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Grecia: líneas rojas
¿Por qué ha pactado Syriza con Griegos Independientes? Ésta ha sido una de las preguntas más repetidas por la prensa internacional desde que se anunciara que los 13 diputados del partido ultramontano se iban a integrar en el nuevo Gobierno. Más inconcebible aún parecía que se le entregara la cartera de Defensa a Panos Kammenos, un tipo que en 2012 pidió a la fuerza aérea griega que aclarase si estaba utilizando los ‘chemtrails’ para fumigar a la población y que no pierde ocasión para denunciar conspiraciones judeomasónicas que, a través del Club Bilderberg, buscan imponer el Nuevo Orden Mundial.
No han faltado las voces que han acudido a explicar lo racional de la coalición. To Potami, la formación que en lo económico se quiere liberal a la vez que socialdemócrata que aspiraba a aliarse con Syriza, no compartía la política de echar marcha atrás en los recortes sociales y frenar las privatizaciones, ni consideraba prioritaria la renegociación de la deuda (a pesar de no considerarla viable).
Para el partido comunista griego, el KKE, el líder de Syriza, Alexis Tsipras, es Trotski reencarnado en siervo de la UE, abandonada de una vez por todas toda perspectiva de clase. En cambio, el programa de Griegos Independientes es compatible con el plan de salvación nacional que lanzó Syriza en Salónica con respecto al combate de la crisis humanitaria y la reforma de las instituciones, proponiendo asimismo la quita de una parte sustancial de la deuda.
Por eso, en Grecia el pacto no ha pillado por sorpresa. Los propios Griegos Independientes lo tenían muy claro antes de los comicios. Tan claro, que en el spot electoral un cuando menos inquietante Kammenos le enseñaba en una juguetería a un niño a manejar un tren eléctrico, explicándole que a veces había que bajar un poco la velocidad cuando vienen curvas. Todo termina en una perfecta sintonía entre el niño de ojos brillantes y el ya experto adulto y un alegre chocar de manos. Al final, cuando la madre viene a buscarlo con comprensible alarma, al verlo arrimado a un extraño, descubrimos que el niño en cuestión se llama Alexis.
En el marco de la crisis que vive Europa, en el discurso público la diferencia entre izquierdas y derechas aparenta quedar obsoleta en favor de un eje pro/anti-austeridad, que parece justificar la pertinencia del pacto de gobierno griego.
En opinión de muchos comentaristas, los puntos de conflicto entre ambas formaciones se restringen a temas delimitados: la separación entre iglesia y estado (Griegos Independientes se opone por ejemplo a la incineración, legalizada, pero aún no disponible en Grecia), política migratoria y de género, y la cuestión de las hostilidades con Turquía, Macedonia y Albania. Temáticas que, al fin y al cabo, no son prioritarias ahora en Grecia, y que se pueden dejar aparcadas en el cajón para tiempos mejores.
Pero esta perspectiva de que la antiausteridad puede y debe unir a la gente por encima de divisiones ideológas -que tanto se está escuchando últimamente en España- entraña ciertos riesgos. Vaya por delante que no se puede acusar de populista a una formación por presentar un proyecto que busque responder a la legítima reivindicación de los votantes de vivir en condiciones dignas. Pero es que estar en contra de la austeridad, como lo están la mayoría de los europeos en cuanto les empezó a doler el bolsillo, como postura no quiere decir gran cosa, salvo no defender una economía de corte neoliberal. A lo largo del último siglo, se han producido muchos intentos de “defender los intereses del pueblo” (la mayoría más bien catastróficos).
No olvidemos que los propios nazis de Amanecer Dorado tienen su proyecto de construir un estado social que relance la economía (al estilo del desarrollismo de la Junta de los Coroneles), recurriendo – así consta en su programa- a la mano de obra gratis de los extranjeros sin papeles que esperan la deportación, tristemente desaprovechada en estos momentos.
