- La dirigente de Vox Rocío Monasterio convocó a la prensa el lunes junto a un centro en Sevilla para criminalizar al colectivo calificándolo como “manadas de menas”
Algunos asocian su simple presencia al incremento de delincuencia pasándose por alto las estadísticas oficiales. Otros abren sin pensarlo brazos solidarios en favor de su integración, como muchos vecinos de La Macarena, en Sevilla. Quizás, como tantas otras veces, lo mejor sea darles la voz a los protagonistas, a algunos de esos jóvenes que llegaron en solitario a un país a cientos o miles de kilómetros del suyo en busca de una nueva vida. Un futuro que no era posible en su tierra natal y que en España, en estos casos, han conseguido labrarse tras su paso por un centro de menores extranjeros no acompañados, uno de esos “albergues de inmigrantes de especial peligrosidad” como los denominaba el partido de extrema derecha Vox hace apenas unos meses ante la apertura de un centro de este tipo en la capital andaluza.
Una oportunidad perdida en origen, una aportación en destino. No sabemos si Yasinne, Thaer o Mamadou tenían altas esas “expectativas” al abandonar su país o si salían en grupo en “manada” como dice Rocío Monasterio, pero lo que está claro es que son ejemplos positivos y de buena integración, porque quizás hablar de ellos en términos de convivencia es lo más sensato y no siempre lo más frecuente. No hace mucho la 'Declaración de Tarifa' de los defensores del pueblo de España ha respaldado la “aportación de gran valor” que suponen estos jóvenes.
La vida de estos jóvenes al salir de los centros se resume en dos palabras: oportunidad y trabajo. Estuvieron arropados en un centro de menores hasta cumplir la mayoría de edad y ahora, como cuando decidieron emigrar, se siguen buscando la vida, como cualquier otra persona. En la conversación aparentan más edad de la que tienen, seguramente por todo lo que han vivido ya, y denuncian que no siempre se les mire con buenos ojos. “Si fueran africanos, harían lo mismo que nosotros”, comenta uno de ellos. “La vida es muy dura y a cada uno le ha tocado la suya”, apostilla.
Yasinne, a sus 23 años, acaba de ser padre y presume como cualquiera de su bebé de dos meses en su perfil de Whatsapp. “La mejor experiencia que te puede pasar, es lo más grande”, señala tras su reciente paternidad. Por su cerrado acento granadino (“y eso que estoy resfriado”) es prácticamente imposible situar su origen en un pueblo cercano a Casablanca, al oeste de Marruecos. Es el actual jefe de cocina de 'La Cueva', uno de los restaurantes de referencia de Granada, en dirección a Albolote. Lleva trabajando en hostelería unos cuatro años después de dar sus primeros pasos en un catering.
Llegó a España en 2007 y da una respuesta de manual a la pregunta de por qué se marchó de su país con solo 12 años: “para buscar un futuro mejor”. La respuesta, por muy manida que esté, no deja de ser veraz atendiendo a la trayectoria de Yasinne, que así relata su llegada a España: “Vine con un primo mío más chico que yo. Me hice pasar por otro y entré a través del ferry. Fui en autobús a buscar a un tío mío que vivía aquí en Granada”, cuenta de sus primeros pasos en Europa.
“Me veía en la calle y sin nada”
“Me dijeron que esto era mu 'bonico' todo pero en los primeros tiempos lo pasé fatal. No tenía ni a mi madre ni a mi padre al lado. Estuve trabajando con mi tío en el campo desde que llegué, pero hubo un momento en que ni mi primo ni yo sabíamos donde ir, y fuimos a parar a un centro de menores”. Ambos se establecieron unos meses en el centro de protección Ángel Ganivet, en el Paseo del Generalife de Granada. De allí a otro centro en Órgiva y luego a otro en Loja. “Al acercarme a la mayoría, me veía en la calle y sin nada”, recuerda.
Así, entró en el programa de inserción sociolaboral de Inserta Andalucía en el 2015, un itinerario de empleo y formación que esta entidad ha ejecutado en estos jóvenes. Comenzó realizando unas prácticas y finalmente se le consiguió un contrato. “Ya me puse la cabeza en su sitio y me preparé para el día de mañana. Salí con mi trabajo”. Estuvo trabajando en una empresa de instalación de aire acondicionado, luego de cocinero en prácticas, donde le cogieron y donde se mantuvo un par de años. Perfectamente integrado en la comunidad, tiene amigos tanto de Marruecos como españoles y de otras nacionalidades. Participa de diversas actividades en la comunidad, más ahora que acaba de tener un bebé. Desde Inserta apuntan que es un joven referente de estabilidad laboral e integración social de los jóvenes.
“La verdad es que me va muy bien, yo no me puedo quejar, pero todo eso llega con esfuerzo. El centro te puede dar la oportunidad pero hay que saber aprovecharla. Nosotros supimos aprovechar la oportunidad que se nos dio. Hay mucha gente que no ha sabido”, reflexiona.
Acerca de las personas que rechazan la presencia de menores extranjeros, Yasinne no quiere generalizar “porque hay gente de todo tipo”. “Hay gente muy buena y hay gente muy mala”, resume. “Uno tiene que insistir y darle igual todo. No te van a querer porque seas español o marroquí: si trabajas bien, trabajas bien; si eres buena gente, eres buena gente”, sentencia.
