictadura franquista. El PP -Alianza Popular- fue a contracorriente de la lucha autonomista en los años 80, pero Moreno ha interiorizado todos los símbolos de aquel tiempo y los ha hecho suyos.

Su discurso también contenía reminiscencias al triunfalismo clásico del último presidente de la Junta que ostentó una mayoría absoluta, hace 14 años: el socialista Manuel Chaves (más de tres lustros en el poder). Moreno ha esgrimido “el orgullo y el liderazgo” de Andalucía, sobre la que ha volcado toda su “ambición y optimismo”.

Hacía un día espléndido, de plena luz. Se trataba de una jornada de celebración y tocaba pasar de puntillas por la pandemia, la inflación, la guerra, el paro estructural y la pobreza que atenaza a Andalucía desde hace años. Andalucía será tan fuerte como lo sea su nuevo presidente, parecía decir Moreno, sacando músculo por él y por su partido. “Participaré con determinación en cualquier debate que interese a España y a Andalucía. Tendré una voz alta y clara en defensa de lo que necesitan y quieren ocho millones y medio de andaluces”, avisó.

La calle, a la altura del pueblo

Hasta el propio protagonista ha admitido “el ágape y el boato” de esta celebración mayúscula, que reduce a mero acto protocolario su primera investidura, la de hace cuatro años, la que hizo historia porque metió por primera vez a un presidente del PP en San Telmo. Pero entonces Moreno entraba con el peor resultado electoral de su partido (26 escaños) y compartiendo el poder que habían buscado durante cuatro décadas con dos formaciones recién nacidas que acababan de desangrar a su partido por dos flancos (Ciudadanos y Vox)

Esta vez la fiesta era suya y la ha monopolizado y explotado todo el PP. Esta vez se ha visibilizado el cambio de ciclo político con una puesta de largo mayestática, aunque la lectura de Moreno era diametralmente opuesta: aquel postín a pie de calle trataba de acercar el Gobierno al pueblo. “Estamos en la calle porque mi Presidencia será siempre abierta y accesible. Quiero ser el presidente al lado de los andaluces. Un andaluz cerca de la realidad”, dijo.

Tampoco hubo saludos desde el balcón la noche electoral. Entonces, como ahora, se improvisó un escenario en la acera para que el presidente electo se dejara ver al mismo nivel que los ciudadanos que lo habían votado. Moreno es un presidente que baja a la calle, sí, pero por escalinatas del mármol de palacio retransmitido en directo.

Entre los 600 invitados, había autoridades y la representación de una sociedad ecléctica, pero con “poderío”: empresarios, banqueros y multinacionales -Iberdrola, La Caixa, Mercadona, El Corte Inglés-; dirigentes sindicales; militares del alto mando, sacerdotes, alcaldes, organizaciones agrarias; de autónomos; artistas; periodistas; directores de medios de comunicación; toreros -Curro Romero en un lugar destacado-; cantantes, miembros de la aristocracia... Cayetano Martínez de Irujo dijo estar “muy contento”.

En las primeras filas estaban los presidentes autonómicos del PP, escudando al ex presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y al líder del partido, Alberto Núñez Feijóo: Isabel Díaz Ayuso (Madrid), Alfonso Rueda (Galicia), Fernando López Miras (Miras), Alfonso Fernández Mañueco (Castilla y León), Juan Jesús Vivas (Ceuta) y Eduardo de Castro (Melilla), y el presidente de honor del PP andaluz, Javier Arenas. También estaba la secretaria general del partido, Cuca Gamarra, y reapareció la ex vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.

Pablo Casado, fuera de plano

Rajoy, Feijóo y Sáenz de Santamaría estuvieron ya en 2019, en la primera toma de posesión de Moreno, aunque entonces el líder nacional del PP era Pablo Casado, que fue quien monitorizó el liderazgo menguado del dirigente andaluz y la negociación de su futuro Gobierno con la dirección nacional de Vox. Cuatro años después, la foto de este PP se parece más a la que imaginó Moreno en el verano de 2018, cuando respaldó a Sáenz de Santamaría frente a Casado en el congreso nacional del partido del que salieron derrotados.

Con Feijóo a los mandos, todo el PP ha venido hasta Sevilla para auparse sobre los hombros de Moreno y otear la proximidad de la Moncloa, tras las elecciones generales del año que viene. El gallego, en un discurso posterior pactado con el presidente andaluz, usó los fastos de San Telmo como plataforma de propulsión de su candidatura y se tomó su tiempo para arrear una y otra vez al Gobierno “inestable, dividido y tensionado” de Pedro Sánchez, en contraste con la “mayoría parlamentaria” de Moreno en Andalucía. Feijóo atesoró cuatro mayorías absolutas en Galicia y aspira a lo mismo en su primera carrera hacia la Moncloa. Ha esperado mucho este momento.