La propuesta de Syriza, dadas las circunstancias, es implementar un programa económico de mínimos ideológicos, al que se podría quizás criticar por razones técnicas (en función de la viabilidad financiera). Sin embargo, a nivel político, sólo los liberales se sentirían incómodos con la apuesta por no desmantelar el sector público.
Pero precisamente en esos “mínimos” está el quid de la cuestión. Porque para un partido que se considere de izquierdas o que se comprometa a luchar por una sociedad más libre, debería haber una línea roja muy clara: la de los derechos individuales y colectivos. Un mínimo que en cambio no es respetado por los defensores de valores conservadores y autoritarios, como Griegos Independientes: para ellos los inmigrantes, la comunidad LGTB o las personas de religión no ortodoxa no tienen los mismos derechos que el resto de la población.
Unos derechos básicos que, de una manera u otra, son transversales a cualquier programa de reforma social o económica. Y es que no todo vale en la antiausteridad, e incluso en el marco restringido de las propuestas económicas de Syriza hay lugar para la controversia.
Un ejemplo de condición sine qua non que el partido de Tsipras debe cumplir si no quiere perder cualquier credibilidad: las reformas económicas tienen que contemplar el derecho de los jornaleros paquistaníes a no ser explotados; también se debe poner a disposición de los inmigrantes permisos de residencia que les permitan trabajar en igualdad de oportunidades con los griegos. Una cuestión que ya podría llevar a la coalición a una grave disputa conyugal.
No es legítimo decir que esto no es una prioridad y que se puede dejar en el cajón, por mucho que el nuevo Gobierno se autodenomine de Salvación Nacional. Ya por lo general en nombre de la susodicha se cometen todos los desmanes contra los derechos individuales y colectivos. Si Syriza no quiere dirigir un Gobierno que pudiera calificarse de tecnócrata -en el mejor de los casos-, no puede renunciar por completo a su ideología.
De momento, sin embargo, ya ha reculado en la cuestión de parejas de hecho gays. No olvidemos que Tsipras, en un intento de tranquilizar a la conservadora sociedad griega, declaró recientemente que la adopción por parte de los homosexuales era un tema “complicado” y que incluso en la comunidad científica había divergencia de opiniones al respecto. Cualquier tímida reforma en ese sentido quedará ahora definitivamente bloqueada por el socio de coalición -en cuyas filas por cierto milita Nikos Nikolópulos, que como diputado comparara la legalización del matrimonio homosexual con la de la zoofilia y la pederastia-. Bien es cierto que en este país mediterráneo no existe precisamente un “clamor social” por los derechos de las que siguen siendo consideradas “minorías”.
La práctica ausencia de mujeres en el nuevo Gabinete es otro reflejo de la escasa importancia con que es percibida la problemática de género en un país en el que no pocos creen que una política, por importante que sea su cargo, debería retirarse en caso de tener hijos. También, en caso de que se celebrara un referéndum sobre la concesión de la ciudadanía a los hijos de extranjeros nacidos en suelo griego, es muy probable que una mayoría se pronunciara en contra.
No obstante, el carácter conservador de la sociedad no exime a Syriza de su responsabilidad con respecto a estas cuestiones, por muy espinoso que resulte tratarlas en estos momentos. Los derechos de las personas son innegociables. Si la “nueva esperanza” de la izquierda europea logra abrir estos frentes de manera diplomática y poner, por lo menos, el debate sobre la mesa, a buen seguro encontrará apoyos más sinceros y más consistentes que el de su coyuntural aliado ultramontano.
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No han faltado las voces que han acudido a explicar lo racional de la coalición. To Potami, la formación que en lo económico se quiere liberal a la vez que socialdemócrata que aspiraba a aliarse con Syriza, no compartía la política de echar marcha atrás en los recortes sociales y frenar las privatizaciones, ni consideraba prioritaria la renegociación de la deuda (a pesar de no considerarla viable).