Taher también es marroquí. A sus 28 años, entró a realizar prácticas dentro de un programa de inserción sociolaboral gracias al cual consiguió un trabajo en una empresa de instalaciones eléctricas y energías renovables. Lleva trabajando desde que salió del centro de menores, con 18 años, tras hacer un curso de energía solar térmica.
Nació en una localidad junto a Marrakech y en 2006, con 15 años, se aventuró a venir a España para “mejorar” su situación y “ayudar a la familia, que es lo más importante y que es el primer objetivo que pone uno por delante”. Thaer estuvo en el centro de menores de Órgiva (Granada) y, como Yasinne, tenía claro que había que aprovechar la oportunidad que se le brindó. “Me ayudaron a buscar unas prácticas en una empresa y luego me contrataron. Se abrió una puerta al mercado y por ahora muy bien”, comenta.
Consejos desde la experiencia
“He tenido mucha ayuda pero también me lo he currado”, bromea Taher, que repasa los cursos y los títulos que atesora en su especialidad profesional. Trabaja incluso en centros de menores, los mismos en los que él empezaba su nueva vida en España, reparando maquinaria, calderas, calefacciones,... La experiencia es un grado y regala consejos a aquellos adolescentes con los que se podría identificar al Thaer de hace 13 años. “Siempre que tengo la oportunidad les recuerdo a los más jóvenes que aprovechen, que hagan caso a los monitores, que estudien. Siempre les puede venir bien que sepan que yo también fui como ellos”, explica.
Mamadou tiene 20 años y no quiere entrar mucho en detalle de los motivos de su salida de Guinea Conakry. “Allí todo era muy difícil y complicado”, se limita a decir este joven solicitante de asilo político. Hizo la travesía larga para llegar a Europa (Mali, Argelia, Marruecos, “nombrarlos es fácil”) hasta atravesar el mar con 16 años. “Era el más pequeño de la patera. Cuando llegué me mandaron a un centro de menores”, en concreto al de Ángel Ganivet, el mismo por el que pasó Yasinne, y de ahí a otro en Cijuela, una pequeña localidad de la parte occidental de la comarca de la Vega de Granada.
“No conocía a nadie y no me podía comunicar con la gente. Me puse a estudiar y me consiguieron unas prácticas de cocina. Me ayudaron a conseguir un trabajo, pero tuve que competir para ganarme el puesto. Empecé desde abajo, ahora soy cocinero y estoy en el buen camino”, relata. Actualmente, Mamadou está trabajando como cocinero en un restaurante del Grupo Carmela, también en Granada.
“Al principio tenía otros objetivos pero pensé que tenía que aprovechar lo que tenía enfrente, aprendí a cocinar y luego me pude cambiar a un trabajo mejor. Me queda mucho, un camino muy largo”, casi tanto como el que le llevó por el Sáhara argelino. “Poco a poco”, dice humildemente. A Mamadou le cuesta reconocer que tiene canales en Instagram y YouTube, donde monta vídeos y los sube, aunque “hay que crecer más” para llegar a ser un influencer “como se dice ahora”. El joven es muy participativo en actividades tanto de la comunidad como de Inserta Andalucía, comentan desde la entidad, que le califican como “un referente” para jóvenes tutelados.
A la gente que los rechaza por el mero hecho de ser menores extranjeros “le falta un poco de conocimiento de la vida”, señala Mamadou, aunque respeta que “cada uno tiene su pensamiento”. “La vida es muy dura y a cada uno le ha tocado la suya. Nosotros hemos venido de muy lejos y hemos arriesgado tanto, tanto, para llegar aquí. Hay gente que llega con muchísimos problema pero la mayoría cambia, ya no quiere malos rollos y lo que quiere es trabajar por unos objetivos. Si fueran africanos, harían lo mismo que nosotros”, dice en referencia a aquellos que no ven bien su simple estancia en Europa, en España, en un centro de menores extranjeros no acompañados. “Mucha gente prefiere salir y morir fuera de su país que morir en su propio país, por eso se meten en una patera o saltan la valla. Es un riesgo morir o lograr tu sueño”.
El número de menores extranjeros no acompañados que han pasado por el Sistema de Protección de Menores de la Junta de Andalucía en el primer semestre de 2019 se ha incrementado un 31% respecto al mismo periodo del año anterior. En concreto, hasta 4.369 niños, niñas y adolescentes frente a los 3.335 que lo hicieron en 2018, según la última informacion oficial de la Junta de Andalucía.
Este incremento se ve reflejado en el número de menores que, a fecha 30 de junio, se encontraban en los centros de protección de menores. En 2019, han sido 2.169 menores frente a los 1.474 de 2018, lo que supone un incremento del 47,15%. Por otra parte, en el primer semestre del año, 2.029 han ingresado en algún recurso de protección de menores.
Actualmente, el Sistema de Protección de Menores de la Junta de Andalucía cuenta con una red de recursos residenciales, tanto para menores extranjeros como para nacionales, de 2.359 plazas. De ellas, 1.927 están gestionadas por entidades colaboradoras y 432 directamente por la Junta. Estas plazas se distribuyen por toda la comunidad autónoma y en estos centros se desarrollan distintas modalidades de programas: residencial básico, primera acogida, discapacidad, inserción sociolaboral, etcétera.