Es la primera vez en 20 años que la ceremonia de toma de posesión de un presidente andaluz no se hace en el Parlamento, sino en la sede del Ejecutivo. Los socialistas lo han criticado en privado -“Juanma se está dando su homenaje, lo nunca visto”-, pero su líder, Juan Espadas, dejó de asistir al comité federal de su partido en Madrid para ocupar su puesto protocolario como jefe de la oposición.

También apareció la portavoz de Vox, Macarena Olona, que tras el acto celebró ante los periodistas “el gobierno fuerte” de Moreno, con el mismo énfasis que los dirigentes del PP. También, por primera vez, hubo dos ausencias notables, las de las portavoces de los grupos parlamentarios de izquierdas, Adelante Andalucía (Teresa Rodríguez) y Por Andalucía (Inma Nieto).

Ciudadanos, “os queda un cuarto de hora”

Entre la familia biológica de Moreno y su familia política (PP), se sentó en primera fila la ex presidente de la Junta, Susana Díaz, vestida de rojo de pies a cabeza. “Yo era lo único rojo que había hoy ahí”, bromearía más tarde. “Bueno, y Juan [Espadas]”, matizó enseguida. Cuando terminó el acto, Díaz se quedó allí clavada y toda la cúpula del PP desfiló ante ella, dándole besos y abrazos, como si todavía tuviera algo de anfitriona. Con Rajoy estuvo largo rato conversando, Feijóo incluso le pasó el brazo sobre los hombros y caminó unos pasos con ella; Díaz Ayuso pasó de largo.

Abrió la efeméride el ex consejero de Sanidad, Jesús Aguirre, metido al 100% en su papel institucional de presidente del Parlamento. “Ha demostrado ser un buen capitán de barco que ha llevado a los andaluces a buen puerto en tiempos de zozobra”, dijo. Le tomó el relevo el ministro de Agricultura, Luis Planas, en representación del Gobierno de Pedro Sánchez, que estaba celebrando en Madrid un comité federal para deshacer la estructura orgánica que aprobó hace nueve meses un congreso.

Planas ofreció “colaboración” institucional a Moreno minutos antes de que Feijóo y los líderes autonómicos del PP desfilaran ante un pie de micrófono instalado por el equipo del presidente de la Junta para arrear sistemáticamente a Sánchez uno detrás de otro. La cascada de golpes al Gobierno de PSOE y Unidas Podemos se prolongó más que el mismo acto oficial. Mientras, en el adjunto Salón de los Espejos, los invitados desayunaban “café, colacao, zumos y mini mollete con aceite de oliva con jamón ibérico de la Sierra de Huelva”.

El recuerdo del padre

El presidente estuvo cariñoso con su familia, con su partido y con los consejeros de Ciudadanos que abandonarán su Gobierno el próximo lunes. “Os queda un cuarto de hora”, les advirtió, bromeando. El todavía vicepresidente, Juan Marín, y el resto de consejeros naranjas asistían como convidados de piedra al acto final de su mandato que es, a la vez, el epílogo político de su partido (de 21 diputados a cero).

Moreno dedicó los agradecimientos más emotivos a su mujer, a sus tres hijos -“nunca los he visto tan arreglados y peinados como hoy”, dijo-, a su madre, a sus suegros y a la memoria de su padre. “¿Qué diría mi padre si estuviera viéndome hoy a mí, nieto de jornaleros, ante tantas personas ilustres? ¡Qué orgulloso estaría! Seguro que me estará viendo”, apostilló.

La ceremonia empezó poco después de las nueve de la mañana y terminó a las diez en punto. La duración estaba milimétricamente medida para evitar que el intenso calor de estos días provocase lipotimias entre el público. La fachada de San Telmo cubrió a los invitados con una sombra alargada sobre la explanada de la Avenida de Roma, y para cuando el sol empezó a despuntar sobre sus tejados y a posarse en las cabezas de las últimas filas de invitados, los himnos de Andalucía y España ya habían terminado. Moreno entonó la letra del himno andaluz de principio a fin. “No quiero mirar atrás”, había anunciado, minutos antes, apelando al futuro que le espera. Este día sí lo recordará.

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